Profesores: si les exigimos como a médicos, valorémoslos como a médicos
24.12.2025
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24.12.2025
Señor Director:
Chile ha decidido elevar progresivamente las exigencias de ingreso a las carreras de pedagogía. En pocos años, quien quiera ser profesor deberá ubicarse entre el 40% —y luego el 30%— de mejor rendimiento académico del país. El mensaje es claro: la docencia deja de ser una carrera de acceso amplio y pasa a ser una profesión selectiva. Exigente. Difícil. Como Medicina.
Y eso, en sí mismo, es correcto.
En los países con mejores sistemas educativos ocurrió exactamente eso: primero transformaron la docencia en una profesión altamente atractiva y luego subieron las exigencias de ingreso.
En Finlandia, solo una fracción de los postulantes logra entrar a pedagogía, pero antes de eso el Estado construyó un sistema que ofrece prestigio, autonomía profesional, estabilidad laboral y una carrera respetada socialmente.
En Singapur, los futuros profesores reciben becas estatales completas, salario desde la formación y una trayectoria profesional tan clara como la médica.
En Corea del Sur, ser profesor es una de las profesiones más respetadas del país, y por eso atrae naturalmente a los mejores estudiantes.
El orden importa.
Primero hicieron que ser profesor fuera tan deseable como ser médico. Después hicieron que fuera tan difícil entrar como a Medicina.
Chile está haciendo lo contrario: está subiendo la exigencia sin haber elevado todavía el valor social, laboral y simbólico de la profesión.
Hoy exigimos a los futuros profesores puntajes similares a los de otras carreras de alta selectividad, pero luego les ofrecemos condiciones que no son equivalentes: salarios menores, alta sobrecarga administrativa, menor protección institucional frente a la violencia, y una narrativa pública que suele responsabilizarlos de todos los males del sistema.
A un médico se le exige mucho, pero también se le cuida mucho.
A un profesor se le empieza a exigir mucho… sin empezar todavía a cuidarlo mucho.
Y ahí está la contradicción central de la política pública actual.
Porque la analogía no es retórica: el médico trabaja con el cuerpo de una persona cuando algo falla; el profesor trabaja con la mente, la autoestima, la capacidad de aprender y de vivir en sociedad cuando todo aún está formándose. Uno repara la vida. El otro la construye.
Si exigimos a quien enseña el mismo nivel académico que a quien cura, debemos ofrecerle una carrera igual de protegida, igual de respetada y progresivamente igual de bien remunerada.
No por justicia gremial. Por coherencia de país.
Chile no puede pedir excelencia sin ofrecer dignidad. No puede pedir vocación como sustituto de derechos. No puede pedir heroísmo cotidiano sin respaldo institucional.
Si queremos profesores del nivel de los mejores médicos, debemos construir para ellos un sistema del nivel de la medicina: becas completas, desarrollo profesional real, protección frente a la violencia, carrera clara, respeto público.
Porque cuando una sociedad eleva a sus profesores, eleva todo lo que viene después: su ciencia, su democracia, su cohesión social, su futuro.
Y el día que Chile entienda que un profesor vale tanto como un médico —porque cuida lo más frágil, lo más decisivo y lo más irrepetible: la mente de un niño—, ese día la educación dejará de ser una crisis permanente y pasará a ser lo que siempre debió ser:
La política pública más poderosa de una nación que quiere sobrevivir con dignidad.