Federico Assler es impulso vital
10.08.2025
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La autora de esta columna aprovecha la publicación del libro “Federico Assler, Dibujos 1970-2022” para hacer un recorrido por la obra del destacado escultor, Premio Nacional de Arte 2009. Comenta que “en el libro se observa cómo Assler transforma. Exhibe así la manera concreta como se genera la idea visual de un artista plástico, multifacético e hiperactivo, que da existencia a un objeto de arte como la escultura que se emplaza en un espacio real (natural o arquitectónico-urbano) como un hito tridimensional que, según Assler, es un espacio de encuentro.”
Créditos imágenes: Carolina Abell
Federico Assler (1929) es un escultor cercano al paisaje natural y arquitectónico. Es, como lo he escrito otras veces, un titán de la escultura contemporánea, artista siempre innovador quien introduce, desde los años ‘60 del siglo pasado, el hormigón como materia para hacer piezas únicas o conjuntos escultóricos. En ese escenario su figura cobra una fuerza relevante, ya que desde su regreso a Chile en 1981, motiva en el desarrollo urbano el pionero concepto de parque escultórico hoy afianzado. Ello, entre otros aspectos, contribuyó a que en 2009 haya recibido el Premio Nacional de Arte, el que tampoco lo dejó tranquilo.
Ayer, como hoy, trabaja sin dejar atrás su enrome vitalidad, en el taller ubicado en las cercanías del río Maipo. Aunque, a veces, se sienta en el amplio escritorio de su casa con vista a la cordillera y rodeado por árboles, plantas y un sinfín de flores, para informarse sobre el arte, la actualidad, la filosofía… Sin embargo, la mayor parte de su tiempo lo destina a crear en el taller que bautizó primero, en 1981, La Obra II y, desde 1992, lo llamó Roca Negra trasladando todos sus haberes creadores a un galpón mucho más grande que el anterior ubicado a metros de su casa.
Con las ganas y el esfuerzo que requiere crear un lugar propio inserto en el paisaje, fundó la casa-museo Roca Negra que le obliga a caminar unos minutos y cruzar la carretera (a pie o en auto) para llegar al lugar de trabajo. Y, en poco más de cuatro décadas, la velocidad y metódica de Assler junto a la de Francisca Délano, permitió que emergiera el proyecto del taller-parque escultórico. El lugar, hoy dotado de dos galpones y un par de zonas de exhibición de obras (grabados, dibujos, pinturas, maquetas…) se ha transformado completamente en el “lugar de encuentro” que, tal como lo ha dicho Assler, es la escultura. Allí también tiene el estudio donde investiga y analiza sus creaciones y, por supuesto, reúne todo aquello que, desde sus inicios en los ‘50, considera útil: una piedra, una semilla, una concha. Un tronco, fotocopia o postal, una rama, un trozo de aislapol, un tarro aplastado y más, porque Assler es un recolector de especies variadas tanto como H. Moore, C. Oldenburg y muchos otros. Es que esas cosas ayudan a pensar.
Por eso Roca Negra es un almacén de ideas y búsquedas. Es un sitio que reúne piezas escultóricas, pero también la evolución de su pensamiento plasmado en ideas y dibujos pegados en muros o concentrados en más de 200 blocks que contienen, desde los ‘70 del siglo XX, esbozos.
En esas boceteras de papel hilado con tapas de cartón, por supuesto, grises o negras ha dejado trazados pensamientos visuales y escritos. Ellas, guardadas en orden temporal, son registros íntimos del artista que, además de contener sus referentes, atesoran algo más valioso: su desarrollo creativo. Cientos de croquis, esbozos, trazados lineales aglomerados o extendidos y cuidados dibujos en blanco-negro y color custodian sus búsquedas internas.
Federico siempre vital, sigue trabajando a diario. Por eso hace unos días, en sus 96 años, concretó otro de sus proyectos soñados: hacer un libro con sus ideas gráficas. Más de 250 imágenes a las que se suman pensamientos del escultor, constituyen una cuidada selección cronológica extraída de ese mar de bocetos sistemáticamente ordenados. El equipo encabezado por su esposa, la artista Francisca Délano, hizo una sobria y cuidada publicación titulada “Federico Assler, Dibujos 1970-2022” (D21 Editores, Santiago, 2025), que incluye imágenes de algunas piezas soñadas y otras hechas. Una acotada selección también exhibida días atrás exponiendo otra parte escueta del gran haber gráfico de Assler, quien -como pocos en el mundo de las artes visuales-, dibuja sin miedo. Cientos de hojas de papel hilado blanco, similares a las del libro impreso, dan soporte a líneas continuas y, a veces, discontinuas que también se expresan duras, entrecortadas o temblorosas. Delgadas, y gruesas. Claras y/o oscuras denotando luces y sombras como también texturas de piezas que quizá nunca veremos, pero que se construyen en el plano con líneas estriadas, siluetas achuradas e, incluso, con trazos hechos con la fuerza de la precisión y de la simpleza.
