¿Qué dice la academia sobre el salario mínimo?
20.09.2025
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20.09.2025
Los autores de esta columna escrita para CIPER hacen un detallado repaso del debate académico en torno al salario mínimo y sus consecuencias económicas. Esto, a propósito del informe del Banco Central que provocó revuelo en el mundo político. Los autores argumentan que la literatura académica ha reconocido que el análisis sobre el salario mínimo es mucho más complejo de lo que generalmente se sugiere en el debate público, y coinciden con que precisar la magnitud de los efectos sobre el empleo es muy importante, pero sostienen que, si se adopta una visión más moderna sobre los mercados laborales, “no solo debemos sentarnos a discutir respecto a los efectos sobre el empleo, sino también ponerlos en contexto considerando los efectos sobre la distribución de ingresos, utilidades, eficiencia, productividad y muchos otros”.
Créditos imagen de portada: Francisco Paredes / Agencia Uno
El salario mínimo se ha tomado la discusión pública las últimas semanas a raíz de un estudio presentado por el Banco Central que estima que los ajustes recientes impulsados por el actual Gobierno han generado efectos negativos en el empleo formal en Chile. En respuesta, diversos comentaristas han manifestado que el estudio constituye un golpe contundente al Gobierno al responsabilizarlo de las tendencias macroeconómicas en empleo, mientras que el presidente Boric y otros miembros del oficialismo han manifestado un desacuerdo aludiendo a que dicho estudio no considera los beneficios en términos de bienestar social que ha traído la política.
A riesgo de simplificar, el álgido debate de las últimas semanas puede resumirse en dos temas distintos pero relacionados y muchas veces confundidos en el debate público:
Respecto al primer tema, lo primero es reconocer la excelente iniciativa del Banco Central en usar datos administrativos y metodologías validadas por la academia para subir los estándares técnicos de la evaluación de políticas públicas en Chile. Este esfuerzo contribuye a la modernización del Estado y, en nuestra opinión, se vería enriquecido si sumara a otros organismos públicos y se incluyera a la comunidad académica que en la actualidad no tiene acceso a la infraestructura de datos del Banco Central para poder aportar desde su vereda.
Como todo trabajo académico ambicioso, el análisis del Banco Central presenta limitaciones que, en nuestra opinión, hacen los resultados menos concluyentes de lo que ciertos analistas interpretan. La presencia de limitaciones, por cierto, es inherente al ejercicio académico intelectualmente honesto y, por ende, no merma el valor de intentar cuantificar los impactos en el empleo de la política de salario mínimo. Con objeto de contribuir a ese debate, preparamos una nota adicional con comentarios sobre las limitaciones técnicas y de interpretación del estudio del Banco Central. Para los lectores interesados, nuestra nota técnica está disponible en el siguiente link.
Ahora bien, el objetivo del presente ensayo no es debatir sobre los detalles técnicos del estudio del Banco Central, sino proveer una lectura más general de la investigación académica en economía sobre el salario mínimo. Para algunos, el estudio del Banco Central viene a mostrar lo “obvio”, lo que todos sabíamos que iba a pasar. Sin embargo, la literatura académica, que tiene varias décadas de existencia y ha experimentado un progreso significativo en tiempos recientes, sugiere que el problema está lejos de ser obvio. La pregunta fundamental (¿es el salario mínimo una “buena” política pública para aumentar el bienestar social?) es una bastante más compleja de lo que plantea el debate público.
El salario mínimo ha sido históricamente una política controversial: es muy popular en la población trabajadora y los gobiernos la usan cada vez más, pero los economistas, al menos durante el siglo pasado, tenían una visión muy negativa al respecto. La razón: el modelo económico básico predice que un aumento del salario mínimo generará una caída mecánica del empleo.
El argumento es simple: oferta y demanda. Si el mercado laboral opera como cualquier otro mercado, entonces existe una demanda laboral (cuántos trabajadores las empresas quieren contratar como función del salario que tienen que pagar, en donde a mayor salario, menos quieren contratar) y una oferta laboral (cuántos trabajadores quieren trabajar como función del salario que ganarían, en donde a mayor salario, más quieren trabajar). Si el mercado laboral es perfectamente competitivo, la interacción entre la oferta y la demanda determina un salario de equilibrio que genera una cantidad de empleo eficiente: todas las empresas que quieran contratar a ese salario encontrarán trabajadores dispuestos a trabajar, y todos los trabajadores que quieran trabajar a ese salario encontrarán un empleador que los contrate. Por ende, todas las interacciones entre trabajadores y empleadores de mutuo beneficio se llevarán a cabo.
