CIPER PUBLICA EL PRIMER CAPÍTULO DEL LIBRO DE LOS PERIODISTAS AMANDA MARTON Y FELIPE GONZÁLEZ
Extracto del libro “Kast. La ultraderecha a la chilena”
30.05.2025
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CIPER PUBLICA EL PRIMER CAPÍTULO DEL LIBRO DE LOS PERIODISTAS AMANDA MARTON Y FELIPE GONZÁLEZ
30.05.2025
Escrito por los periodistas Amanda Marton y Felipe González, el libro “Kast. La ultraderecha a la chilena” (Ediciones B, sello de Penguin Random House) aborda aspectos poco conocidos de la trayectoria y el proyecto político del presidenciable José Antonio Kast. A través de entrevistas con aliados y adversarios, los autores iluminan su rápido ascenso hasta consolidarse como una de las figuras más importantes de la derecha chilena y cómo el revés que sufrió en el segundo proceso constitucional puso en jaque su proyecto, al abrir las puertas a liderazgos aún más radicales. CIPER ofrece a sus lectores el primer capítulo del volumen, el que muestra cómo Kast desafió en 2008 a los “coroneles” de la UDI cuando intentó tomar el timón de ese partido, hito inicial de su carrera para convertirse en abanderado de los grupos más conservadores de la derecha. A partir de este lunes 2 de junio el texto estará disponible en todas las librerías.
El primer intento de tomarse el partido se había hecho público y había dejado a todos con la boca abierta. En una tienda acostumbrada a que las decisiones las tomaran los «coroneles», el grupo fundador y controlador del gremialismo (Jovino Novoa, Pablo Longueira, Andrés Chadwick y Juan Antonio Coloma), las cosas no se hacían así. Las cosas se conversaban, se arreglaban entre los de siempre; a lo más, se debatían en alguno que otro consejo político, pero jamás se mostraba el desorden para afuera, ni menos las disputas de poder se ventilaban por los diarios. Hasta ese día.
La prensa se agolpaba en el primer piso de la casona blanca de la calle Suecia 286, la tradicional y solemne sede del partido. Periodistas y camarógrafos esperaban inquietos, ansiosos y apretados un punto de prensa del saliente presidente de la UDI, Hernán Larraín Fernández, quien dirigió el partido entre 2006 y 2008. Fue el primer presidente de la historia de la tienda que no era parte del núcleo de los fundadores y el primero que decidió que no iba a renovar su mandato.
Larraín se encontraba en su oficina en el segundo piso junto con su secretario general, el diputado Darío Paya, meditando qué declarar mientras el resto de la casona estaba en vilo. Es un hombre de semblante tranquilo, hablar pausado y de movimientos sutiles, pero en ese entonces caminaba agitado y pensativo de lado a lado, ideando cómo bajar a explicar por qué dejaba el poder justo cuando el partido recibía cuestionamientos por corrupción en los municipios de Viña del Mar, Recoleta y Huechuraba y, más trascendente aún, justo cuando por primera vez desde el retorno a la democracia la derecha veía con realismo que podía llegar a La Moneda en 2010. Lo había comunicado a la militancia horas antes en una carta que leyó emocionado ante la mesa directiva, la comisión política y dirigentes del partido, y llevaba días intentando ser convencido por los coroneles de que no lo hiciera. Pero lo hizo. Sus rencillas con Pablo Longueira, la desconfianza que sentía de parte de los fundadores y la contingencia, cada vez más crispada, le habían pasado la cuenta. Estaba agotado.
Felipe González Mac-Conell, periodista autor del libro (Créditos: Bastián Cifuentes)
Como era la tradición, no habría elecciones internas y su sucesor sería escogido entre los cuatro senadores del núcleo fuerte del partido. Lo más probable era que el siguiente en ocupar el cargo fuera el senador Juan Antonio Coloma, pero el nombramiento aún no había sido zanjado por los padres fundadores.
En medio del caos, la entonces jefa de prensa del partido, Lily Zúñiga, quien comenzaba su carrera y aún miraba con respeto, timidez y distancia a los altos dirigentes de la UDI, entró rauda a la oficina de Larraín con La Segunda de esa tarde de viernes bajo el brazo. No sabía cómo se lo diría, pero tenía que hacerlo.
