"AL CUMPLIRSE 30 AÑOS DE SU MUERTE SE PRESENTA UNA OPORTUNIDAD: ASPIRAR A UNA MUSEOLOGÍA DE VANGUARDIA"
Museología pendiente: el museo Marta Colvin
24.08.2025
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"AL CUMPLIRSE 30 AÑOS DE SU MUERTE SE PRESENTA UNA OPORTUNIDAD: ASPIRAR A UNA MUSEOLOGÍA DE VANGUARDIA"
24.08.2025
La autora de este texto analiza la importancia de la obra de Marta Colvin y se centra en el Museo que lleva su nombre, ubicado en Chillán. Comenta que «al cumplirse estos 30 años de su muerte (el 27 de octubre) también se presenta la oportunidad de crear un nuevo diseño y guion curatorial, nuevas formas de mediación cultural con el público, una necesaria ampliación museológica y la conservación de piezas de interior y exterior siguiendo, quizá, experiencias notables de mantenimiento preventivo como las que exhibe el museo Kröller-Müller».
Créditos imagen de portada: Carolina Abell
Llegué a Chillán ansiosa de visitar el Museo Marta Colvin y tomé un taxi. Alejandro, el conductor cincuentón, se presentó como un orgulloso chillanejo, pero desconocía el lugar ubicado en el Campus Sergio May de la Universidad del Biobío. Entonces, agarré el mapa del móvil y lo guié, pero tampoco dio con el lugar. ¡Porfiado el hombre! Tuvo que recular y ascender por la Av. Andrés Bello hasta que avizoramos el acceso al pequeño inmueble que reúne la mayor colección de obras de la más relevante escultora chilena. Marta Colvin Andrade (1907-1995) ha sido la única representante de la escultórica chilena en alcanzar reconocimiento internacional en vida, llegando a ser pionera creadora de obras para espacios públicos en el mundo aún en tiempos en que la escultura contemporánea (no conmemorativa que refiere a bustos, jinetes, grupos humanos…) recién comenzaba a ingresar en la ciudad bajo el actualizado concepto de arte urbano.
Colvin, descendiente de inmigrantes irlandeses empeñosos, honró su origen europeo y sudamericano. A los 16 se casó con un agricultor chillanejo con quien tuvo tres hijos. Con 31 años -gracias al terremoto de 1939- dejó el campo trasladándose a Santiago. Entonces, concilió sus amores: los hijos y la escultura.
En la Escuela de Bellas Artes fue alumna de L. Domínguez y J. A. Vásquez y empezó su senda creadora junto a otros grandes portentos chilenos (Román, Vargas, Fuentealba…), aunque ninguno de ellos alcanzó su prominencia. Ella abrió caminos a las artes nacionales en tiempos en que era casi imposible brillar para una mujer creadora. Entonces, el escultor ruso Ossip Zadkine, quien fuera uno de sus profesores junto a Henry Laurens en la Escuela Grande Chaumiére de París, la señaló como el “estandarte de los escultores que quieren convertir un objeto corriente en objeto de eternidad”. Con ese impulso -según contó en 1992 mientras construía “Pachamama” en el Parque de Esculturas de Providencia en Santiago-, incurrió en su libre “interpretación y libertad creadoras”.
Marta una mujer menuda, pequeña y de melena rubia brilló siempre por su gran simpatía y entusiasmo. Esa perseverancia genética y su amor incondicional a la escultura sumados a su enorme capacidad creativa-espacial, la llevaron rápidamente a ser reconocida por el maestro Henry Moore, fanático de las artes precolombinas mexicanas y del organicismo ya vigente cerca del medio siglo pasado. Él la escogió como ayudante y, sin más, la convenció de revisar sus orígenes americanos precolombinos, esos que alimentaron su obra hasta el fin de sus días en octubre de 1995.
Moore, figura clave tal como el matrimonio Kandinsky, la introdujo en la escena europea y la relacionó con otros artistas como Víctor Vasarely y, sin dudarlo, con grandes historiadores del arte vigentes hasta hoy: René Huyghe y Herbert Read. Entre otros intelectuales, le presentó también al crítico literario Pierre Volboudt, con quién se casó posteriormente.
Marta dejó a sus hijos crecidos para transitar tardíamente, entre Francia e Inglaterra y otros países, aunque nunca se marginó de Chile.
