EXTRACTO DEL NUEVO LIBRO DE LA COLECCIÓN “TAL CUAL” DE CATALONIA/UDP
Soldadito del narco: la historia de un niño capturado por el microtráfico
01.12.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
EXTRACTO DEL NUEVO LIBRO DE LA COLECCIÓN “TAL CUAL” DE CATALONIA/UDP
01.12.2025
Durante cinco años el periodista Matías Sánchez investigó la historia de Emerson Zamorano, un niño de la población La Pincoya reclutado por una vecina narcotraficante como “soldado”: vendía cocaína o pasta base a cambio de techo, ropa y zapatillas de moda. Más de treinta entrevistas y la revisión de seis mil páginas de expedientes judiciales permitieron construir una historia que expone con rigor y crudeza el modo en que el narcotráfico corrompe la vida de familias vulnerables y las enormes dificultades del sistema de protección del Estado. “Soldadito del narco” es el último libro de la colección “Tal Cual” de Periodismo UDP y editorial Catalonia, y ya está en librerías.
El parte de Carabineros está fechado el sábado 11 de mayo de 2019. El código de delito anotado es el 19.112. Significa vulneración de derechos de menores.
De las cuatro hojas de denuncia escritas a mano, dos pertenecen a la declaración del funcionario policial que presenció lo que sucedió ese día. En el registro se detallan los hechos puntuales del procedimiento, con un lenguaje institucional que no deja espacio para matices ni sensaciones. Pero precisamente lo que no escribió, las emociones que omitió, los olores, el estremecimiento que sintió, son los detalles que permanecen intactos en la memoria del cabo primero Pablo Frugone.
—Hacía frío, ya no era temporada de verano y el clima estaba cambiando. Entonces por las tardes la temperatura bajaba.
Ese día, minutos antes de las siete de la tarde, la Central de Comunicaciones de Carabineros (CENCO) recibió la denuncia. Alguien llamaba para avisar que un adolescente llevaba varias noches durmiendo frente a la entrada principal de la Vega Central, en la comuna de Recoleta.
El procedimiento fue derivado a la Subcomisaría Recoleta Sur. Mientras patrullaba, el cabo primero Pablo Frugone, de treinta años en ese entonces, atendió el llamado radial y se dirigió hasta el mercado, ubicado en la calle Antonia López de Bello. Si hubiese llegado más temprano, el carabinero se habría encontrado con el bullicio constante del principal centro de abastecimiento de frutas, verduras y carnes de Santiago. Un laberinto de pasillos angostos que se desborda de gente durante el día. Pero Frugone lo hizo al atardecer, cuando el caos de vendedores, clientes y camiones se había apagado y solo deambulaban por ahí los fantasmas de la Vega: personas en situación de calle o dedicadas a la prostitución y la delincuencia.
Percibida como una de las comunas más peligrosas de Santiago, en 2019 Recoleta había sido declarada en “estado crítico” por la policía y ocupaba el sexto lugar en el ranking de delitos de mayor connotación social en la Región Metropolitana[1]. En el mercado se concentraban algunos de los peores índices y en el mapa asomaba como un punto rojo que obligó a incorporarlo a un Plan Cuadrante de Seguridad Preventiva.
Desde la vereda contraria, a pocos metros de la entrada principal de la Vega, Frugone vio al protagonista de su procedimiento: Emerson Zamorano Ortiz. Lo encontró tirado sobre un colchón sucio, rodeado de basura y escombros.
—Estaba despierto, tapado con una frazada, sin calcetines ni zapatillas. Solo llevaba puesto un pantalón de buzo y una polera. Se veía como alguien desprotegido. Tenía diecisiete años, pero representaba mucho menos. Su contextura y su cuerpo eran los de un niño. Es la imagen que me quedó. Realmente era alguien que se veía mucho más chico.
Frugone conocía bien la rutina policial. Había participado en cientos de diligencias, pero nada lo había preparado para lo que estaba viendo.
—No conocía su estado de salud. Le pregunté si se podía parar y me respondió que no, que dependía de una silla de ruedas. Estaba postrado.
Emerson apenas lo miraba. No era la primera vez que el joven era motivo de un procedimiento de Carabineros. Años atrás había protagonizado una persecución policial tras participar en un robo a una tienda. Mientras era perseguido por las patrullas, el auto en el que escapaba chocó contra otro y su cuerpo salió eyectado, hasta rebotar violentamente contra el pavimento. A raíz de ese accidente quedó parapléjico, sin movilidad ni sensibilidad de la cintura para abajo y sin posibilidades de volver a caminar.
