Cine chileno: asumir que estamos grandes (o la banalidad del éxito)
06.05.2025
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06.05.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER analiza el excelente momento internacional del cine chileno, pero lo confronta con la realidad interna, con poco público, poca promoción y poca inversión en la industria nacional cinematográfica. Da algunas sugerencias de cómo la acción del Estado puede colaborar con el desarrollo del cine local y sostiene que “al aumento de los fondos disponibles para cultura que el gobierno implementó este año y que, sin duda, ha influido virtuosamente en nuestro ecosistema, debemos agregar la elaboración de una nueva ley del audiovisual, que alinee la producción con el consumo de cine nacional”.
Imagen de portada: Escena de «La Ola», de Sebastián Lelio
Este año Cannes acoge dos largometrajes chilenos en sus secciones oficiales: “La misteriosa mirada del flamenco”, de Diego Cepeda (Un certain regard) y “La ola”, de Sebastián Lelio (Cannes première).
Tribeca, en Nueva York, estrena “Cuerpo celeste”, de Nayra Ilic.
“El ladrón de perros”, de Vinco Tomicic, gana un Platino como ópera prima. En Venecia, Chile es ”País foco” del Production Bridge, un gran evento de industria. De alguna manera, esta tendencia se replicará en la carrera por los Oscars, los Goya, Berlín, San Sebastián, Guadalajara, Sundance y Toronto, y en multitud de festivales, wips, encuentros de industria y demás instancias internacionales, todas importantes en su entorno, donde figurarán cortos y largos, series y mini series, ficciones y documentales, animaciones, videojuegos, obras de realidad virtual y otras, producidas o coproducidas en Chile.
Que nuestras obras figuren en festivales internacionales, ganen premios y menciones, generen noticias que los algoritmos mediales nos devuelven cada mañana en el celular, comienza a ser costumbre. Y la costumbre tiende a confundirse con banalidad.
Pero en una industria global como la audiovisual estos premios, selecciones, menciones y presencias no son banales, son la punta de un iceberg en el mar de los más grandes. Significa que, por debajo, hay muchas obras, fuerza de trabajo, recursos técnicos, servicios, productoras, locaciones y talentos numerosos y bien preparados. O sea, una industria y una institucionalidad audiovisual que se asoman a la madurez.
No hay que equivocarse, este es un momento excepcional que, a los gremios y organizaciones del sector, así como a los actores políticos, académicos y comunicacionales implicados, nos toca asumir.
Asumir, por una parte, que estamos grandes y, por otra, que nos movemos en un terreno inestable y paradójico, donde nuestras fortalezas coinciden en gran medida con nuestras debilidades, con un modelo basado en el talento más que en el capital, y en las subvenciones más que en el público.
El tamaño de nuestro país como mercado audiovisual es muy pequeño. Y si nos detenemos en las cifras de público de nuestra producción: microscópico. Sin embargo, la industria audiovisual chilena es real y contribuye de manera apreciable al PIB y, al mismo tiempo, genera un capital de prestigio para el país que la vocación exportadora de nuestra economía sabe aprovechar.
En Chile, eso sí, se sabe más de los premios que obtiene nuestro cine que del argumento de las películas.
Estamos atrapados en un círculo vicioso porque a los privados no les interesa invertir en la producción nacional mientras no tenga público y no tenemos público porque se invierte muy poco en la distribución del cine nacional.
Es más, la mayoría de los privados en esta industria ve al cine nacional como su competencia. Que los cineastas miren a los festivales más que al público local no debiera extrañarnos: si el cine nacional tuviera público, no cabe duda que cambiaría.
Tenemos que apuntar a la sustentabilidad y ampliación del audiovisual nacional. Eso significa inversión privada y público local. Para lograrlo no hay fórmulas mágicas ni genios ocultos.
El negocio del cine, en Chile, es el negocio de Hollywood. El negocio del cine nacional está por definirse y sólo la voluntad del Estado puede darle forma con:
Es más fácil ver cine chileno en Cannes, Tribeca o compitiendo por un Oscar que en las salas o en la TV abierta y de pago del país. Al aumento de los fondos disponibles para cultura que el gobierno implementó este año y que, sin duda, ha influido virtuosamente en nuestro ecosistema, debemos agregar la elaboración de una nueva ley del audiovisual que alinee la producción con el consumo de cine nacional.
En la perspectiva de la Nueva política audiovisual que se está elaborando en estos días es imperativo relevar esta necesidad para dejar de ser un faro que ilumina todo, menos nuestra propia casa.