Guerra entre Rusia y Ucrania: realismo y realidad
23.09.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
23.09.2025
El autor de esta columna replica a otra escrita por Gonzalo Bustamante, también en CIPER, sostiene que Rusia no está ganando la guerra contra Ucrania y que «como esta guerra no terminará con la capitulación de ninguno de los dos bandos, ya que ni Rusia tiene las capacidades para conquistar Ucrania, ni Ucrania las tiene para conquistar Rusia, es únicamente a través de la guerra aérea uno de los dos podrá generar suficientes daños para lograr un acuerdo que le sea favorable».
Créditos imagen de portada: www.president.gov.ua
Conozco a Gonzalo Bustamante desde hace muchos años y siempre he admirado sus análisis. Sin embargo, discrepo con su última columna en CIPER, por lo que, en un espíritu de diálogo, presento mi análisis.
Imaginemos que, diez años después de la independencia de Argelia, Francia elige presidente a un antiguo oficial de los paracaidistas, como Jacques Massu. Tras 22 años, esta inicia una guerra para recuperar Argelia, prometiendo una rápida victoria.
Tres años y medio después, Francia solo ha logrado ocupar 20% de Argelia, su flota mediterránea ha sido o hundida o tuvo que refugiarse en los puertos del Atlántico. Francia, que inicialmente trató de bloquear el acceso al mar de Argelia, se vio forzada a levantarlo. Paralelamente, Argelia bombardea a diario las instalaciones industriales y energéticas francesas. En tierra, en el último año las tropas francesas solo han logrado apoderarse de un 1 % de Argelia.
Ante este escenario, nadie hablaría de una victoria francesa, pero si cambiamos Francia por Rusia muchos hablan de una victoria de esta.
Las causas son una idealización del poder ruso, una propaganda de este régimen oligárquico extremadamente efectiva, una distorsión y una fascinación hacia la geografía euroasiática, y una creencia ahistórica respecto a la invencibilidad rusa. Estas percepciones han conducido a percepciones irracionales en Occidente.
La primera es considerar a Rusia como una gran potencia: no lo es. Tras tres años y medio de guerra, su ejército ha sido incapaz de doblegar a Ucrania. Su población es de 144 millones. Económicamente, el PIB de la Unión Europea más el Reino Unido es 11,5 veces superior. Su Estado se financia por la venta de hidrocarburos, costeando con ello los lujos de los oligarcas y el clientelismo que asegura su supervivencia. Tras haber invertido miles de millones de dólares para mantener a Assad, Putin fue incapaz de movilizar fuerzas suficientes para salvarlo de la ofensiva rebelde a fines de 2024. Solo a nivel nuclear Rusia puede reivindicar un estatus de gran potencia. En todas las demás áreas, Rusia es una potencia media.
Este error ha llevado a que la causa más profunda de la guerra sea apenas mencionada, pese a que es la única que puede explicar coherentemente su desarrollo.
En cambio, se argumenta que Rusia fue humillada en los años 90. Pero ¿por qué lo fue? ¿Por qué los países de Europa del Este eligieron democráticamente sus gobiernos? ¿Por qué son soberanos en su política exterior? Volviendo a la analogía con Francia, sería equivalente a afirmar que, tras las independencias de las antiguas colonias africanas, esta fue humillada, y que tendría derecho a volver a apoderarse de su territorio.
También se menciona la ampliación de la OTAN. Como escribe Gonzalo Bustamante: “Para Moscú, la perspectiva de misiles de la OTAN a escasos kilómetros de sus fronteras no representaba una abstracción geopolítica, sino una amenaza existencial tangible”. Pero los hechos desmienten esta afirmación. La alianza, desde su fundación, tiene entre sus miembros a Noruega, fronteriza con Rusia. Desde 2022 se integraron Suecia y Finlandia. Esta última está mucho más cerca de las principales ciudades rusas, en especial de San Petersburgo, que Ucrania. Esta ampliación no generó reacción alguna de Rusia. Entonces la presencia de misiles de la OTAN a kilómetros de sus fronteras no es percibida por Rusia como una amenaza existencial.
