Extracto del libro «Mecena$: historia del mecenazgo y el patrocinio cultural» del periodista Cristian Antoine
26.11.2025
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26.11.2025
En el marco de la Filsa 2025 que se realiza en el Centro Cultural Estación Mapocho, el periodista Cristian Antoine lanza su cuarto libro, titulado «Mecena$: historia del mecenazgo y el patrocinio cultural» , un recorrido histórico por la cultura y el arte desde la perspectiva de quienes hicieron posible el trabajo de los artistas gracias a creer en ellos y aportarles los recursos y la protección para realizar sus obras. A continuación, un extracto del capítulo «Proto Mecenazgo, los mecenas antes de Mecenas».
No he podido resistirme de usar el extraordinario título del libro escrito por Samuel Noah Kramer en el que se analiza la cultura y la historia de la civilización sumeria. La administración del poder y el control de las formas de expresión artísticas y culturales, como medio de legitimación social, partió en Mesopotamia. En las civilizaciones antiguas, el arte y la religión se concibieron como mecanismos de control social. El afianzamiento del poder del Estado sobre el ámbito de la cultura se vio reflejado en la adopción de decisiones financieras y legales. Muchas de ellas descansaron sobre la construcción de infraestructuras “culturales” con cargo al naciente poder estatal.
Las complejas interrelaciones religiosas y políticas que suponía el dominio de la escritura en las ciudades estado sumerias, no dejaron sino en breve tiempo en manos del Estado el financiamiento de su gestión, aunque en un principio, parece habrían estado bajo el control privado. “Las casas de las tabillas (edubba y en acadio bit tuppim) financiadas por los sacerdotes o comerciantes prosperaron sobre todo en la Edad del Bronce entre los años 3000 y 1200 a.C., en distintos puntos de Mesopotamia. En la tradición sumeria se habla de academias de escribas bajo la tercera dinastía de Ur y que también existieron en Nippur, todas patrocinadas y controladas por el propio Estado a través de los gobernadores locales”.
En el nacimiento de la civilización, el patrocinio de las artes se hizo común en los sistemas imperiales que dominaban las sociedades y controlaban una parte significativa de los recursos. Los gobernantes a menudo patrocinaban el arte para mejorar su prestigio y poder. Un ejemplo temprano de patrocinio artístico para crear legitimidad es probablemente el de Gudea, Señor de Lagash (2144 – 2124 a.C.), quien utilizó sus riquezas para emplear a los mejores artistas de su época a quienes encargó estatuas de retratos hechas de diorita, caliza y calcita, las cuales hoy se pueden encontrar en importantes museos (como el Louvre en París, Francia) como ejemplos del arte mesopotámico. Los historiadores creen que la “exquisita mano de obra” de las estatuas demuestra que una escuela de artistas floreció bajo el gobierno de Gudea.
Si bien Gudea fue gobernador de la ciudad-estado sumeria de Lagash, cuyo territorio incluía la antigua ciudad de Girsu, donde se encontró probablemente esta escultura, será Egipto, sin embargo, considerado el mejor modelo de centralización administrativa. En efecto, a lo largo del río Nilo, y en Mesopotamia, en las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates, fue donde se desarrollaron las primeras civilizaciones consideradas históricas. Más al oriente, procesos similares ocurrían en las riberas del río Amarillo.
Los rastros históricos de que disponemos suelen apuntar a que el financiamiento de las infraestructuras culturales pertenecía, en esta época, casi exclusivamente a la acción de los dignatarios del Estado. Por ejemplo, sabemos que Ramsés II (1304-1237 a.C.), el faraón que inspiró a Percy Bysshe Shelley su famoso soneto “Ozymandias”, mandó compilar los rollos de papiro disponibles en su época y creó una sorprendente biblioteca. Según el historiador Diodoro Sículo —uno de los primeros en intentar una narración universal de la historia y cuya obra fue muy influyente en la Edad Media y el Renacimiento—, en la entrada de esa biblioteca estaban escritas las palabras: “Lugar de la cura del alma”.
En Egipto están situadas también las primeras referencias a mujeres mecenas4. Durante milenios, las sociedades patriarcales de todo el mundo habían excluido a las mujeres de los roles de liderazgo tradicionales; sin embargo, como mecenas de las artes, las mujeres llegaron a ejercer un poder blando de manera creativa, como tendremos ocasión de analizarlo más adelante.
