Chile después de PISA
12.12.2013
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
12.12.2013
Los resultados de la Prueba PISA 2012 han dejado interesantes discusiones sobre políticas y prácticas educativas tanto en Chile como en otros países que participaron en esta evaluación. Así, por ejemplo, existen naciones que sostenidamente muestran buen desempeño, pero que han sufrido algunos tropiezos (Finlandia, Canadá); y otros cuyo rendimiento se ha estancado a pesar de sucesivas reformas (Inglaterra, Estados Unidos). Por otra parte, los países asiáticos (Singapur, Corea del Sur, además de Shanghai y Hong Kong en China) han mostrado un consistente avance en el rendimiento de sus estudiantes en evaluaciones internacionales. Mientras, en Latinoamérica, se mantiene la tendencia de bajo rendimiento en un grupo de países con baja inversión en educación, una profesión docente debilitada y escuelas en precarias condiciones. Este grupo, por primera vez, es liderado por Chile.
Considero que el valor de evaluaciones internacionales como PISA está más allá de los resultados de aprendizaje que reporta y cómo estos son interpretados. La principal contribución reside en las discusiones internas que gatilla respecto de la capacidad de las políticas públicas en educación para promover más y mejores oportunidades de aprendizaje entre niños y jóvenes.
Al respecto, PISA entrega información sobre los sistemas escolares evaluados que es complementaria con los resultados de los estudiantes en los test. Los factores que explicarían que en Chile la mitad de nuestros jóvenes no alcancen el nivel mínimo en matemáticas, que un tercio no logre el nivel mínimo en lenguaje y ciencias, y que exista un fuerte sesgo de género en sus resultados, responden principalmente al peso del nivel socioeconómico en el rendimiento de nuestros estudiantes y a la alta segregación de nuestro sistema escolar.
Pero, ¿qué hacemos con esta información? En este punto resulta tentador para la clase política e investigadores identificar aquellos sistemas educativos que muestran alto desempeño y adaptar (o adoptar) sus “recetas” o políticas. En este caso, la evidencia mostraría que los países asiáticos debiesen ser nuestro horizonte. Sin embargo, ello sería un tremendo error si consideramos que las políticas de estandarización, competencia entre escuelas y la asfixiante frecuencia de evaluaciones en estos países han generado serias críticas internas al convertir a sus jóvenes en excelentes “tomadores de pruebas” (test-takers) más que en hábiles aprendices.
Más aún, en un sistema como el nuestro, altamente segregado y con un fuerte predominio del nivel socioeconómico en los resultados de los estudiantes, no sirve seguir ese tipo de modelos. Nuestro problema no es precisamente la falta de evaluaciones estandarizadas (y la consiguiente presión externa sobre las escuelas por medidas de accountability asociadas a resultados SIMCE) o de competencia entre escuelas, sino todo lo contrario. Ambas medidas han sido protagonistas de las ultimas tres décadas de nuestro sistema educativo y no nos han llevado más lejos que donde nos encontramos actualmente a nivel internacional.
Para superar nuestro nivel actual, el mensaje de PISA es claro: el foco debe ser mejorar en equidad y romper de una vez y para siempre la relación entre nivel socioeconómico y resultados de aprendizaje. Para ello es posible tomar algunas lecciones de otros países que han sostenido un buen desempeño, como Finlandia, Canadá, Holanda o Nueva Zelandia.
Todos esos países mencionados han puesto el foco en lograr que todos sus estudiantes, sin importar las condiciones familiares y sociales de origen, puedan aprender. Sus estrategias han sido variadas, pero se aprecian algunos elementos comunes: formación inicial docente profesional y exigente que resulte atractiva para los jóvenes más talentosos; una carrera docente bien remunerada y que promueva el aprendizaje permanente de los profesores; fuerte inversión pública en la educación parvularia y escolar con énfasis en los grupos más desaventajados; un currículum exigente pero flexible para que pueda ser desarrollado por los docentes en sus escuelas y aulas. Por último pero no menos importante, sistemas comprehensivos de evaluación del desempeño de las escuelas cuya función prioritaria es proveer información útil para el mejoramiento escolar.
Una nota de cautela: debemos tener presente que nuestra meta no puede reducirse exclusivamente a escalar en el ranking internacional que se construye a partir de PISA u otras evaluaciones similares. El cambio que Chile necesita en educación va más allá del puntaje en una prueba específica. Por ello, no basta con adaptar a nuestro contexto los factores que la evidencia internacional destaca sobre sistemas educativos exitosos; ninguno de ellos es una ‘bala de plata’ para lograr equidad en educación. Es necesario mirar de forma crítica a la investigación y evidencia nacional al respecto, considerando aspectos técnicos y prácticos pero sin dejar de lado la dimensión política, ética e ideológica de la educación.
En concreto, requerimos de transformaciones a mediano plazo en la política educativa que pongan acento en terminar con mecanismos como: la selección de estudiantes por capacidad de pago de sus familias (financiamiento compartido) o por su habilidad académica, lo que mantiene la segregación en el sistema; las medidas punitivas por bajo desempeño contra escuelas y profesores que trabajan en condiciones precarias, los cuales lo que más requieren es apoyo; la simcificación de la enseñanza, que ha llevado a desarrollar un curriculum saturado de contenidos pero estrecho en cuanto al desarrollo de habilidades de pensamiento en los estudiantes; y la competencia entre escuelas, la cual obstaculiza el desarrollo de colaboración y aprendizaje profesional.
Si logramos concretar estos cambios, podremos observar una mejora en los resultados de aprendizaje de nuestros estudiantes, de acuerdo a lo que señala la evidencia nacional e internacional. Pero más importante aún, nos permitirá imaginar una nueva educación capaz de ofrecer equidad de oportunidades para aprender y desarrollar las potencialidades de todos los niños y jóvenes de Chile.