Ellos son, en suma, el pensamiento visual de un creador infatigable que, años atrás, aseveraba enfático: “Hay que dibujar. ¡Todos los días hay que dibujar!, ¿me entiendes tú?”. Todos los días, Carolina, tienes que dibujar”. Y es cierto. Él lo hace, porque ama el dibujo tanto como lo aconsejan, desde otra disciplina, los grandes escritores: una línea cada día, dicen. Así, con esa pasión por el oficio es como se ha construido toda la obra creadora de Assler y también el libro recién publicado que, incorpora, además, bocetos hechos con grafitos, tintas, carbones y, a veces, lápices de colores. En ellos se constata, otra vez, tal como en catálogos y en el único libro que reúne su cuerpo de obra visual (Federico Assler, Obra Artística 1958-2002, Infoarte Ediciones, Santiago, 2002), el valor del paso que existe entre registro bidimensional y la tridimensión que también ayuda a comprender la dificultad de las operaciones, sin máquinas ni inteligencia artificial, que exigen la creación de lo plano y de lo volumétrico.
El grupo de bocetos impresos exhibe la delicadeza de trazos variados que muestran la expresión única y consistente que ejecuta Assler con la materia sin importar si es pintura, grafito, collage, dibujo con arena o plumón. Sea como fuere, la presión de la herramienta en la mano sobre el soporte está conectada con lo interno para dar énfasis y vida a la forma a través del uso de la luz, es decir, de los achurados sueltos o disciplinados que, según la materialidad ocupada, generan tonos y valores que terminan por dar corporalidad a una imagen siempre clara y sin enreveresamientos.
En este nuevo libro reaparece un Assler fuerte y delicado, brutal y sensitivo, concentrado y, más aún, rigurosamente disciplinado. Por eso mirar cada una de sus boceteras (tuve esa suerte cuando preparábamos su libro monográfico entre los años 2000 y 2002) es introducirse en sus espacios privados. Tanto como es visitar su casa o su taller, ya que ahí está detenida su habilidad gráfico-visual y, más aún, la intimidad del hacer que es la arquitectura de su vida.
Tener hoy entre las manos un libro de sus dibujos es delicado, ya que constituye una invitación seria a comprender que el resultado creador nace de un complejo proceso, a veces, trunco, pero fascinante. Tan placentero como exigente, terrible y/o espantoso, pero siempre reflexivo, porque emerge -tal como queda manifiesto en las cuantiosas cuartillas impresas sin numeración- desde cientos de ideas visuales que se cruzan por la mente del autor. Llegar a concretar unas y otras no es un triunfo que obliga al ejercicio autocrítico de elegir. Ahí se juega, día a día, la conciencia creadora que siempre, sépase o no, es resultado de un pensamiento visual que abstrae lo esencial. No hay nada ni nadie que pueda crear sin haber visto lo contextual o lo que otros hicieron antes. En ese sentido, en el libro se observa cómo Assler transforma. Exhibe así la manera concreta como se genera la idea visual de un artista plástico, multifacético e hiperactivo, que da existencia a un objeto de arte como la escultura que se emplaza en un espacio real (natural o arquitectónico-urbano) como un hito tridimensional que, según Assler, es un «espacio de encuentro».
Este libro es una muestra ínfima de los complejos momentos y procesos de ejecución que están involucrados en la obra de Federico Assler, pero es una importante contribución, porque ofrece la posibilidad de comprender cómo Assler habita su propia obra. Es decir, permite seguir algunos de los pasos privados y, muchas veces ignorados que nacen en ese “cuarto propio”, diría Virginia Wolf, que es donde el artista enfrenta la discusión muda entre su propio cuerpo, su mente y su espíritu. Por eso lógico que, al cierre de la edición, Assler tome el lápiz y escriba un dictamen verdadero: “Las obras emergen de impulsos VITALES” (sic).