Desde los antiguos gobernantes mesopotámicos hasta los Rockefeller, los patrocinadores de las artes han sido una faceta a lo largo de la historia del arte. El patrocinio es el apoyo, el estímulo, el privilegio o la ayuda financiera que una persona u organización brinda a otra. En el ámbito del arte, el patrocinio a menudo es el apoyo financiero de artistas, pero en los últimos años ha evolucionado mucho más que solo el dinero.
El patrocinio ha existido durante más de cuatro mil años y a lo largo de ese tiempo, los patrocinadores han apoyado a los artistas por muchas razones, ya sea por prestigio, política o placer. A medida que las civilizaciones y sociedades evolucionaron, también lo hicieron los modelos de patrocinio.
Durante varios siglos, Grecia había estado siendo el centro más importante de la vida artística. El nombre de Museo, aplicado por primera vez a una institución, surgió, sin embargo, en territorio egipcio, en Alejandría precisamente, con la creación del Mouseión y la Biblioteca, que se estima se fundó a comienzos del siglo III a. C. por Ptolomeo I Sóter, y ampliada por su hijo Ptolomeo II Filadelfo.
Este último fue un renombrado mecenas cultural, atrayendo a su corte a poetas destacados como Teócrito (c. 310-c. 250 a. C.) y Calímaco (c. 305-c. 240 a. C.). Si bien Ptolomeo II patrocinó a los más grandes poetas helenísticos, quizás su legado cultural más importante fue su apoyo a la investigación científica y tecnológica. Ptolomeo fomentó dicha investigación a través del gran museo y biblioteca de Alejandría, que serían los pilares culturales de la tradición helenística durante el resto de la antigüedad. La concentración de talento atraído a Alejandría por el patrocinio real le dio a la ciudad un brillo que atrajo a intelectuales que no disfrutaban directamente de la generosidad de Ptolomeo. Un gran número de judíos aprovecharon los recursos de la ciudad y allí produjeron una versión griega de sus textos sagrados, lo que iniciaría el proceso de fusión entre las tradiciones judía y helenística. Ptolomeo disfrutó personalmente de los frutos artísticos de su patrocinio, pero también se benefició de maneras prácticas: figuras como el poeta Apolonio de Rodas le dieron consejos políticos, y sus ingenieros mejoraron constantemente la eficiencia tecnológica de la armada ptolemaica, lo que permitió que la flota siguiera siendo competitiva mientras Ptolomeo estaba ocupado en otro lugar.
En Egipto, el término mouseión se utilizaba también para la designación de un templo; pero en este caso no se ofrendó a deidades sino al conocimiento. Nascimento (1998) refiere con respecto al museo egipcio que se utilizó para definir un local de estudios, (una) especie de universidad, (un) centro de educación e irradiación de conocimiento.
Podría ser que el mecenazgo como institución se estableció entre los egipcios a raíz de la necesidad de financiar la Biblioteca de Alejandría. Es uno de los primeros casos en que el financiamiento se dirigió específicamente al sostenimiento de una institución cultural. Los estudios más modernos, atribuyen a Ptolomeo 1 Sóter la creación del Museo y también de la Biblioteca con la inestimable colaboración de Demetrio de Falero.7 Este griego, seguidor de la Escuela peripatética de Aristóteles, había sido tirano de Atenas y tras su destierro de la ciudad fue llamado por el rey egipcio como consejero y asesor cultural hacia el año 297 a.C. Mary Beard en La Herencia viva de los Clásicos (2013) anota que “la famosa biblioteca, que albergaba la mayor colección de textos antiguos jamás reunida, se encontraba cerca del palacio real, y justo al lado del Musaeum (el lugar de las musas), una especie de jardines relajantes, de instituto de investigación y de club social, todo en uno”.
Fue un general de Alejandro, Ptolomeo I Soter (305-282) quien fundó la Biblioteca y el Museo en 295, gracias al consejo de los sabios griegos Eudoxio, Demetrio de Falero, su primer director y bibliotecario, y del propio Aristóteles (Aristóteles había sido, en la corte de Filipo II el tutor del joven Alejandro buscando y esponsorizando la comunidad intelectual al uso de la escuela aristotélica, lo que enfatiza la conexión y similitud entre él mismo y Alejandro), de quien afirma Estrabón que enseñó a los Ptolomeos a formar su Biblioteca, bajo la forma clásica de un gymnasium y sus anexos. Más tarde colaboró Estratón de Lampsaco, preceptor del príncipe heredero Ptolomeo Filadelfo, que luego sucedió a Teofrasto como escolarca del Liceo.
