Leyendo el triunfo de Kast: del contra-estallido y el Rechazo, a La Moneda
18.12.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
18.12.2025
La autora de esta columna hace un repaso de lo ocurrido desde el estallido social hasta el triunfo de José Antonio Kast y el avance de la ultra derecha. Sostiene que «el triunfo de Kast en la elección del domingo no es solo comprensible desde la esfera global del avance de la ultra derecha, y tampoco a causa de una manipulación mediática. Más bien, se ha desarrollado un proceso profundo en un sector importante de la sociedad chilena, que se vio amenazada y que vio en la ultra derecha una promesa honesta de recuperación de un Chile que temían perder».
Créditos imagen de portada: Víctor Huenante / Agencia Uno
El avance de la ultra derecha en la región y en el mundo, y ahora en nuestro país, tiene causas múltiples, algunas comunes y otras de carácter local. Las causas globales que más han destacado los analistas internacionales, son una combinación de explicaciones económicas y culturales. Por un lado, estamos en un proceso de de-globalización, protagonizado por las dificultades económicas que no se han logrado remontar desde la crisis sub-prime de 2008 y los aumentos en flujos migratorios desde países más pobres a países más ricos. Estos fenómenos han llevado a una nostalgia nacionalista y una búsqueda conservadora en valores tradicionales que supuestamente nos dan seguridad frente a la incertidumbre y la inseguridad: la familia, la patria y la religión, es decir reconstruir esa supuesta comunidad imaginada de iguales.
Aquí, sin embargo, quisiera poner el acento en los aspectos locales, muy en línea con lo anterior que permiten dar sentido al triunfo de Kast: la capacidad que tuvieron los sectores de las nuevas derechas de captar el sentir (primero de miedo y luego de esperanza) frente al estallido social y la convención constituyente, y transformarlo en una opción política convincente.
La reciente elección presidencial no se puede comprender si no nos remontamos a los años del estallido social. A partir de un estudio realizado en 2020 con colegas del Centro de Estudios de Cohesión Social COES, pudimos constatar que en aquel momento fue el miedo el principal motor de movilización del sector que se opuso al estallido y se inclinó por el “Rechazo” a la propuesta de la Convención Constituyente. Como vimos, una narrativa recurrente entre los entrevistados fue que el estallido social era vivido como una experiencia de violencia, caos y destrucción que amenazaba la vida cotidiana, la seguridad personal y la estabilidad familiar. Las experiencias directas de enfrentamientos, saqueos, daños a la propiedad y dificultades económicas eran evocadas como un estímulo para participar en movilizaciones en contra del estallido y posteriormente a favor de la posición “Rechazo” a la propuesta de la Convención Constitucional. Así se fue sedimentando un anhelo por la recuperación del orden social, construyéndose una dicotomía entre quienes, desde su punto de vista, promovieron el estallido social con violencia y destrucción, y quienes buscaban frenar ese impulso. La posición “Rechazo” se asumió como una forma de evitar “una entrega de poder a quienes conducen el país hacia el caos”, con referencias explícitas a experiencias históricas o comparaciones con crisis en otros países como Venezuela.
Un aspecto central, y que va a fortalecer a las nuevas derechas que en ese momento ya estaban organizándose en torno a diversos liderazgos, y donde Acción Republicana tenía un rol protagónico bajo la conducción de José Antonio Kast, fue la percepción de abandono por parte de las élites políticas, especialmente de la derecha tradicional, pero también de los sectores de izquierda.
En aquel estudio, los y las entrevistadas nos señalaban su decepción con la clase política tradicional, tanto de derecha como de izquierda, por no haber defendido adecuadamente sus principios frente al estallido social y el proceso constituyente. De ese modo se fue consolidando una narrativa que propone defender a la Constitución vigente, el modelo social y finalmente la idea de orden frente al caos. En esta narrativa entrarán con fuerza el llamado a una identidad nacional (bajo amenaza) y la importancia de los simbolismos patrios (también amenazados).
