Encuesta Bicentenario UC 2025: ¿hay “catholic revival” en Chile?
02.11.2025
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02.11.2025
La Encuesta Bicentenario UC 2025es analiza en profundidad por el autor de esta columna en el capítulo de la religión, con el foco en el aumento de 42% a 44% de las personas que se consideran católicas. Dice que «no debemos caer en la tentación -especialmente los católicos- de leer la estabilización en el 44% como un signo de vitalidad renovada, mientras se ignoran los preocupantes datos demográficos que yacen justo debajo de la superficie. El camino hacia cualquier renacer genuino en el futuro será largo y arduo. Requeriría mucho más que una leve recuperación de la confianza. Exigiría una profunda reestructuración institucional, un nuevo modo de compromiso cultural que pueda hablar a una generación que ya no comparte su gramática moral o social, y un humilde reconocimiento de que la Iglesia en Chile ya no es una mayoría cultural, sino un puesto de avanzada misionero en una tierra cada vez más secular».
Créditos de portada: Víctor Huenante / Agencia Uno
En USA y UK ha comenzado a resonar una narrativa contraria a la intuición general: la de un resurgir de la popularidad del catolicismo o “catholic revival”. Durante los últimos meses, diversos informes han descrito un sorprendente aumento en la asistencia a servicios religiosos, particularmente entre hombres jóvenes, que parece revertir décadas de declive.
Desde una perspectiva sociológica, este aparente giro «post-secular» se interpreta como una respuesta a una profunda crisis de sentido. En un mundo marcado por la crisis de sentido, la fragmentación cultural, la polarización política y un sentimiento de precariedad económica, un segmento de la juventud parece buscar refugio en la estabilidad, la belleza, la comunidad y la verdad que ofrecen las tradiciones religiosas. La religión, en este contexto, emerge como un ancla en medio de la incertidumbre social, ofreciendo “pertenencia a algo más grande».
Con la reciente publicación de los resultados de la Encuesta Nacional Bicentenario UC 2025, surge una pregunta ineludible: ¿está este fenómeno llegando a las costas de Chile? Nuestro país, que ha experimentado uno de los procesos de secularización más rápidos y profundos de América Latina, representa un caso de estudio crítico. La tesis central de este análisis es que, si bien los datos de 2025 contienen un destello de esperanza para el mundo católico, un examen sociológico más profundo no muestra un “revival”, sino una realidad marcadamente distinta.
Para evaluar la hipótesis de un resurgimiento religioso, es imperativo someter los datos a un escrutinio riguroso, desglosando las tendencias desde la población general hasta el decisivo segmento juvenil y los indicadores de práctica y creencia religiosa. El hallazgo más llamativo de la encuesta es la aparente estabilización de la identificación con el catolicismo. Tras una caída precipitada desde un 70% en 2006 hasta un 42% en 2023, la cifra se mantiene en un 42% en 2024 y muestra un ligero repunte al 44% en 2025. Esta estabilización ocurre mientras la categoría «Ninguna religión» (que incluye a ateos y agnósticos) consolida su crecimiento, pasando de un 12% en 2006 a un 36% en 2025.
Interpretar esta tendencia como un «revival» puede ser tentador, pero sería una lectura apresurada. Un resurgimiento implica una inflexión positiva, una clara tendencia ascendente de reafiliación. Lo que la encuesta muestra es una línea plana. Sociológicamente, el largo declive puede entenderse como el proceso de desvinculación de los católicos «nominales» o «culturales», aquellos con lazos débiles con la institución y su doctrina. La estabilización de la curva sugiere que este proceso de depuración puede estar llegando a su fin. Lo que queda es un núcleo más reducido, pero potencialmente más definido, de personas que se autoidentifican como católicas. Por lo tanto, no estamos -al menos por ahora- ante un resurgir evidente, sino ante el establecimiento de un «piso estadístico». Es la consolidación de una nueva realidad: el catolicismo como una fe minoritaria (aunque todavía la primera) tras un largo período de crisis institucional que parece llegar a su fin.
El desglose demográfico por edad es la pieza de evidencia más crucial y contundente. Si el revival anglosajón se define por su carácter juvenil, los datos chilenos muestran exactamente la tendencia inversa. Entre los chilenos de 18 a 24 años, solo un 18% se identifica como católico, mientras que una mayoría creciente del 54% se declara sin afiliación religiosa («Ninguna»). El gráfico longitudinal para el grupo de 18 a 34 años confirma esta dinámica generacional. Las líneas de tendencia de las categorías «Católica» y «Ninguna» se cruzaron en 2018, y desde entonces la brecha se ha ensanchado más y más: en 2025, para este segmento juvenil ampliado, los católicos son el 33% mientras que los «Nones» alcanzan el 51%.
La vitalidad de cualquier institución social depende fundamentalmente de la transmisión intergeneracional. El fenómeno del Reino Unido y Estados Unidos es sociológicamente significativo precisamente porque ocurre entre la Generación Z. Los datos chilenos, en cambio, muestran una correlación casi perfecta y negativa entre edad e identidad católica. Esto indica que a medida que las cohortes más viejas y religiosas fallecen, están siendo reemplazadas por una generación menos católica, al menos nominalmente. Y habría que ir más lejos en el análisis. Si proyectamos la tendencia, no estamos solo ante una falta de un revival sino a un potencial declive continuo que podría continuar incrementándose. La Iglesia Católica en Chile se enfrenta a un «cortafuegos demográfico». Así, la estabilización actual en el 44% de identificación católica es un artefacto estadístico sostenido por la población mayor. La trayectoria futura, dictada por los datos de la juventud, es inequívocamente descendente.