Se sabe que en todas las grandes ciudades griegas había bibliotecas. Irene Vallejos, en su inigualable El Infinito en un Junco, menciona la existencia de una biblioteca en la isla de Cos, cerca de Turquía. “Ha sobrevivido un fragmento de la inscripción que enumera una serie de donaciones privadas. Un padre y su hijo sufragaron el edificio y además donaron cien dracmas. Otras cuatro personas regalaron 200 dracmas y cien libros cada una. Dos más aportaron 200 dracmas. El dinero estaría destinado a comprar libros”.
Pero fue la de Alejandría la que sería inmortal.
El núcleo de la alejandrina era su colección de libros (Lámina 1). Los organizadores escudriñaron todas las culturas y lenguajes del mundo. Enviaron agentes al exterior para comprar bibliotecas. Los buques de comercio que arribaban a Alejandría eran registrados por la policía, y no en busca de contrabando, sino de libros. Los rollos se confiscaban, copiaban y devolvían luego a sus propietarios. Es difícil de estimar el número preciso de libros, pero parece probable que en la época de Ptolomeo I llegara a los 200 mil volúmenes y en la época de Ptolomeo II llegó a 40 mil volúmenes. Cuando llegó Cesar a Egipto en el año 48 a. C., el número se aumentó 700 mil. Marco Antonio ofreció a Cleopatra 200 mil volúmenes de la Biblioteca del Pérgamo. Finalmente, el número de los libros llegó a 900 mil ejemplares.
El Museo de Alejandría poseía una segunda biblioteca donde depositaba los fondos sobrantes de la biblioteca principal. Estaba ubicada en el templo de Serapis, fundado por Ptolomeo III y se conoció como Serapeo. Sirvió de puente entre la cultura egipcia y la cultura griega, y se convirtió en centro de investigaciones científicas tras la destrucción del Museo. Fue clausurado y destruido tras los edictos del emperador Teodosio I contra la cultura pagana en 391 d.C.
Tras el año 30 a.C., Egipto se anexó al imperio romano. Alejandría dejó de ser su capital para convertirse -en palabras de Irene Vallejo- “en periferia de la nueva globalización”. La responsabilidad de seguir financiando la biblioteca pasó de los Ptolomeos a los emperadores romanos. Por años el museo y la biblioteca lograron sortear las vicisitudes dinásticas, pero se hizo evidente que los mejores tiempos eran ya cosa del pasado. Los emperadores no tenían mucho interés en financiar los gastos egipcios en instalaciones culturales, aunque los hubo muy generosos como Adriano, pero conviven con otros terribles como Caracalla que mandó prender fuego al Museo. Finalmente, llegó una época de saqueos y destrucción que terminó por borrar de la memoria de la humanidad a la gran Biblioteca, la misma que había logrado preservar el saber durante siglos.
Los sistemas de patrocinio continuaron desempeñando un papel importante en el tejido social en la antigüedad, en la cual solo un pequeño porcentaje de la población controlaba la mayoría de la riqueza y el poder. En la antigua China, por ejemplo, durante el período de los Estados Combatientes y las dinastías gobernantes sucesivas, se desarrolló una gran clase mercantil en una sociedad feudal.Tanto las cortes imperiales como los prósperos comerciantes comenzaron a patrocinar la creación de arte figurativo siguiendo los ideales confucianos. En Occidente, los períodos Arcaico y Clásico de la antigua Grecia vieron el establecimiento de sistemas de patrocinio por parte del estado para que los artistas crearan obras que evocaran lealtad a la polis y sus oligarquías. En las sociedades mediterráneas, especialmente en Atenas durante el período de Pericles (siglo V a.C.) y en la Roma Republicana e Imperial (siglos V a.C. a VI d.C.), era común celebrar a la clase gobernante a través del patrocinio artístico. A cambio de sus servicios, los artistas recibían regalos, dinero e incluso cargos oficiales gubernamentales. El patrocinio por parte de las secciones gobernantes de la sociedad también se dirigía a celebrar a las deidades e invocar su favor para su patrón. Desde el arte funerario de la dinastía Han en China (siglos III a.C. a III d.C.) hasta la construcción de la estatua de Atenea Partenos en Atenas, el arte religioso celebraba tanto a la deidad como al patrón, ya sea el emperador o la ciudad-estado.