Posteriormente, en 2024, realizamos otra investigación cualitativa, junto a Manuela Badilla y Nicolás Villarroel, con adherentes a grupos y partidos de ultra derecha, y confirmamos que el estallido social y el proceso constituyente operaron como momentos críticos de politización de ese sector. Para muchos participantes, especialmente quienes antes se mantenían distantes de la política, estos eventos fueron interpretados no como una demanda legítima de justicia social, sino como una amenaza al orden, a la estabilidad y a las normas morales básicas. En sus relatos, el estallido aparece resignificado como “estallido delictual”, asociado a violencia, saqueos y destrucción simbólica del país. Este marco interpretativo legitima el giro hacia la ultraderecha como una respuesta defensiva frente a un país percibido en descomposición.
A su vez, observamos que el apoyo a la ultraderecha se fue consolidando como una ruptura identitaria con la derecha convencional, percibida por este sector como ambigua, cobarde o traidora de sus principios. La firma del acuerdo constitucional de 2019 por partidos de derecha aparece reiteradamente como un hito de traición simbólica.
La ultraderecha es valorada, en contraste, como un espacio de claridad moral y coherencia ideológica. Sus adherentes destacan que “dice lo que piensa”, incluso cuando ello implica costos sociales. Esta apelación a la autenticidad —decir lo “políticamente incorrecto” sin culpa— es central en la construcción del apego subjetivo hacia este sector.
En esta narrativa, como es de esperar, los temas centrales son la inseguridad, el crimen e inmigración desde países pobres. El temor al delito, la percepción de abandono estatal y la sensación de vulnerabilidad en la vida cotidiana estructuran un diagnóstico compartido de crisis. La inmigración —especialmente desde países empobrecidos o en crisis— es integrada a este diagnóstico como factor explicativo del deterioro social. No se trata únicamente de un discurso abstracto, sino de relatos situados: conflictos barriales, competencia económica informal, alteración de rutinas y normas culturales. Desde esta experiencia, la ultraderecha aparece como la única fuerza dispuesta a ofrecer respuestas drásticas y sin ambigüedades.
Frente a ello, la ultra derecha va a ir aglutinando este anhelo por la recuperación de los valores tradicionales y de una “normalidad perdida”. Esta defensa activa de valores tradicionales, particularmente la familia nuclear, la autoridad, el orden y la nación, no son considerados como opciones ideológicas, sino como fundamentos morales amenazados por el avance del feminismo, la diversidad sexual y el pluralismo cultural. La nostalgia por una “normalidad” pasada —un país más predecible, seguro y homogéneo— articula una narrativa de pérdida que legitima el rechazo a transformaciones sociales profundas. En este marco, la ultraderecha es concebida como un proyecto restaurador, capaz de “recuperar Chile” .
Probablemente, lo más interesante, es que estos grupos transitaron desde una experiencia emocional negativa de miedo y amenaza, a sentimientos positivos de amor, orgullo y pertenencia, al encontrarse en esta comunidad de nueva derecha. Contrario a visiones que reducen la ultraderecha a emociones negativas, observamos como el apoyo a este sector se nutre también de emociones positivas. El amor por la familia, por la patria y por lo propio aparece como un motor legítimo de acción política. Estas emociones fueron incluso movilizadas estratégicamente en campañas como la del Rechazo constitucional, donde el discurso del amor se opuso explícitamente a la rabia y el resentimiento atribuidos a la izquierda. Así, la adhesión a la ultraderecha no es solo reactiva, sino también afirmativa y afectivamente gratificante.
En este sentido, resienten la estigmatización de ser tildados como “fachos”, relatando experiencias de perder amistades o sentirse silenciados en espacios públicos. Estas vivencias refuerzan una identidad de minoría moralmente justa pero incomprendida. Paradójicamente, esta exclusión fortalece el compromiso con la ultraderecha, ya que los espacios militantes funcionan como comunidades de reconocimiento, donde se experimentan solidaridad, afecto y sentido de misión. La pertenencia se construye, así, en oposición a un entorno percibido como hostil.
En síntesis, el triunfo de Kast en la elección del domingo no es solo comprensible desde la esfera global del avance de la ultra derecha, y tampoco a causa de una manipulación mediática. Más bien, se ha desarrollado un proceso profundo en un sector importante de la sociedad chilena, que se vio amenazada y que vio en la ultra derecha una promesa honesta de recuperación de un Chile que temían perder.