Larraín tomó el diario, le dio una mirada rápida y quedó blanco. Sus ojos se abrieron sin dar crédito a lo que leía, retrocedió unos pasos y se sentó en su escritorio, apoyando la cabeza en su mano izquierda. Darío Paya se paró a su lado, se inclinó sobre la página e intentó calmar al aún presidente del partido más importante de la derecha conservadora.
Hoy, exministros, exparlamentarios y dirigentes históricos del gremialismo ven, con la claridad de la distancia, que ese fue el momento en que partió todo, que el 30 de mayo del 2008 José Antonio Kast dejó de ser un diputado cualquiera, uno de los más de treinta que tenía la UDI. Fue un manifiesto generacional, dicen algunos. Otros, cercanos suyos, opinan que ahí aprendió que nadie entrega el poder de forma voluntaria y que si realmente se quiere gobernar, hay que ir a tomárselo a la fuerza, aunque incomode, aunque dividas a los tuyos, aunque no te acompañe nadie. Incluso, quienes lo conocen bien dicen que esa tarde otoñal del 2008, Kast lanzó su candidatura presidencial, no porque ya tuviera su vista en el sillón de O’Higgins que tanto le obsesionaría años más tarde, sino que porque ahí mostró el germen del carácter que lo llevaría años después a aspirar a La Moneda.
Ese día, en un partido acostumbrado a que los viejos, los cuatro coroneles, designaran a dedo a quien comandaba el partido, Kast dio un paso al frente y dio una entrevista a La Segunda sin conversarlo antes ni con Longueira, ni con Coloma, ni con Novoa, ni con Chadwick.
«Kast, lanzado: “Mi candidatura a la presidencia de la UDI es hasta el final”», se leía en letras grandes en la portada del vespertino.
En una entrevista de una página entera, el diputado de cuarenta y dos años, que hasta ese entonces solo resaltaba por sus posiciones duras en asuntos valóricos, apuntaba sin anestesia contra la dirigencia y subía su apuesta: «Me encantaría ser presidente de la UDI. Estoy proponiéndole a muchas personas dentro del partido que demos un golpe a la cátedra y que nos juguemos por un ideal joven y renovado».
En sus palabras, estaba dispuesto a competir y a llegar hasta el final, aunque eso rompiera con la tradición de la cartera, aunque eso ventilara que en ese partido en apariencia monolítico había otras fuerzas en ebullición y listas para salir a la luz. Quería comandar y arrebatarle el poder de las manos a los que ostentaban el control del gremialismo, a los que se arrogaban la herencia del fundador Jaime Guzmán, a los respetados, temidos y ensalzados coroneles.
La operación, que llevaba un tiempo cocinándose en las sombras de los rincones más duros de la UDI, se ponía en marcha. Y tenía ambiciones más grandes aún.
Unas ambiciones que se mantienen intactas en 2025.
[…]
***
Quienes conocen de cerca a Kast saben que la fuerza que lo motivó a disputar el poder en la UDI no partió en los pasillos del Congreso, donde se había hecho de cierta influencia como jefe de bancada ese año; ni tampoco en su distrito, en el que representaba a las comunas de San Bernardo, Calera de Tango, Buin y Paine, donde había sido escogido hace años por Pablo Longueira para ser su heredero; ni menos en su afán por inspirar a jóvenes liderazgos conservadores de la Fundación Jaime Guzmán. Quienes lo conocen saben que esa fuerza se gestó en el living de una casa ubicada en la calle Alsacia, del barrio El Golf, de la comuna de Las Condes.
Esa casa era de Javier Leturia, fundador de la UDI e histórico gremialista cuya leyenda se remonta a los tiempos en los que fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC) durante la Unidad Popular. Desde ese sitial lideró la primera manifestación estudiantil en contra del gobierno de Salvador Allende y envió una carta abierta a La Moneda exigiendo la renuncia del mandatario.