Dentro de este modelo, la introducción de un salario mínimo quiebra la eficiencia en la asignación del empleo. Al subir por ley el salario por sobre el de equilibrio, menos empresas están dispuestas a contratar y más trabajadores quieren trabajar, y por ende se genera desempleo (o, en jerga técnica, un exceso de oferta). Ese resultado es ineficiente.
¿Significa esta ineficiencia que el salario mínimo es una mala política pública? No necesariamente. Una justificación distributiva del salario mínimo es aumentar los ingresos de los trabajadores de menores ingresos. Ese beneficio distributivo tiene como precio la caída en el empleo. Así, qué tan “caro” es para un gobierno aumentar los ingresos de los trabajadores de bajos salarios usando el salario mínimo depende de cuánto empleo se pierde con el aumento del salario mínimo. Es por esto que estimar correctamente la magnitud del efecto del salario mínimo sobre el empleo ha sido fuente de atención considerable en el debate académico, en donde muchas y muchos economistas han realizado importantes esfuerzos para acumular evidencia que permita precisar la magnitud del efecto.
En el modelo simplificado de oferta y demanda en competencia perfecta, los ganadores y perdedores de la política son los mismos trabajadores: los que mantienen el trabajo tienen más ingresos, pero los que lo pierden tienen menos. En términos aproximados, la política sería entonces deseable si el “efecto neto” sobre todos los trabajadores fuera positivo. Como este modelo básico cumple todas las condiciones de competencia que generan resultados eficientes, rara vez ese efecto neto será positivo. Por eso, durante décadas, el efecto negativo sobre el empleo se consideró un resultado suficiente para argumentar que el salario mínimo es una mala política pública.
La investigación económica ha desarrollado recientemente una perspectiva más amplia para entender qué tan deseable es el salario mínimo como instrumento redistributivo. La visión moderna es bastante menos categórica.
Los economistas usualmente utilizamos modelos teóricos simplificados para estudiar fenómenos que son, objetivamente, mucho más complejos en el “mundo real”. Sin embargo, la visión predominante en la disciplina (y a la que nosotros adscribimos) es que esas simplificaciones muchas veces son necesarias, útiles y no necesariamente comprometen el valor de los modelos. Si los modelos generan, a pesar de sus simplificaciones, predicciones que son verificables en los datos, los economistas tendemos a pensar que dichos modelos sí pueden ser informativos de los fenómenos analizados.
El salario mínimo permite operacionalizar esta idea. El supuesto de competencia perfecta en el mercado laboral claramente tiene limitaciones y no necesariamente representa fidedignamente el funcionamiento del mundo real. Sin embargo, una predicción fundamental del modelo es que el salario mínimo genera desempleo. Si esto se confirma en los datos, algunas intuiciones provenientes del modelo (por ejemplo, que las empresas reaccionen al incremento en los costos laborales disminuyendo la contratación) nos ayudan a entender mejor la política. Así, uno de los objetivos de la evidencia empírica del efecto del salario mínimo sobre el empleo, en adición al valor de su cuantificación, es proveer respaldo empírico al modelo competitivo para el análisis del mercado laboral.
La evidencia producida en la década de los 80 generalmente sugería que, efectivamente, el salario mínimo genera desempleo. Sin embargo, los datos y metodologías disponibles en esa década eran, por lo bajo, imperfectos para sacar conclusiones robustas al respecto, lo que la hacía insuficiente para proveer una respuesta categórica.
A partir de los 90, la academia económica vivió la llamada “revolución de la credibilidad”, en donde la profesión avanzó de manera considerable en la comprensión y desarrollo de metodologías empíricas para la estimación de efectos causales. Dicha revolución cambió completamente la manera de realizar estudios empíricos e, inclusive, la identidad epistemológica de la economía como ciencia social. A modo de reconocimiento de esta revolución, es que en el año 2021 los economistas Joshua Angrist, David Card y Guido Imbens ganaron el premio Nobel de economía por sus contribuciones al estudio empírico en economía.
Un estudio emblemático en esta revolución fue un artículo publicado por los economistas David Card y Alan Krueger que analizó los efectos de un aumento del salario mínimo en el estado de Pennsylvania en EE. UU. en 1992, focalizándose en restaurantes de comida rápida famosos por contratar muchos trabajadores de sueldo mínimo. Los autores recopilaron datos inéditos y usaron metodologías novedosas para los estándares de la época, marcando una distancia con las investigaciones previas. El estudio encontró, entre otros resultados, que el incremento del salario mínimo aumentó los salarios de los trabajadores, pero no generó desempleo (e incluso, por el contrario, aumentó marginalmente el empleo).
