Tipología de liderazgos de los candidatos en las primarias presidenciales
28.06.2025
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28.06.2025
En la víspera de las primarias de la centroizquierda, el autor de esta columna analiza los tipos de liderazgo de los cuatro candidatos, basado en sus intervenciones en los debates de la campaña. Concluye que «más que un enfrentamiento de proyectos incompatibles, lo que emerge es una disputa por los modos de organizar la expectativa de cambio y los lenguajes con los que este puede ser vehiculizado. La eficacia de cada forma de liderazgo no debe evaluarse exclusivamente por su capacidad de impacto inmediato, sino por su aptitud para articular demandas sociales, construir sentido común y ofrecer una imagen plausible del porvenir».
Imagen de portada: Diego Martín / Agencia Uno
Considerando tres debates (Canal 13, Radio Cooperativa y TVN) se consolidan cuatro perfiles arquetípicos de lo/as candidato/as. En este sentido, cada candidatura encarna una forma de autoridad política y un modelo de articulación de expectativas ciudadanas que, si bien puede enmarcarse en una gramática reconocible, adquiere matices y tensiones específicas al ser confrontada con la práctica discursiva en situaciones de interpelación pública. El análisis comparado de estos liderazgos no busca establecer jerarquías normativas sino describir su coherencia interna, sus apuestas políticas implícitas y los límites que cada forma presenta al momento de disputar legitimidad.
Una primera figura corresponde a la de Jeannette Jara, cuyo estilo de liderazgo remite a una forma de autoridad protectora, en la que el registro emocional y el gesto de cuidado se combinan con apelaciones a la eficacia administrativa. Su comunicación incorpora referencias constantes a la vida cotidiana en barrios populares, a la situación de las mujeres trabajadoras, y a indicadores económicos concretos, lo que configura un dispositivo de legitimidad que busca mostrarse cercano y al mismo tiempo competente. En los debates, esta disposición se traduce en una actitud contenedora ante las críticas, un uso moderado del conflicto y una retórica orientada a la convergencia. Su modo de ejercer el debate evita la polarización directa, lo que puede interpretarse tanto como un recurso de inclusividad como una estrategia para eludir zonas de fricción que podrían exigir definiciones más nítidas.La figura arquetípica de Jara es Bachelet, o una Antígona doméstica.
Carolina Tohá representa, en cambio, una configuración de liderazgo centrada en la competencia técnica y la gestión institucional. Su enunciación privilegia el lenguaje de las políticas públicas, la planificación y los marcos regulatorios, situándola en un lugar discursivo asociado a la sobriedad tecnocrática. A lo largo de los debates, esta posición se sostuvo con coherencia, aunque también reveló ciertos límites para establecer vínculos afectivos con la audiencia. En los momentos en que intenta humanizar su intervención, por ejemplo a través de referencias literarias o de evocaciones biográficas, surge una tensión entre la figura de la experta y la necesidad de resonancia emocional que la contienda electoral exige. Su postura en temas de financiamiento, regulación fiscal y cooperación público-privada refuerza su ubicación como exponente de una racionalidad de Estado, con énfasis en la sostenibilidad administrativa de las propuestas. La figura arquetípica es la Ex canciller alemán, Angela Merkel
Por su parte, Gonzalo Winter articula un modelo de liderazgo basado en una ética de la denuncia y la memoria del conflicto social. Su performatividad remite a una forma militante de la representación, donde el carisma no se funda en la gestión de soluciones sino en la capacidad de nombrar el antagonismo. El repertorio de referencias a la desigualdad estructural, al poder económico concentrado y a las promesas incumplidas de la democracia chilena reciente lo sitúa en un registro épico que busca reconectar con el horizonte transformador del estallido. No obstante, esta energía discursiva aparece cruzada por la exigencia de demostrar viabilidad política. Las propuestas técnicas que introduce en el debate (como la devolución del IVA o el ingreso obligatorio a Fonasa de autoridades públicas) apuntan a transitar desde una posición testimonial hacia una de articulación institucional. El modo en que interpela a sus contendores, especialmente cuando insiste en contrastar posiciones con Jara o Toha, revela tanto un deseo de diferenciarse como el riesgo de caer en un tono acusatorio que puede erosionar su pretensión de liderazgo amplio. La figura arquetípica es Iñigo Errejón.
Finalmente, Jaime Mulet encarna una figura de liderazgo localista, marcado por la apelación a una región periférica y a una política de la decencia y la franqueza. Su enunciación enfatiza la denuncia del centralismo, la reivindicación de lo regional y el rescate de valores de la política tradicional. Sin embargo, su estilo narrativo y testimonial carece de anclaje programático suficiente, lo que debilita su posición como oferente de una alternativa de gobierno. Las propuestas que presenta, como la creación de una policía municipal o el plan habitacional basado en incentivos tributarios, aparecen desprovistas de articulación sistémica y se sostienen más en la intuición moral que en una visión estatal integrada. La evocación de su pasado humanista-cristiano y su defensa de causas nobles, como los derechos de los animales o la soberanía agroalimentaria, refuerzan su carácter testimonial pero limitan su capacidad de proyectar un horizonte hegemónico. La figura arquetípica es el Sr. Smith en la obra de Capra: Mr. Smith goes to Washington.
El siguiente cuadro resume las diferencias de esta tipología de orden weberino.
En el conjunto del ciclo de debates, se observa una pluralidad de gramáticas de la autoridad que coexisten al interior del campo progresista chileno. Estas oscilan entre registros afectivos, racionales, éticos y territoriales. Más que un enfrentamiento de proyectos incompatibles, lo que emerge es una disputa por los modos de organizar la expectativa de cambio y los lenguajes con los que este puede ser vehiculizado. La eficacia de cada forma de liderazgo no debe evaluarse exclusivamente por su capacidad de impacto inmediato, sino por su aptitud para articular demandas sociales, construir sentido común y ofrecer una imagen plausible del porvenir.