—Me pidió que lo ayudara a sentarse. Lo moví y me di cuenta de que tenía una herida en la zona lumbar, en la parte baja de la espalda, antes de las nalgas. No era una herida chica, se le notaba el hueso. Por mi trabajo, uno está acostumbrado a este tipo de cosas, pero fue impactante. Esas lesiones solo las había visto en personas fallecidas. Eran escaras por ausencia de movimiento.
Emerson llevaba casi una semana tirado frente a la Vega Central. No se podía mover a otro lugar, ya que le habían robado su silla de ruedas. El carabinero no podía dejar de mirarle las heridas. Conmocionado, de inmediato llamó al Servicio de Atención Médica de Urgencias (SAMU) y solicitó una ambulancia. Después se contactó con Carola Ortiz, la madre del adolescente. Mientras esperaban la ambulancia intentó hablar con Emerson para conocer un poco de su historia. Al principio el joven no parecía interesado en decir nada. El policía tuvo la impresión de que tenía miedo de que se lo llevaran detenido. Esa reacción no era nueva para Frugone.
—Para las personas que se desenvuelven en el mundo delictivo, la imagen de un carabinero no es de su agrado. Siempre hay un rechazo. De entrada él tuvo una actitud dura, estaba reacio a conversar conmigo. Tampoco quería ayuda. Me dijo: “No, déjeme aquí no más, estoy bien”. Al final accedió [a la ambulancia], porque le dolían mucho sus heridas.
Al recibir el llamado Carola Ortiz se encontraba en su casa en el pasaje El Olivillo de la población La Pincoya, en la comuna de Huechuraba. Un sector catalogado como “barrio crítico” por los altos índices de delincuencia, inseguridad y tráfico de drogas en sus calles[2]. Su hijo Emerson había llegado a Recoleta tras una discusión que tuvieron. En su silla de ruedas recorrió los ocho kilómetros que hay entre el pasaje El Olivillo y la Vega Central, un lugar que en ese tiempo solía frecuentar. Desaparecía unos días, pero siempre volvía a la casa de su madre.
—Cuando lo pillaron en la Vega y llamó el carabinero, quedé mal —dice—. Me daba pena y rabia verlo así. Le pedía al Señor que me ayudara, que lo sanara. Pero él estaba rebelde. Mi hijo tomó malas decisiones.
En 2015, un año antes del accidente, Emerson tenía catorce años y había cursado solo hasta segundo básico. Era el quinto de nueve hermanos, todos con rezago escolar y abandonados por sus respectivos padres. Vivía en La Pincoya junto a su madre y tres hermanos. Los otros niños y niñas estaban al cuidado de familiares o en residencias del antiguo Sename[3].
En el tribunal de familia, Carola Ortiz mantenía un historial de vulneración de derechos de sus hijos. Trabajaba como vendedora ambulante y pasaba gran parte de la jornada fuera de su casa, desligándose de cualquier tipo de responsabilidad maternal, según los documentos judiciales. Sin la supervisión de algún adulto, el grupo de niños tenía completa libertad para hacer lo que quisiera.
En el colegio, Emerson y sus hermanos tenían un apodo. Entre los estudiantes y docentes los llamaban “los bacterias”, debido a su falta de higiene personal. También eran conocidos por sus constantes ausencias, ya que se fugaban para ir a pedir dinero al mall Plaza Norte, en Huechuraba. Si no reunían lo suficiente para comer recorrían el patio de comidas pidiendo sobras o terminaban robando en el supermercado del lugar.
Todos esos hechos eran denunciados por las autoridades en el tribunal de familia, donde Carola y sus hijos terminaban ingresando a diversos programas de reparación en el Sename. En varias ocasiones la madre tuvo que demostrar, ante las magistradas, que sí contaba con las habilidades para cuidar a los niños. Pero al salir a trabajar, decía, no podía controlar lo que hacían ellos ni las personas con las que se relacionaban.
—Siempre quise darles lo mejor, pero no podía, porque tenía que trabajar. Ganaba muy poca plata para mantenerlos.
Al cumplir quince años Emerson dejó el mall y se sumó a un grupo de adolescentes que se reunía en el pasaje donde vivía. Con ellos comenzó a frecuentar una casa esquina, entre El Olivillo y la calle Los Helechos, que era un punto de venta de drogas.
—Empezó a juntarse con unos cabros y al poco tiempo ya estaba fumando pito. Después caché que andaba con ropa nueva, zapatillas y plata en efectivo —dice su madre.