Hasta 1970 mantuvo sus clases en la Facultad de Artes de la U. Chile, formando a numerosos artistas de reconocida trayectoria como Elena Ferrada (1929-2025), Humberto Soto (1931-2018) y muchos más. Y en esos días, gracias a la delicada selección de obras que hizo el decano de la Facultad, el artista Carlos Pedraza, recibió el Gran Premio Internacional de la Bienal de Sao Paulo que la hizo saltar a la fama. Cinco años después y, mucho antes que el decano Pedraza recibiera el Premio Nacional de Arte.
Colvin orientó a muchos jóvenes. Por eso, entre otros, solicitó la ayudantía de F. Gazitúa para que siguiendo sus instrucciones creativas colaborara en la construcción de la Virgen del Monasterio Benedictino de Santiago. En esa pieza, hecha sin clavos, tuercas ni tornillos, se usó de manera inédita material reciclado: las maderas sobrantes del hormigonado del templo y mantuvo la abstracción figurativa de sus maternidades. Entonces, la acogedora maestra no sabía que su alumno bien oiría sus instrucciones y, décadas después, llegaría a recibir también la máxima distinción del país.
Gracias al influjo de Moore, Colvin recibió una beca inglesa que le permitió desarrollar esa inteligencia espacial que también la llevó a ser una astuta y pionera recicladora de materiales: pétreos y maderas. También hizo grabados y monotipos. Algunos, junto a numerosas esculturas, estudios y herramientas, son parte de la colección patrimonial que la Universidad del Biobío (UBB) resguarda en un pequeño inmueble y tiene emplazadas en los jardines que lo circundan. Ello, sin duda, constituye una gran responsabilidad cultural, porque todo museo busca establecer un diálogo entre su colección y la audiencia, entre el lugar de exhibición que las contiene y las propuestas investigativo-curatoriales que le dan sentido y trascendencia en el tiempo. Por eso, al cumplirse 30 años de su muerte el próximo mes de octubre, se presenta una oportunidad inigualable: aspirar a una museología de vanguardia que permita posicionar con mayor relevancia aún el valor de esta gran artista, una de las figuras más notables de la plástica chilena y latinoamericana cuya trayectoria aún es inigualada.
Para conseguir el objetivo, el museo actual requiere un espacio mayor que mejore la apreciación de sus esculturas en madera, granito, piedra rosada… Esas piezas que se transformaron en símbolos ancestrales y únicos para nuestra cultura.
Este legado demanda hoy más fondos concursables para poder seguir ponderando y haciendo trascender el valor de la obra contenida y, también, esa excepcional doble naturaleza de la autora (humana y creadora), porque de lo contrario nos empobreceremos.
La Universidad del Biobío puede seguir perseverando en su misión de consolidarse como referente en la conservación de la obra colviniana y en la difusión del legado de esta fuerte mujer chilena tan única como pionera en la escultura contemporánea de interior y urbana.
La ubicación del Museo Marta Colvin, en el mismo campo donde vivió junto al padre de sus hijos, Fernando May, entrega -además- un contexto de auténtico arraigo a las raíces natales y familiares que también alimentaron su actividad creadora.
Las esculturas y demás elementos, que muestran parte de su vida creativa, sumados quizá otras piezas hoy muy escasas que, en el futuro, podrían seguir engrandeciendo este gran legado institucional, muestran un compromiso educativo vivo y necesario para impulsar la difusión y la investigación tan fundamental como también la recurrencia de publicaciones que, poco a poco, mantienen viva la memoria de Colvin e instruyen al público chileno y extranjero.
Al cumplirse estos 30 años de su muerte también se presenta la oportunidad de crear un nuevo diseño y guion curatorial, nuevas formas de mediación cultural con el público, una necesaria ampliación museológica y la conservación de piezas de interior y exterior siguiendo, quizá, experiencias notables de mantenimiento preventivo como las que exhibe el museo Kröller-Müller. Por eso, esta columna es una invitación a la comunidad, en especial, a la chillaneja para apoyar la cuidadosa labor ya realizada por la UBB con la idea de consolidar este lugar como un faro cultural de la Región de Ñuble que también se puede constituir en un espacio de excelencia internacional a la altura del innegable regalo que nos hizo esta figura señera cuyas esculturas están esparcidas en Chile, pero también en los continentes europeo, asiático y americano.
Ya transcurrieron tres décadas desde la partida de esta afectuosa mujer chilena que supo luchar por lo suyo: el arte como “sinónimo de destino (…) y razón de existir” (Atrapados por el Tiempo: Miradas Escultóricas, Infoarte, 2008).