En la misiva, enviada el 3 de junio de 1973, la directiva de la FEUC realizaba un análisis en tono crítico sobre el derrotero del proyecto allendista:
«Es cierto que se ha mantenido en el país una fachada democrática que permite proyectar hacia el exterior una imagen de que aquí seguimos viviendo en un Estado de Derecho. Pero los chilenos sabemos que eso no es más que una careta. Detrás de ella está el rostro de un Gobierno que gradualmente trata de arrastrar a la nación hacia un régimen totalitario, de inspiración marxista leninista. Si hasta ahora no hemos caído definitivamente en él no ha sido ciertamente por una voluntad democrática de su Gobierno, que no existe, sino gracias a la tenaz lucha de la mayoría popular, que ha evitado que el marxismo tenga éxito en su pretensión de controlar la totalidad del poder».
«Cumpliendo con nuestro deber, encabezaremos al estudiantado de la Universidad Católica en las acciones que la situación descrita reclama de él, por drásticas que ellas deban ser. Junto con aprovechar estas líneas para hacérselo saber por anticipado y con franqueza, le pedimos que piense en la tremenda responsabilidad que Ud. contrae ante la historia y ante el pueblo de Chile, al continuar adelante en una acción de Gobierno que la mayoría repudia, que destruye la economía nacional, y que llena de odio la convivencia interna y que pone en peligro la seguridad exterior del país. Es inútil que Ud. pretenda ya quedar como un hombre que gobernó bien a Chile. Su desastre ya es definitivo. Pero todavía le queda a Ud. un último recurso: quedar como un hombre que, reconociendo su fracaso definitivo como gobernante, tuvo al menos el patriotismo de evitarle al país las peores consecuencias de sus desaciertos y atropellos. Quiera Dios que su conciencia le haga escoger este último camino».
En una entrevista que dio en el 2023 al medio Elpuclítico.cl, Javier Leturia declaró que, incluso, en la antesala del golpe, desde la FEUC ya anhelaban que después de la caída del gobierno de la Unidad Popular los militares tomaran el poder: «Fuimos los primeros, después vinieron muchos, en pedir oficialmente la renuncia de Allende.
Y no solo la renuncia, sino que el llamado a forjar una nueva institucionalidad después de la renuncia donde los militares, según considerábamos eran los únicos capaces de hacerse cargo de la situación con el vacío de poder que había: no había gobierno y el parlamento y la Corte Suprema no parecían garantes ni preparados para asumir. Sí, en el caos que había, las Fuerzas Armadas».
Se cuenta que siguió las primeras horas del golpe desde el departamento de Jaime Guzmán en la calle Galvarino Gallardo, ubicado entre Pedro de Valdivia y Ricardo Lyon. El fundador del gremialismo lo había reclutado cuando estudiaba en el colegio San Ignacio de Alonso Ovalle y se volvieron cercanos apenas Leturia entró a estudiar a la Universidad Católica.
Durante la dictadura, Leturia fue uno de los setenta y siete jóvenes que en la cumbre del cerro Chacarillas, en 1977, con antorchas en mano, le rindieron honores a Pinochet y le juraron lealtad. Incluso, en calidad de director de la Secretaría Nacional de la Juventud, leyó un discurso a modo de loa para el dictador que decía así:
«Porque pertenecemos a la civilización cristiana, creemos en el hombre, en su dignidad espiritual, en el respeto a sus derechos naturales y en su vocación trascendente. Sepa el señor presidente de la República, general de Ejército don Augusto Pinochet Ugarte, que la juventud lo acompaña y lo respalda de todo corazón, como símbolo que es de Chile y de nuestro 11 de septiembre. Sienta Ud., Excelentísimo señor, que una vez más ha querido estar junto a nosotros para alentarnos, que el Frente Juvenil, que la juventud chilena entera, también está diariamente junto a usted, aunque a veces nuestra voz sea el trabajo silencioso, pero siempre realizado con la mente puesta en Chile. La juventud está presente y de pie, porque Chile está en guerra con el imperialismo soviético. Y en las guerras, si bien subsiste la liberad del hombre para discrepar conforme a su recta razón, desaparece el derecho de los patriotas a ser neutrales. O se está a un lado o se está al otro. Y todo intento de situarse en el medio, por muchos esfuerzos y distinciones que se hagan para evitarlo, en el hecho atraviesa por la línea de combate». Leturia leyó su discurso ante Pinochet y setenta y seis otros jóvenes, entre quienes se encontraban Miguel Kast, hermano mayor de José Antonio; Joaquín Lavín, Cristián Larroulet, Andrés Chadwick, Juan Antonio Coloma, el humorista Coco Legrand y Antonio Vodanovic.