Ya que la causa de la guerra es la voluntad imperial de la oligarquía rusa, esta busca que Rusia vuelve a ser una gran potencia a través de la expansión territorial. Como suele pasar en el imaginario militarista, a la vez exalta la guerra y está obsesionada con una supuesta decadencia de sus enemigos y con el peligro de un contagio de esta decadencia. Putin múltiples veces ha mencionado que los cambios valóricos suponen una amenaza existencial para Rusia. Como Ucrania es una nación eslava, Putin ve estos cambios como una amenaza directa a la nación rusa y postula la guerra como una regeneración de su patria purgada de estos elementos “degenerados”.
Los círculos académicos, desde su racionalismo materialista, no conciben que la causa de la guerra se deba más a los cambios de valores sociales y una visión romántica militarista, que en nociones de gran estrategia geopolítica. Hace ya casi veinte años Richard Ned Lebow en A Cultural Theory of International Relations advirtió que el realismo ha subestimado sistemáticamente estos elementos, siendo el realismo incapaz de explicar las causas y el desarrollo de las guerras.
La visión del mundo de la dirigencia rusa tiene un componente metafísico e ideológico: utilizando el léxico de R. R. Reno, habita en un mundo poblado por dioses fuertes, recurriendo a un imaginario tradicional ruso respecto a la Tercera Roma.
En un Occidente donde los valores posmodernos abundan, resulta muchas veces difícil creer que estas formas de habitar el mundo son explicativas de las acciones de los países. Pero la realidad es que la búsqueda de un Estado de bienestar materialista, dotado de una racionalidad funcional en una sociedad abierta, no constituye el único modelo social. El militarismo, los valores tradicionales, el sacrificio por la patria y la idea de una comunidad nacional amenazada por la decadencia son motivaciones poderosas.
Junto a esto, Putin niega la existencia de la nación ucraniana, emprendiendo una guerra genocida. Putin lo declaró explícitamente antes del inicio de las hostilidades. La política rusa de masacres diarias de civiles y el secuestro de decenas de miles de niños ucranianos para ser rusificados, ambos elementos que constituyen, según el derecho internacional, un genocidio, son coherentes a esta explicación. Esta guerra se asemeja a una recreación del Plan General del Este. Los paralelismos con ese horizonte totalitario, analizado tanto por Christian Ingrao como por Timothy Snyder, son dignos de estudio y aplicados con cautela, constituyen un marco explicativo de la política de la oligarquía rusa.
Para ella, la existencia de Ucrania y Bielorrusia es una catástrofe histórica que desangra el cuerpo y envenena el alma de Rusia. La existencia de una Ucrania independiente constituye la amenaza existencial para Rusia, según Putin.
La guerra es existencial tanto para Ucrania como para Rusia: la primera busca mantener su existencia como nación autónoma, y la segunda, negar esa autonomía. Raymond Aron, en Paz y guerra entre las naciones, señaló que esta tensión está en la base de las relaciones internacionales y que pretender explicarlas únicamente desde la lógica del poder del más fuerte, sin considerar la voluntad de autonomía del más débil, no ofrece una interpretación correcta de sus dinámicas. Aron, además, sostiene que resulta más legítima la resistencia del débil que la imposición del fuerte.
Gonzalo Bustamante también escribe que “los indicadores militares objetivos sugieren una correlación de fuerzas que favorece progresivamente al lado ruso” Este juicio debe ser matizado. Actualmente la guerra se desarrolla en tres campos de batalla:
–El marítimo: en el Mar Negro Ucrania ha obtenido una serie de victorias estratégicas, ya que ha logrado cumplir sus objetivos militares: mantener la navegación libre desde y hacia los puertos ucranianos e impedir un desembarco en Odesa. Rusia ha sido derrotada.
–En tierra: actualmente el ejército ruso tiene la iniciativa. Pero no ha perforado las defensas ucranianas ni ha conquistado territorios estratégicos. En los últimos 12 meses ha logrado ocupar menos del 1% del territorio ucraniano, a costa de la destrucción de los inmensos arsenales soviéticos. Debido a las características actuales del campo de batalla ninguno de los dos contendientes dispone hoy de las armas ni de las reservas necesarias para explotar estratégicamente una ruptura.
–En el aire: ambos bandos se enfrentan sin que ninguno monopolice la iniciativa. Rusia ha sido incapaz de aprovechar su mayor masa, ya que no ha conseguido obtener supremacía aérea. Ucrania, que en los primeros años de la guerra se limitó a impedir esa supremacía, ha ido desarrollando progresivamente medios ofensivos, con operaciones que cada mes generan mayores daños.
