Así se cuela un bot… y así se infecta la democracia
20.09.2025
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20.09.2025
Señor Director:
No todos los golpes de Estado llegan con tanques ni sirenas. Algunos se infiltran en silencio, disfrazados de conversación ciudadana, colándose en nuestras redes sin que nadie los invite. Este no tomó el Congreso, tomó nuestros timelines.
Hablemos entonces del bot de campaña.
Hasta hace unos años, el bot era un pasatiempo nerd, un algoritmo simpático que vivía en foros marginales, contestando con frases automáticas a preguntas irrelevantes. Era un ermitaño digital. Pero un día, sin permiso, empezó a aparecer en discusiones políticas, colándose en comentarios, replicando insultos, amplificando rumores. En su avance indetenible desplazó al opinólogo de esquina, arrinconó al brigadista de feria y hasta hizo que los periodistas de carne y hueso se sintieran incómodos en su propia casa.
Lo más irónico es que ni siquiera existe y aun así, aquí está, instalado en todas partes. Es el equivalente digital de ese sujeto odioso que llega a una fiesta a la que nadie lo invitó, pero que igual se sirve un trago y termina bailando con la cumpleañera.
No lo elegimos, fue una imposición silenciosa. Consultoras digitales, agencias de comunicación y equipos de campaña decidieron que su presencia era más eficiente y moderna. Entre 2017 y 2019, los bots empezaron a reemplazar sin permiso nuestras voces, lo hicieron tantas veces que dejaron de ser opcionales. Resistirse equivalía a sonar irrelevante.
La política lo entendió de inmediato. Los partidos descubrieron que un tuit bien programado podía pesar tanto como una conferencia de prensa. Que una tendencia artificial lograba más titulares que un acto en la plaza. Y que mientras los ciudadanos dormían, el enjambre seguía trabajando. Esa ventaja fue demasiado tentadora como para dejarla pasar. Por eso donde antes había brigadistas con banderas, hoy hay perfiles automáticos. Donde antes se repartían volantes en la feria, ahora circulan cadenas en Telegram. La propaganda ya no se imprime, se programa. Y el bot es su soldado más fiel: no cobra sueldo, no pide descanso, no se enferma. Puede repetir un rumor mil veces con la misma entonación con que otros apenas lo mencionan una.
El disfraz es su mayor triunfo. No hablan como máquinas, hablan como vecinos. Copian chistes, distribuyen encuestas, imitan muletillas. Se camuflan en el flujo de lo humano hasta que dejan de distinguirse. Cuando la confianza se deposita en esos ecos automáticos, lo que se erosiona no es solo la verdad, es la idea misma de comunidad. El riesgo mayor no está en lo que dicen los bots, sino en lo que dejamos de escuchar entre humanos. Y en ese vacío, cualquier simulacro parece suficiente.
No vaya a ser que algún día, por confiar en ejércitos de perfiles automáticos, un respetado ejecutivo de televisión termine renunciando antes de que amanezca.
El mecanismo es viejo, aunque hoy venga en formato digital. Durante la Guerra Fría se inventaban panfletos para debilitar gobiernos enteros. En dictaduras latinoamericanas circularon noticias falsas para sembrar miedo. Antes se necesitaban imprentas clandestinas y camiones de reparto, hoy basta con una granja de servidores que dispara mensajes las veinticuatro horas, con perfiles que se hacen llamar como patitos, héroes anónimos o cualquier cosa que suene a vecino común. El efecto es idéntico: instalar la sospecha, deformar la conversación, erosionar la confianza.
La consecuencia es visible. Terminamos gastando horas, energía y paciencia en discutir con espejos rotos. Y al final, como todo eco, lo único que logran es que nuestra propia voz se vuelva irreconocible. La repetición no convence, desgasta. No persuade, agota. Esa es la táctica: no ganar por ideas, sino por insistencia.
Al principio los bots atacaron a dos candidatas y pensamos que era parte del juego. Después arrinconaron a periodistas y lo vimos como anécdota digital. Mañana vendrán por cualquiera que estorbe. Y cuando queramos reclamar, ya no habrá a quién hablarle: solo quedará el eco automático de un país en silencio y de una democracia que ya no respira.
Hoy se cuela un bot. Mañana, una realidad completa.