El legado del Papa Francisco en Chile: Un balance
22.04.2025
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22.04.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER analiza la relación que tuvo Francisco con Chile, reconociendo el pésimo inicio en que mal informado dudó de la gravedad de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes en el país, y el encubrimiento de la jerarquía de la iglesia. Sostiene que «un balance justo requiere mirar la historia completa. Las acciones posteriores de Francisco –su disculpa, la investigación encomendada, el encuentro personal con víctimas, la cumbre episcopal en Roma, la aceptación de renuncias clave y la significativa Carta al Pueblo de Dios– son testimonio de humildad y liderazgo. Demostró así una clara disposición a enmendar un error grave y a implementar medidas drásticas, sin temor a exponer las fallas sistémicas de la institución».
Imagen de portada: Vatican Media / Agencia Uno
La reciente partida del Papa Francisco invita a la reflexión sobre su pontificado. Evaluar su legado es una tarea compleja que abarcará múltiples dimensiones. Esta columna busca ofrecer un balance centrado en un aspecto específico pero crucial: su rol en Chile, particularmente en torno a la visita apostólica de enero de 2018. Este episodio, con sus luces y sombras, es fundamental para comprender el impacto de Francisco en la Iglesia chilena. No se trata de reabrir heridas, sino de analizar con ecuanimidad un momento definitorio que revela tanto los errores iniciales como la posterior capacidad de rectificación que marcó su relación con nuestro país y que forma parte ineludible de su legado.
Cuando se anunció la visita en 2017, la Iglesia chilena ya navegaba en aguas turbulentas. La confianza pública se encontraba muy erosionada tras el grave impacto del caso Karadima y sus múltiples repercusiones. En este contexto crispado, la figura del obispo Juan Barros había llegado a convertirse en un pararrayos de controversia. Su nombramiento como obispo de Osorno en 2015, pese a serias acusaciones de encubrimiento por víctimas de Karadima, generó un profundo conflicto.
Las advertencias no fueron pocas. Laicos, sacerdotes y la comunidad de Osorno manifestaron férrea oposición. Sin embargo, el Papa, aparentemente mal informado o subestimando la gravedad de la situación, defendió su nombramiento, llegando a descalificar las críticas. Esta circunstancia fue un antecedente clave que condicionó la visita. Por otro lado, ciertas críticas por el costo fiscal de la visita y un clima de relativa indiferencia mediática fueron evidenciando que Francisco llegaba a una sociedad aparentemente más escéptica, indiferente o decepcionada de lo religioso. Lo cierto es que no resolver la situación de Barros antes del viaje terminó siendo un error de cálculo de notables consecuencias.
El itinerario papal (15-18 enero 2018) abarcó Santiago, Temuco e Iquique. Hubo gestos significativos: la oración ante la tumba de Monseñor Alvear, el encuentro con autoridades donde expresó “dolor y vergüenza” por los abusos, la visita a la cárcel de mujeres, el llamado a la unidad en la Araucanía y la exhortación a la hospitalidad en Iquique (en relación con la crisis migratoria). Sin embargo, la presencia de Barros en eventos clave y el saludo cordial que Francisco le dispensó, actuaron como un ruido de fondo constante, un prisma que a ratos distorsionaba cualquier otro mensaje. A su vez, la asistencia a algunos actos, como la misa final en Iquique, fue notoriamente menor a la esperada, reflejando una aparente desafección.
El momento que hizo implosionar la gira papal ocurrió justamente en la ciudad del norte. Interpelado por periodistas sobre Barros, un molesto Francisco sentenció: «El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia. ¿Está claro?». Esas palabras, desde una lógica quizás legalista que exigía «pruebas» jurídicas, cayeron como una bomba. Las víctimas sintieron que no solo no les creía, sino que las acusaba. La indignación fue transversal en Chile y el estupor, global. Lo que pretendía ser una defensa definitiva se convirtió en el mayor error comunicacional y pastoral del viaje, dinamitando la credibilidad del pontífice en su lucha contra los abusos.