Probablemente en Grecia el inicio de las experiencias de financiamiento de la cultura tuvo lugar desde el momento en que en las ciudades estado del archipiélago se asumió como responsabilidad del gobierno (cualquiera fuera su forma) el favorecer ciertas prácticas artísticas y/o deportivas entre la población. Durante siglos, Grecia fue el centro más importante de la vida artística del mundo conocido. Las fuentes disponibles afirman que en la Atenas del siglo V a.C. existía ya una Pinacoteca que reunía pintura, escultura, trofeos, estandartes, bienes que donaban los fieles, y que puede considerarse la primera galería de arte. Se sabe también que los comerciantes pagaban a los atletas para que participaren en las Olimpíadas con sus colores representados en sus tiendas.
El patrocinio artístico desempeñó un papel crucial en la promoción del poder y la religión en estas sociedades antiguas, y ayudó a establecer y mantener el orden social y político.
Fue en la sociedad griega, con su noción del ciudadano, de la individualidad que celebraba el genio de escultores, escritores, filósofos, ceramistas que firmaban sus obras, de legisladores y creadores de partidos en la lucha donde nació el mecenazgo cultural. La mayoría de las funciones artísticas estaban a cargo de ciudadanos que se ganaban la vida en los oficios artesanos. Había artistas que trabajaban en el mercado local literario, otros que recibían encargos y otros que se presentaban a certámenes y concursos, aunque los premios de estos eran magros, como una corona de laurel. Los poetas habitualmente eran ricos y escribían por divertimento.
Es este ambiente donde surgió el mecenazgo. Desde el momento en que surgieron los grandes profesionales de las artes, los artistas griegos fueron requiriendo mayores apoyos a su tarea. Ya no eran empleados de los reyes, eran independientes, pero para vivir necesitaban el apoyo de los poderosos. Y estos, para su gloria, necesitaban el de ellos. Así fue como nació el mecenazgo.
Las primeras formas de patrocinio aparecen entre los reyes homéricos que llenan con honores y dones a los cantantes y músicos itinerantes profesionales que van de palacio o que están oficialmente apegados a ellos. La epopeya homérica nos dice que Agamenón y Ulises tenían a su lado un bardo designado con quien trataban numerosos aspectos.
En el siglo VI a.C., los tiranos griegos ejecutaban en sus ciudades numerosas obras de utilidad pública o embellecimiento. Su finalidad era dar trabajo a los artesanos, para facilitar la vida material de los ciudadanos y adjuntar su nombre a las obras, pues sabían que el arte es imperecedero. Competían en la emulación por quienes entre ellos destacaban en la construcción de monumentos o la búsqueda de poetas líricos, arquitectos y escultores talentosos. Moses Hadas (1987), en su muy valioso ensayo sobre la cultura clásica, nos comenta que, en los inicios de la edad clásica, los tiranos de varias ciudades griegas, sobre todo los de Sicilia y los Pisistrátidas de Atenas, se rodeaban de hombres de letras. Y sabemos qué poetas como Arion, Alcmán, Píndaro, Baquílides y Simónides, recibían encargos y ayuda a escala principesca. Pausanias, quizá basándose en las condiciones que prevalecían en su época, daba por hecho que el mecenazgo había existido siempre.
En Grecia, las obras eran encargadas por la comunidad a través de sus órganos de gobierno. Eran obras que todos podían disfrutar, puesto que su finalidad era de ser “mobiliario urbano”: templos, termas, pórticos, teatros… El artista griego era un artesano que habitualmente firmaba sus obras. Los artistas eran conocidos a través de sus objetos y se les hacía otros encargos en toda la Hélade. Poco a poco se fueron organizando en sociedades pregremiales.
El desarrollo de una clase mercantil que asciende a la nobleza, muy rica, constituida por comerciantes prósperos que ven en el financiamiento de espectáculos y artistas, tal como los príncipes del Renacimiento, una manera eficiente de hacer olvidar la ilegitimidad de su poder es un aspecto que hay que resaltar18. El siglo V a.C. es el del esplendor de la Grecia clásica y de su tragedia. Si bien el Estado de estirpes había dejado paso a la conformación de instituciones formalmente democráticas, el predominio de la aristocracia no había sido desplazado. Según Hauser (1976) tanto los filósofos como los poetas, independientemente de que muchos de ellos provenían de la clase mercantil, apoyaban a la nobleza. Tres dramaturgos se consideran los máximos exponentes de la tragedia clásica. Esquilo, Sófocles y Eurípides. Fueron contemporáneos y compitieron en contadas ocasiones uno contra otros durante los concursos trágicos. Dichos concursos, organizados por el Estado, tenían una clara reglamentación. La cantidad de poetas que podían concursar por festividad eran tres, y cada uno -si bien con el tiempo sufrió algunos cambios- participaba con tres tragedias y un drama satírico. Cuando las tragedias tenían contigüidad unas con otras, se las denominaba tetralogía, aunque no era de carácter obligatorio.