En sus años de estudiante, Leturia se acercó al gremialismo buscando que la religión permeara en la actividad política: «Trato de ser lo más católico que puedo: creo que en cada cosa hay un trasfondo religioso», declaraba en ese entonces, adelantando un punto de vista que lo acercaría a José Antonio Kast casi veinticinco años después.
Amanda Marton Ramaciotti, periodista autora del libro (Créditos: archivo personal)
Se jactaba de ser parte de los mejores amigos de Jaime Guzmán, con quien cenó la noche anterior a su asesinato. Tras dos candidaturas frustradas al Congreso a mediados de los noventa, desistió de tener un rol en primera línea en política y siguió influyendo desde lugares más alejados de los focos y los puntos de prensa. Desde ese lugar, Leturia vio en José Antonio Kast a un rostro, una figura mediática, un líder que podía tener arrastre entre las masas y portar frente a ellas las banderas del conservadurismo que dieron origen al gremialismo más químicamente puro: la vocación popular, la inspiración cristiana y la defensa del libre mercado.
A partir del 2007, Leturia comenzó a organizar tertulias con un selecto grupo de militantes todos los lunes en su casa en las que se discutía de política, de contingencia y, con una creciente indignación, sobre la conducción de la UDI.
«Son las primeras reuniones que captan ese malestar real de gente en la UDI preguntándose hacia dónde vamos. Habíamos sobrevivido al caso Spiniak, que se inició el 2003, estaba todo el malestar con las decisiones que tomó el partido, y, además, la paliza que fue para nosotros la derrota de Lavín del 2006 con Piñera», comenta un exparlamentario gremialista.
Además, la traumática candidatura de Lavín del 2006, en la que Piñera logró dar vuelta un consejo general de RN para que lo proclamaran a él como candidato presidencial en vez del entonces alcalde UDI, que era lo que había sido pactado entre los partidos de la Alianza, dejó heridas profundas en el partido.
En ese contexto de recriminaciones y de crisis interna, los comensales de Leturia veían con horror cómo el partido renunciaba a su origen dogmático en busca de apelar a las masas para llegar a La Moneda.
¿El objetivo de esas tertulias? «Tomarse la UDI», dice sin rodeos una fuente que conocía estas reuniones.
En el living de Leturia los comensales soñaban con una nueva derecha, una que no se acomplejara, que no hiciera el quite a sus vínculos con la dictadura y que, incluso, se enorgulleciera de ellos, que no sucumbiera a la tentación de ser un partido de masas con tal de dejar caer los dogmas cristianos, sino que buscara ser influyente desde un nicho capaz de ejercer presión. Algo parecido a la UDI de los primeros años de los noventa, y algo muy parecido a lo que hoy pregona el Partido Republicano.
«Buscaban tomarse la UDI aún desde adentro, siempre en torno a José Antonio Kast», dicen las fuentes. Estas reuniones, por cierto, se realizaban a espaldas del partido. Dentro del selecto grupo de invitados, nunca estuvieron los coroneles, ni nadie a quienes los asistentes sindicaran como parte de la decadencia del gremialismo.
Iban alrededor de diez a quince personas, entre ellos los abogados de la Universidad Católica Carlos Frontaura, Roberto Guerrero, Vicente Cordero, Max Pavez, Mario Correa y Cristián Irarrázaval. La mayoría de ellos se iría nueve años más tarde de la UDI para fundar, junto a José Antonio Kast, el Partido Republicano.
Ante la pregunta de por qué ese grupo apostaba por José Antonio Kast, las fuentes conocedoras del entramado que se gestaba en la casa de Leturia responden sin perderse: porque él tenía las ganas, la voluntad, la ambición y, más importante aún, la plata para dedicarse a ser el rostro del movimiento a tiempo completo.
«No es una persona muy locuaz ni muy encantadora, ni es un tipo de un carisma brutal. Pero era el que ponía la cara. Ningún otro quería hacerlo y él quería», señalan. Y la influencia de este grupo, en donde predominaban hombres y abogados de la Universidad Católica, comenzó a sentirse antes del desafío que hizo Kast a los coroneles y a la dirigencia de la UDI esa premonitora tarde de mayo del 2008.