La onda expansiva obligó a reaccionar de inmediato. Ya en el vuelo de regreso a Roma, Francisco dio el primer paso: admitió que usar la palabra “prueba” fue un error que hirió a las víctimas y pidió perdón. Aunque aún defendía su convicción sobre Barros, reconoció el daño causado. Fue el inicio de un viraje.
La acción concreta siguió rápidamente: el envío de una misión especial liderada por Monseñor Charles Scicluna. Su mandato inicial era investigar a Barros, pero la realidad desbordó ese marco. Escucharon a decenas de víctimas y testigos, revelando un patrón amplio de abusos y encubrimiento. El informe resultante fue demoledor, revelando una cultura sistémica de abuso y protección corporativa. Quedó claro que el Papa había sido mal informado y que inicialmente no había logrado un juicio acertado sobre la crisis de la Iglesia Chilena.
Los pasos siguientes revelaron una consistente metanoia papal. Recibió a víctimas emblemáticas, les pidió perdón, escuchó sus historias y validó su lucha. Luego, convocó a todo el episcopado chileno a Roma (mayo 2018), un acto sin precedentes. En duras reuniones, les habló de una «cultura del abuso y encubrimiento» y exigió responsabilidad. El clímax fue la renuncia colectiva de los obispos, hecho inédito. Luego, aceptó renuncias clave (Barros, Ezzati), iniciando una renovación casi total de la cúpula episcopal. La señal era inequívoca: la crisis era un fracaso sistémico del liderazgo.
Culminando el proceso, el 31 de mayo de 2018, dirigió una carta “al Pueblo de Dios que peregrina en Chile”, no solo a la jerarquía. Este gesto fue significativo. Reconoció sin tapujos la gravedad de la crisis. Diagnosticó el “clericalismo” como la raíz cultural del abuso y encubrimiento. Llamó a una renovación profunda basada en la humildad, oración y participación protagónica del laicado. Exhortó a superar una “Iglesia de élites” por una sinodal, con corresponsabilidad bautismal y alertó contra soluciones superficiales.
Esta carta fue un hito. Al dirigirse al Pueblo de Dios, validó a los fieles, los empoderó y ofreció una hoja de ruta. Su diagnóstico del clericalismo trascendió Chile, resonando globalmente. Es plausible pensar que la dureza de la “lección chilena” reforzó aún más su convicción sobre los peligros del clericalismo. La constatación de cómo la falta de escucha y las dinámicas de poder clerical agravaron la crisis pudo ser un catalizador importante de su decidido esfuerzo posterior por impulsar una Iglesia sinodal, cuestión que tomó prácticamente toda la energía final de su pontificado.
EL BALANCE
El paso del papa Francisco por Chile dejó una marca indeleble en la Iglesia local. Evaluar su legado exige, ineludiblemente, reflexionar sobre esa huella. La visita no solo fue compleja para el país, sino también una experiencia difícil para el propio pontífice. Chile representó una lección dolorosa que, inicialmente, agudizó la crisis eclesial y dañó temporalmente su imagen pública.
Sin embargo, un balance justo requiere mirar la historia completa. Las acciones posteriores de Francisco –su disculpa, la investigación encomendada, el encuentro personal con víctimas, la cumbre episcopal en Roma, la aceptación de renuncias clave y la significativa Carta al Pueblo de Dios– son testimonio de humildad y liderazgo. Demostró así una clara disposición a enmendar un error grave y a implementar medidas drásticas, sin temor a exponer las fallas sistémicas de la institución.
Paradójicamente, fue la propia agudización de la crisis, en parte impulsada por su traspié inicial, lo que motivó a Francisco a intervenir con decisión. Asumió un protagonismo notable para exigir responsabilidades y trazar un camino de reforma profunda.
Por todo ello, a la larga, el balance resulta favorable. Al ponderar el legado de Francisco en Chile, su relación con nuestro país emerge como un claro ejemplo de su complejidad humana y pastoral. No es exagerado afirmar que su intervención cambió de manera crucial el rumbo de la historia eclesial chilena.