Este fue un artículo, por lo bajo, controversial. Al contradecir la predicción principal del modelo teórico dominante en la época (que el salario mínimo inambiguamente genera desempleo), fue inicialmente rechazado por parte de la comunidad académica. Durante al menos una década, el debate trató de los méritos técnicos del estudio, en donde Card y Krueger estuvieron constantemente respondiendo y contraargumentando a los críticos (ver, por ejemplo, la crítica de Neumark y Wascher y la correspondiente respuesta de Card y Krueger). Como la teoría tenía que estar correcta, la investigación empírica debía estar errada.
Al día de hoy, muchos estudios han intentado replicar los resultados de Card y Krueger en otros contextos, con mejores metodologías y datos de mejor calidad. Este esfuerzo hace sentido ya que, si bien los métodos de Card y Krueger fueron novedosos y significaron una mejora sustancial en los estándares técnicos de principios de los 90, en la actualidad, los estándares son muchísimo más altos. Sin embargo, y quizás sorpresivamente para muchos, el artículo de Card y Krueger “envejeció bien”. Los estudios de mejor calidad, muchos de ellos elaborados en los últimos 10 años, han encontrado que, en muchos contextos, los efectos del salario mínimo sobre el empleo son menores de lo esperado y en algunos casos pueden ser nulos e incluso positivos. Resúmenes exhaustivos de la literatura empírica reciente pueden encontrarse en los siguientes artículos: (1), (2) y (3).
En base a la creciente abundancia de evidencia empírica que apunta en esa dirección, es que los economistas han cambiado su perspectiva respecto a los efectos del salario mínimo y con ellos han surgido nuevas preguntas e investigaciones. Si a Card y Krueger se les criticó por contradecir el modelo del momento, ahora el modelo ha sido castigado por no ser consistente con la evidencia empírica. Esto es, esencialmente, “la revolución de la credibilidad”.
Aunque la discusión sobre un artículo puede parecer anecdótica, la realidad es que todo este debate empírico sobre los efectos del salario mínimo sobre el empleo ha generado un avance astronómico tanto teórico como empírico del estudio del mercado laboral en general y del salario mínimo en particular.
Durante años los economistas estuvieron convencidos, sin ninguna duda, de que el salario mínimo generaba desempleo. Luego, la sospecha introducida por las innovaciones empíricas generó un extenso debate de si los efectos del salario mínimo sobre el empleo son negativos o no. Al día de hoy, ese debate está gradualmente superado, dando pie a nuevas preguntas:
Estas preguntas son mucho más complejas de lo que parecen, y la investigación económica de alto nivel técnico desarrollada por investigadores en las mejores universidades del mundo provee cada mes nuevos artículos que nos ayudan a mejorar su entendimiento. Aún existen muchas preguntas abiertas e inconclusas que hacen de esta área de investigación una de las más activas de la academia en economía.
Aún no existe un nuevo consenso respecto al funcionamiento del mercado laboral y del salario mínimo, pero sí existe un consenso de que el viejo paradigma es insuficiente y, por lo tanto, hay mucho trabajo por hacer para avanzar científicamente en su comprensión.
Uno de los ejes del desarrollo científico reciente en economía laboral ha sido abrirse a la posibilidad de que el mercado laboral es imperfecto.
El modelo clásico de competencia perfecta asume que nadie tiene poder de mercado para fijar precios, porque el único precio que puede implementarse es el precio de equilibrio. Cualquier precio por sobre o por debajo del precio de equilibrio genera una asignación que no puede ser sustentada por el mercado. Consideremos, por ejemplo, el mercado del pan y asumamos que es perfectamente competitivo. Si como productor subo el precio del pan con relación al que fijan mis competidores, los clientes irán a comprar pan a la panadería de al lado. Así, no me convendrá subir el precio porque nadie me va a comprar. Eso implica que todos van a querer bajar los precios para atraer a los consumidores de la competencia. Esta fuerza competitiva disciplina al mercado para que el “precio de equilibrio” sea eficiente.
Llevemos esa lógica al mercado laboral. Si el mercado laboral es perfectamente competitivo, los empleadores van a querer bajar los salarios para ahorrar costos, pero si lo hacen, todos los trabajadores van a renunciar y van a correr a conseguir un empleo en la empresa de al lado a un mayor salario. Este comportamiento implicaría que, incluso si las empresas quieren bajar los salarios, no lo van a hacer porque podrían terminar sin trabajadores.