Rusia, gracias a la ayuda iraní, produce drones masivamente, complementados con misiles. Este armamento es utilizado para debilitar la industria ucraniana, junto a bombardeos indiscriminados que buscan aterrorizar a la población civil —otro crimen de guerra más cometido por el ejército ruso—. Ucrania, en cambio, ataca la infraestructura energética rusa, principalmente las refinerías. En agosto redujo en al menos un 14% la capacidad de refinación de petróleo. Si Ucrania consigue mantener este ritmo de ataques, las perspectivas para la industria rusa, su población —que ya empieza a sufrir desabastecimiento de gasolina— y sus capacidades económicas serán muy negativas.
Por esto es el aire el campo decisivo actual de la guerra y su resultado está abierto.
¿Por qué la guerra ha llegado a este nivel? En parte, por los errores estratégicos de Occidente. En general su estrategia tiene dos objetivos incompatibles: evitar la derrota ucraniana y evitar la derrota rusa. Han armado a Ucrania principalmente con armas defensivas de corto alcance, pero sin entregarle armamentos ofensivos importantes. A modo de ejemplo, hasta la fecha Alemania no ha entregado misiles Taurus.
En cambio, la ayuda entregada por los aliados de Rusia a esta es muy superior. Los aliados occidentales han entregado un poco más de cinco millones de obuses de 155 mm desde el inicio de la guerra, Corea del Norte al menos doce millones a Rusia.
En este ítem, la trayectoria de ambos países va en direcciones opuestas. Al inicio de la guerra, casi todo el armamento ucraniano provenía de sus aliados, al contrario del ruso. Progresivamente, esto ha ido cambiando. Hoy en día Rusia depende del apoyo norcoreano, chino e iraní para la mayoría de sus armamentos.
En cambio, Ucrania ha desarrollado su propia industria. Al inicio de la guerra, menos de un 10% de sus necesidades eran satisfechas por esta, hoy al menos un tercio, y al final del año podría llegar a la mitad.
Gracias a estos desarrollos, Ucrania ha podido generar sus propios medios para ganar la guerra aérea. Los nuevos drones y misiles ucranianos, si logran producirse en masa, pueden infligir un daño irreparable al sector energético ruso.
Como esta guerra no terminará con la capitulación de ninguno de los dos bandos, ya que ni Rusia tiene las capacidades para conquistar Ucrania, ni Ucrania las tiene para conquistar Rusia, es únicamente a través de la guerra aérea uno de los dos podrá generar suficientes daños para lograr un acuerdo que le sea favorable.
En lo que concierne la economía rusa, es el gasto militar lo que ha permitido mantenerla a flote, ya que todos los otros sectores están en recesión, acumulando cada vez mayores tensiones. Dornbusch ya lo advirtió: “En economía, las cosas tardan más en ocurrir de lo que piensas, y luego suceden mucho más rápido de lo que creías posible”. Al atacar la industria energética, Ucrania puede empujar a Rusia a un acuerdo de paz que le permita mantener su autonomía.
Si Ucrania fracasa en este intento y se le impone un tratado, la columna de Pablo Caro ya advirtió de sus peligros. Junto con esto, aumentaría el peligro de la proliferación nuclear.
Por último, un sistema de grandes potencias es incapaz de hacer frente a los problemas actuales. El cambio climático y el rol que ha jugado Rusia para frenar y desestabilizar los acuerdos al respecto, al mismo tiempo que financia partidos “clima escépticos” y difunde fake news sobre la ciencia y los científicos que alertan de sus peligros, muestran el peligro de su régimen oligárquico. También el bloqueo de parte de Rusia y otros regímenes oligárquicos al tratado para reducir la contaminación de plásticos, prueban que el orden internacional propuesto desde el realismo no es capaz de enfrentar las amenazas del antropoceno.
Como lo indica Lebow, la anarquía en las relaciones internacionales no es natural, sino que está construida por los propios Estados. Es posible construir otra anarquía, una en la cual la sexta extinción masiva puede ser evitada. Dentro de los mil pasos para hacerlo, uno de ellos consiste en la victoria de Ucrania y la derrota de la ideología étnico-nacionalista de la oligarquía del Kremlin.