Una identidad religiosa robusta se compone de tres dimensiones: afiliación (la etiqueta), práctica (el comportamiento) y creencia (la visión del mundo). Un verdadero revival debería mostrar crecimiento en las tres. Los datos chilenos revelan una profunda disociación entre ellas, sugiriendo un proceso de «secularización interna» donde la etiqueta «católico» podría estarse vaciando progresivamente de su contenido institucional y teológico. La asistencia semanal a misa entre quienes se declaran católicos se ha desplomado a un mero 10% en 2025. A nivel general, un 62% de la población total «nunca o casi nunca» asiste a servicios religiosos. Para la gran mayoría de los chilenos que se dicen católicos, la Iglesia no es una comunidad de práctica activa.
Por otro lado, aunque la confianza en la Iglesia Católica ha recuperado terreno desde su mínimo histórico del 9% en 2019 hasta el 22% en 2025, sigue siendo una institución en la que se confía poco. Está muy lejos de sus niveles previos a la crisis de los abusos, que superaban el 40%. Respecto de las creencias, incluso entre los católicos autoidentificados, la adhesión a doctrinas centrales parece estar erosionándose lentamente. La creencia en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía cayó del 83% en 2012 al 71% en 2025. La creencia en que los sacerdotes pueden perdonar los pecados en nombre de Dios descendió del 63% al 58% en el mismo período. Este desacoplamiento es clave. La afiliación se mantiene estable, pero la práctica y la confianza son bajas, mientras que la creencia merma en sus contenidos distintivos. La conclusión es ineludible: para un segmento significativo de ese 44%, la etiqueta «católico» representa una identidad cultural más que una fe vibrante y practicante.
¿Por qué la lógica del revival no aplica en Chile? La respuesta yace en un conjunto de factores socio-religiosos únicos que distinguen el contexto chileno del anglosajón. Tal vez uno de los factores explicativos relevantes es la severidad, el alcance y la cercanía temporal de la crisis de abusos sexuales clericales en Chile. No fue simplemente un escándalo; fue una implosión sistémica que culminó en un hecho sin precedentes: la totalidad del episcopado nacional ofreciendo su renuncia al Papa en 2018. Este evento se correlaciona directamente con el colapso de la confianza en la institución, que se hundió del 27% en 2017 al 9% en 2019. Para la Generación Z, esta crisis no fue un suceso histórico, sino un evento formativo que moldeó por completo su percepción de la Iglesia. El declive católico en Chile ha sido potentemente acelerado por un fracaso institucional endógeno, que constituye una vía distinta a la secularización más gradual y cultural de Europa Occidental.
El renacimiento anglosajón se enmarca a menudo como un movimiento contracultural, una reacción de ciertos jóvenes contra lo que perciben -acertadamente a mi juicio- como excesos liberales y una búsqueda de la estructura y los roles de género definidos que ofrece la religión tradicional. En Chile, la dinámica es la inversa. La Iglesia no es un refugio de la cultura dominante. La «guerra cultural» está invertida. Si en Estados Unidos algunos jóvenes se vuelcan a la Iglesia como un acto de rebelión contra la cultura progresista, en Chile muchos jóvenes abrazan los valores progresistas como un acto de rebelión contra la cultura históricamente asociada al catolicismo. La institución no es la solución a su anomia; para muchos, tristemente, es un símbolo de ella.
Un motor significativo, aunque a veces subestimado, del resurgimiento en el Reino Unido es la inmigración de países con poblaciones católicas y pentecostales más vibrantes, como Polonia, Nigeria y Filipinas. Este influjo ha revitalizado parroquias urbanas. La reciente ola migratoria en Chile proviene principalmente de otros países de América Latina (Venezuela, Perú, Colombia, Haití). Si bien estas poblaciones son a menudo religiosas, llegan desde sociedades que también están atravesando sus propios y complejos procesos de secularización y pluralización religiosa. Su impacto no es comparable a la infusión de comunidades altamente devotas en el paisaje intensamente secularizado de Gran Bretaña. La Iglesia chilena no puede contar con el mismo «rescate» demográfico que está sosteniendo parcialmente a las congregaciones en el Reino Unido. Su futuro depende casi exclusivamente de su capacidad para volver a conectar con su juventud nativa.
La Encuesta Bicentenario 2025 no anuncia un revival católico en Chile. Lo que los datos revelan es el establecimiento de un «piso estadístico» tras un derrumbe institucional que parece llegar a su fin. La Iglesia se ha estabilizado como una fe minoritaria que retiene un núcleo de creyentes, pero ha quedado generacionalmente desconectada de la juventud del país.
No debemos caer en la tentación -especialmente los católicos- de leer la estabilización en el 44% como un signo de vitalidad renovada, mientras se ignoran los preocupantes datos demográficos que yacen justo debajo de la superficie. El camino hacia cualquier renacer genuino en el futuro será largo y arduo. Requeriría mucho más que una leve recuperación de la confianza. Exigiría una profunda reestructuración institucional, un nuevo modo de compromiso cultural que pueda hablar a una generación que ya no comparte su gramática moral o social, y un humilde reconocimiento de que la Iglesia en Chile ya no es una mayoría cultural, sino un puesto de avanzada misionero en una tierra cada vez más secular.