En la realidad, el mercado laboral no es “perfecto” y encontrar un trabajo es difícil. Toma tiempo y esfuerzo y requiere información. Los trabajos, además, son “multidimensionales” y, por ende, encontrar uno que se ajuste a los requerimientos de cada trabajador es aún más difícil. Unos pagan más que otros, otros están mejor ubicados, tienen más beneficios u ofrecen mayor flexibilidad laboral. Estas denominadas fricciones implican que, si un empleador baja un poco el salario, los trabajadores no van a correr a la empresa de al lado a trabajar por un mayor salario al día siguiente, pues saben que existe un valor en retener el trabajo dada la dificultad de encontrar uno nuevo, parecido o mejor. Así, los empleadores tienen, en determinadas circunstancias, poder para bajar salarios bajo el nivel de mercado o eficiente.
En términos técnicos, esto se conoce como poder monopsónico, lo que no es más que la otra cara de la moneda del poder monopólico, pero ejercido desde la demanda en vez de la oferta. El poder monopsónico ha tomado un rol central en la investigación académica moderna sobre mercados laborales. Esto queda de manifiesto en los amplios resúmenes de la investigación reciente realizados en los siguientes artículos: (1), (2), (3), (4) y (5).
¿Por qué es esto relevante en el contexto de la discusión del salario mínimo? En el modelo más sencillo de monopsonio, propuesto por primera vez por la economista Joan Robinson en la década de 1930, el empleador fija el salario (y, por ende, el empleo) por debajo del nivel eficiente. Así, la introducción de un salario mínimo acerca el salario al nivel eficiente, y como ello genera un aumento de la oferta de trabajo, también el empleo se acerca al nivel eficiente. En este modelo sencillo, un incremento del salario mínimo puede generar un aumento simultáneo de salarios y empleo, haciendo el equilibrio de la economía más eficiente. Los resultados de Card y Krueger, y otros más modernos de conclusiones similares, serían consistentes con esta predicción.
Existen, por supuesto, múltiples modelos de monopsonio en constante desarrollo que generan predicciones diversas respecto al efecto del salario mínimo. Ejemplos de esto modelos se pueden encontrar en los artículos: (1), (2), (3) y (4). No es cierto que todos los modelos con poder monopsónico predicen efectos positivos en el empleo. Pero lo que sí es cierto es que, en prácticamente todos los modelos con poder monopsónico, el efecto empleo va a estar atenuado respecto al modelo de competencia perfecta. Esto es consistente con la evidencia empírica, que de manera consistente encuentra efectos acotados en el empleo.
El famoso economista Alan Manning llama a esto el “efecto elusivo del salario mínimo”: en los datos es “fácil” encontrar efectos sustantivos en salarios, pero “difícil” encontrar efectos sustantivos en empleo. Estos efectos son elusivos: para encontrarlos, hay que focalizarse en grupos de trabajadores o industrias específicas, e incluso en esos casos el resultado puede no ser robusto a los datos o metodologías utilizadas. Al día de hoy, los efectos negativos parecen ser más la excepción que la regla.
Por supuesto, esto no significa que el salario mínimo no pueda tener efectos negativos en el empleo. Si bien la literatura académica encuentra que, en promedio, los efectos son bajos, existe heterogeneidad en las estimaciones y ciertamente el efecto del salario mínimo sobre el empleo va a depender de muchos factores, tales como el contexto macroeconómico, la presencia de otras políticas o el nivel mismo del salario mínimo. Si el día de mañana el Gobierno propone un salario mínimo de 10 millones de pesos, difícilmente un economista discrepará de la predicción de que el empleo disminuirá en consecuencia. Entender qué fuerzas moderan esas heterogeneidades y qué factores son más importantes para entender los distintos efectos potenciales es un área activa de investigación en economía, en donde al día de hoy existen más preguntas que respuestas.
La discusión de poder monopsónico se mueve en un ámbito abstracto y teórico y puede ser difícil de aterrizar para entender bien sus implicancias sobre los efectos de las políticas públicas sobre el mercado laboral, en particular, del salario mínimo. Sin ir más lejos, los economistas estamos aprendiendo sobre estas cosas en tiempo real dados los avances recientes en la materia.