La aparición del mecenazgo clásico estuvo vinculada también con la presencia de artistas libres, poetas como Hesíodo o Arquíloco, escritores como Heródoto y Tucídides, Catulo y los neotéricos en Roma, Tácito. El mecenazgo estuvo unido en sus comienzos griegos a la invitación hecha a personajes notables por reyes y aristócratas.
En la Atenas de Pericles encontramos algo semejante, aunque en ninguna parte se nos hable de dinero: el círculo de Pericles, en torno al gran gobernante de quien Tucídides dijo (II 65) que Atenas era una democracia de nombre, pero en realidad un imperio del primer ciudadano.Atenas absorbía a los intelectuales de Grecia. Venían como mariposas a la luz. Allí estaban los sofistas –Protágoras, Pródico, Hipias–, que se ganaban bien la vida enseñando retórica. Igual Gorgias, que llegó algo más tarde como embajador de Leontinos. Filósofos como Anaxágoras y Diógenes de Apolonia, ignoramos sus medios de vida. Un músico como Damón, un profesional, igual que el escultor Fidias y Metón el astrónomo.
No eran «invitados» en el sentido en que lo eran los de los reyes y dignatarios, pero formaban un círculo intelectual, al que podían acercarse Sócrates y otros más, hombres y bellas heteras. El caso es que, prescindiendo del tema económico, tenemos ya el prototipo del que será conocido en Roma siglos más tarde como círculo de Mecenas y, a la larga, de círculos renacentistas como la Academia platónica de Florencia.
Los griegos representaron, desde el siglo VII a. C. y aún antes, dice Rodríguez Adrados (p.21), un nuevo modelo social y político. Antes, los reinos micénicos eran monarquías teocráticas centralizadas. Burocráticas en grado sumo. Junto al rey había diversos funcionarios, una serie de personajes entre religiosos y civiles –no existía una distinción– que recibían del rey recompensas, habitualmente en tierras para sembrar o grano para la siembra, en medida dependiente de la jerarquía. Había funcionarios de muy diversos tipos, incluidos los cobradores de impuestos, los pastores, los que daban la materia bruta a las tejedoras o los broncistas, etc.
Hauser cree ver en las prácticas de la tiranía, con unos comerciantes muy ricos que muestran su esplendidez rodeándose de atractivos artísticos como protagonistas, los precursores de los príncipes del Renacimiento, algo así como los primeros Médici. Lo mismo que los usurpadores del poder en el Renacimiento italiano, también los tiranos griegos tienen que hacer olvidar, […] la ilegitimidad de su poder, agrega.
El artista ya no depende del sacerdote y no está bajo su tutela ni recibe encargos de él. Sus patronos son los tiranos, las ciudades y los particulares ricos. Encontramos aquí una idea completamente nueva del arte; el arte no es ya un medio para un fin; es un fin y objetivo en sí mismo. Del conocimiento práctico nace la investigación desinteresada; los medios para dominar la naturaleza se convierten en métodos para descubrir una verdad abstracta. Y así el arte, que era solamente un elemento de magia y de culto, se vuelve forma pura, autónoma, desinteresada, arte por el arte y por la belleza. Es cierto que había artistas en el período, pero no se les distinguía con nitidez del resto de los artesanos. Solían trabajar en el mercado local, podían salir de su ciudad ocasionalmente, así algunos eran esencialmente viajeros, ganaban premios en concursos y juegos, no era extraño que recibieran encargos. Los premios en los Juegos eran magros, a lo mejor una corona de laurel o un cántaro de aceite. Sabemos de un poeta –Arquíloco- que se ganaba el pan y el vino, como él dice, «apoyado en la lanza». Otros iban de certamen en certamen, como el ciego de Quíos del Himnos a Apolo. O eran ricos y la poesía era para ellos un «divertimento».
Para Rodríguez Adrados ese fue el espacio que comenzó a llenar el mecenazgo. Apareció como respuesta a una necesidad desde el momento en que surgieron grandes profesionales de las artes y las ciencias que necesitaban un apoyo a su tarea, y que vivían por su cuenta, ya no eran empleados de los reyes, eran independientes, pero para vivir necesitaban el apoyo de los poderosos –y estos, para su gloria, necesitaban el de ellos. Así nació el mecenazgo.
Capo Editores, 444 páginas.