Esos jóvenes estaban bajo las órdenes de Vanessa Díaz, una conocida traficante de La Pincoya. Junto a su hermana Johanna Morgado, apodada “la Kiki”, habían ganado fama en el sector por dominar un negocio de drogas que les reportaba hasta un millón de dólares al año[4]. También inspiraban temor entre los vecinos. Eran líderes de una banda que usaba a niños y adolescentes como soldados. Los reclutaban para funciones específicas, como alertar sobre la presencia de la policía y realizar pequeñas transacciones de droga.
Desde la casa esquina, Johanna daba órdenes y administraba a la banda. Vanessa se encargaba de reclutar a los jóvenes de La Pincoya y los enviaba a la calle a vender pasta base. Fue solo cuestión de tiempo para que Emerson se convirtiera en un soldadito. Sentía que al fin pertenecía a un lugar, que había encontrado un espacio donde estaba cómodo.
—Le pagaban diez lucas diarias por hacer esa pega —recuerda Carola Ortiz—. Le gustaba esa vida, tenía todo en bandeja y con eso él era feliz.
Bajo la protección de Vanessa y Johanna, Emerson ya no tenía que pedir dinero en el mall ni robar en el supermercado para comer. Tampoco estaba obligado a ir a los programas del Sename, y mucho menos a terminar sus estudios de educación básica. Pronto pasó a ser un joven respetado en el barrio, con una nueva identidad que le aseguraba drogas y dinero fácil.
Una vez reclutado, Vanessa acudió al tribunal de familia y solicitó el cuidado personal provisorio de Emerson argumentando que su familia lo había abandonado[5]. Ante los ojos del tribunal aparentó ser una madre de tres niños que trabajaba como vendedora en un puesto de flores. En cambio, Carola era una madre soltera con nueve hijos, sin estudios, en situación de riesgo y con un largo historial de denuncias por negligencia parental. Un perfil que convenció a la magistrada de autorizar que Emerson quedara bajo la tuición de Vanessa.
Durante años, Carola denunció a las autoridades y a diversos programas del Sename que el cuidado legal de su hijo estaba en manos de una traficante de drogas. Fueron 217 informes judiciales los que advirtieron lo que sucedía entre Emerson y Vanessa, pero todos fueron ignorados por distintos profesionales y magistradas de los tribunales de familia.
La madre no solo fue testigo de cómo utilizaban a su hijo para vender droga. También presenció los movimientos de Vanessa con otros jóvenes desde su centro de operaciones al interior de El Olivillo. Sus casas estaban justo al lado. Ella y Vanessa eran vecinas.
Al llegar la ambulancia a la entrada principal de la Vega Central, la paramédico le pidió ayuda al cabo primero Pablo Frugone para mover a Emerson. Necesitaban subirlo desde el colchón, en el suelo, a la altura de la camilla. Utilizaron una sábana para levantarlo. Al pasar la tela por debajo del joven el policía vio su espalda y quedó pasmado:
—Sus heridas estaban agusanadas. Cuando lo movimos para traspasarlo, de su espalda cayeron algunos gusanos. Con la chica del SAMU casi vomitamos. No era mal olor, era olor a putrefacto, a descomposición. Fue tremendo.
En total, el procedimiento policial duró cerca de tres horas. Después del traslado al Hospital San José, Frugone realizó los trámites correspondientes de la denuncia y nunca más supo qué pasó con el adolescente. Dice que hoy, tras quince años como policía, no ha vuelto a ver algo similar ni ha participado en ningún procedimiento que lo haya marcado de tal manera.
—Lo que más me impactó fueron sus heridas y las condiciones en las que se encontraba. Terrible… Todavía me cuestiono por qué estaba ahí, cómo llegó, dónde estaba su familia.
[1] Fundación Paz Ciudadana, “Actualización Plan Comunal de Seguridad Pública de Recoleta — 2020”, diciembre de 2019.
[2] Según el Plan Nacional de Barrios Prioritarios, implementado en junio de 2019 por la Subsecretaría de Prevención del Delito, el cual incluye 33 sectores críticos de la Región Metropolitana.
[3] Desde su creación en 1979, el Sename dependía del Ministerio de Justicia y se dividía en dos áreas: proteccional e infractores de ley. Su objetivo era proteger y promover los derechos de los niños, niñas y adolescentes. En 2021, el área proteccional fue separada del Sename y pasó a estar bajo la responsabilidad del Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia, administrado por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia.
[4] Informe de la sección de Microtráfico Cero de la Policía de Investigaciones presentado en la causa RIT 5.026-2022, en el 2º Juzgado de Garantía de Santiago.
[5] Medida cautelar que establece un juez de familia para determinar el cuidado de un niño, niña o adolescente cuando sus padres o tutores están vulnerando sus derechos.