Sin embargo, la existencia de poder de mercado tiene una implicancia concreta. Cuando se incrementa el salario mínimo, eso inambiguamente genera un incremento en los costos laborales de las empresas afectadas que “alguien” tiene que pagar. En el modelo de competencia perfecta, justamente producto de la competencia perfecta, la única manera en que las empresas (y, por ende, el mercado) pueden absorber ese costo es mediante la reducción del empleo. Por ende, los únicos que “pagan” el aumento del salario mínimo son los trabajadores que pierden el empleo.
En modelos más realistas del mercado laboral que relajan el supuesto de competencia perfecta, existen muchos más márgenes de ajuste que el empleo de los trabajadores afectados. Intuitivamente, a menor disciplina competitiva, más son las variables que están en control de los distintos agentes de la economía. Por ende, hay más objetos que pueden responder a cambios en la regulación laboral.
A continuación, enumeramos algunos ejemplos para ilustrar este punto. Esta lista no es exhaustiva y está en constante evolución, ya que documentar y modelar efectos del salario mínimo sobre variables distintas al empleo es un área de investigación activa en economía.
Como se mencionó anteriormente, esta lista no es exhaustiva. La literatura describe otros márgenes de ajuste y día a día investigadores muestran de manera creativa que existen más variables importantes que se ven afectadas por el salario mínimo. La visión de la disciplina sobre el salario mínimo ha cambiado mucho en los últimos 20 años, pero seguirá cambiando en los próximos años a medida que más investigación vaya cerrando algunas preguntas y abriendo otras nuevas.
La existencia de múltiples márgenes de ajuste no solo es una curiosidad teórica y académica, sino que también cambia el diagnóstico sobre los ganadores y perdedores de la política.
En un modelo de competencia perfecta, los únicos que ganan y pierden son los trabajadores afectados que ganan el sueldo mínimo. Por ende, lo único que importa cuantificar son los efectos en sus salarios y en sus niveles de empleo.
En un modelo más general, no solamente el efecto empleo es más “elusivo”, sino que también múltiples agentes de la economía se ven afectados, generando preguntas no triviales respecto a los reales efectos en bienestar de la política.
Si la política se paga sola, entonces estamos todos felices, ya que existen solo ganadores. Pero si los trabajadores afectados ven incrementados sus salarios tras aumentos del salario mínimo porque las empresas se hicieron más productivas, subieron los precios y percibieron menos utilidades, existen otros agentes como empresarios y consumidores que también empiezan a jugar un rol en el análisis de bienestar.
El problema se convierte, entonces, en uno mucho más complejo que la mera cuantificación del efecto del salario mínimo sobre el empleo. Ese efecto es sin duda importante, quizás de los más importantes, pero una evaluación comprensiva de la política requeriría ver qué pasa con múltiples variables de la economía. Cuantificar, con precisión, cada uno de estos efectos, es necesario para pensar, de manera más rigurosa, cómo el salario mínimo afecta el bienestar social.
El objetivo de este ensayo ha sido argumentar, a través de una síntesis del estado del arte de la investigación en economía sobre los mercados laborales y el salario mínimo, que evaluar si el salario mínimo es una buena política pública es muchísimo más complejo que simplemente establecer un efecto negativo sobre el empleo formal. Existen, posiblemente, distintos ganadores y perdedores. Evaluar la política entonces requiere, al menos, tres cosas:
En este contexto, el estudio del Banco Central es de suma importancia. Cuantificar cuántos empleos se perdieron producto del incremento del salario mínimo es un insumo importante para determinar cómo la política afecta el bienestar social, ya que pone valor a uno de los costos importantes que puede tener. Precisar su magnitud es sumamente importante, razón por la cual creemos que es importante someter la estimación del Banco Central (y otras que vayan surgiendo) al escrutinio académico más riguroso que nos permita avanzar hacia un consenso técnico que oriente la toma de decisiones de manera responsable. Ese es justamente el espíritu de la nota adicional que escribimos con comentarios técnicos sobre ese estudio, y que está disponible en este link.
Igualmente importante, no solo debemos sentarnos a discutir respecto a los efectos sobre el empleo, sino también ponerlos en contexto considerando los efectos sobre la distribución de ingresos, utilidades, eficiencia, productividad y muchos otros. Es una gran noticia que como país queramos subir el estándar técnico a la evaluación de políticas públicas, y reconocemos el rol del Banco Central en liderar esta iniciativa. Esperemos que estos esfuerzos se extiendan a más actores del mundo público y académico para avanzar hacia un gran acuerdo técnico que nos permita diseñar políticas, y en particular la de salario mínimo, que incrementen el bienestar social de la sociedad chilena.