La democracia y sus problemas éticos y políticos
20.11.2024
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20.11.2024
En el marco de las I Jornadas de Ética y Filosofía Política de la Universidad Alberto Hurtado y la Pontificia Universidad Católica, los autores de esta columna escrita para CIPER reflexionan sobre los dilemas de la democracia y sostienen que “lo que la democracia contemporánea no ha podido solucionar se debe a su incapacidad de actualizar sus valores con las demandas de nuevos fenómenos sociales, económicos y culturales”.
En democracia, el delincuente condenado con vocación autoritaria Donald Trump será el 47° presidente de Estados Unidos. Ciertamente, a partir de la segunda mitad del siglo XX, la democracia se instaló como el régimen político triunfante y cuyo concepto, de acuerdo a Wendy Brown, comenzó “a gozar de una popularidad global sin precedentes en la historia” . Ahora bien, de la mano de su popularidad, la democracia adoleció de “un carácter más indefinido y sustancialmente vacío” . En Chile, según la encuesta UDP-Feedback, el 68,4% de las y los ciudadanos declara estar insatisfecho o muy insatisfecho con el funcionamiento de la democracia en el país. No resulta sorprendente, entonces, que la encuesta CADEM de los últimos días indique que el 42% de los y las chilenas desearía que el próximo presidente de Chile adopte un estilo de liderazgo similar al del mandatario de El Salvador, Nayib Bukele.
A nivel mundial, la situación tampoco parece alentadora. De acuerdo al Índice de Calidad de la Democracia , casi la mitad de la población mundial vive en democracias formales (45,4%), pero solo un 7,8% vive en lo que el Índice denomina “democracias plenas”. Sumado a eso, un preocupante 39,4%, es decir, más de un tercio de la población mundial, vive bajo regímenes autoritarios.
Recurrentemente se menciona que la democracia contemporánea está atravesando una crisis. Los cambios demográficos, las oleadas migratorias, la transnacionalización de los capitales, la globalización de los hábitos y los valores, generan comunidades de sentido y de arraigo al interior de las democracias que no responden a los códigos tradicionales de representación política. Pareciera ser que la iglesia, las organizaciones de base, los sindicatos, los gremios y, sobre todo, los partidos políticos, ya no son capaces de organizar y guiar la acción colectiva que caracteriza la legitimidad política de una democracia representativa. La individuación del sujeto político también se ha constituido en un problema. Hoy en día las personas pueden, teóricamente, tomar más y mejores decisiones políticas dada la democratización creciente del conocimiento y la información relevante. No obstante, lo que lateralmente ha producido esta tendencia es la atomización del individuo frente a un foro digital online de voces anónimas, aisladas, y asiladas en silos identitarios, que en la práctica se comportan como un mercado desregulado y manipulable de opiniones y ofertas políticas, promoviendo casi exclusivamente valores de grupos e impidiendo la acción política colectiva basada en proyectos de sociedades justas.
No son pocas las personas que, por consiguiente, sostienen la necesidad de revisar y actualizar el concepto de democracia y sus instituciones. Si uno enfoca el problema así, la primera inclinación es tratar de entender qué es la democracia, y qué aspectos de su definición y diseño la han llevado a este estado. Pero hay también otra posibilidad que a menudo se pasa por alto. No es un problema de definición sino de compromiso con sus valores: el principio de igualdad y la regla de mayoría. De este modo, lo que la democracia contemporánea no ha podido solucionar se debe a su incapacidad de actualizar sus valores con las demandas de nuevos fenómenos sociales, económicos y culturales. No sabemos cómo expresar el principio de igualdad en la toma de decisiones laborales cuando los empleadores son capitales globales. Tampoco sabemos cómo representar mayorías ante la catástrofe ambiental, especialmente cuando se trata de decisiones que tendrán consecuencias a largo plazo para generaciones futuras.
Esta incapacidad ha generado que la democracia representativa actual a enfrentar el siguiente puzzle: mientras las instituciones plurales e inclusivas construidas en los últimos dos siglos han permitido que nuevas voces participen de la democracia, esto no se ha traducido en una garantía de otros bienes que la democracia solía asegurar. No sabemos cómo los valores democráticos deben valorizar y priorizar las demandas de quienes luchan para “llegar a fin de mes” o la demanda de los expertos en cambio climático para evitar el “fin del mundo”. Tampoco sabemos exactamente si ambos son problemas que podemos abordar simultáneamente o si, por el contrario, estamos forzados a elegir solo uno. El dilema de la democracia consiste en que habilita a algunos mientras excluye a otros, y quienes se benefician de la democracia no necesariamente tienen un compromiso con el mantenimiento y la sustentabilidad de sus valores, sino que, más bien, con esos mecanismos democráticos determinados que han habilitado sus privilegios.
Las instituciones democráticas, en cada época y contexto, intentan expresar los valores democráticos de tal modo que puedan responder a las demandas populares. Por ejemplo, en 2018, el profesor de la Universidad de Yale Samuel Moyn señaló que, si bien los derechos humanos representan un avance civilizatorio para garantizar derechos y el bienestar de la ciudadanía, su instauración constante y necesaria ha generado una encrucijada difícil de comprender. La idea normativa de los derechos humanos, que se ha extendido ampliamente en el mundo, ha coexistido con la consolidación de políticas y economías neoliberales que, paradójicamente, parecen contradecir el ideal de los derechos humanos. ¿Cómo ha ocurrido esto? Algunos sostienen que el énfasis en el ideal de los derechos humanos ha eclipsado otras demandas, como la de los derechos sociales.
Otro desafío importante para la democracia es la crisis climática. En un artículo de 2022, Ross Mitiga se preguntaba si la democracia representativa liberal es un régimen adecuado para enfrentar el cambio climático. ¿Deberíamos considerar la posibilidad de un autoritarismo benevolente que proteja el medio ambiente, aunque esto implique sacrificar los principios democráticos? Además, la democratización de la toma de decisiones plantea otro reto importante. El debate sobre quién toma las decisiones y quién es el sujeto de la democracia sigue siendo políticamente disputado. Hay quienes acusan un uso del “pueblo” para los fines de una política caudillista y otros que lo consideran una reivindicación de la soberanía popular. Esto lleva a preguntarnos: ¿qué concepción de populismo debería adoptar la democracia del futuro?
Las democracias contemporáneas enfrentan, además, un contexto global marcado por demandas económicas y financieras, al mismo tiempo que la crisis ambiental amenaza la existencia misma de la humanidad. Sin embargo, estas problemáticas no bastan para repensar la función de las ciudadanías geográficas o temporalmente distantes.
La cuestión de la distancia ha suscitado y continúa suscitando constantes debates en ética y filosofía política. La distancia geográfica, por ejemplo, no parece ser relevante desde una perspectiva moral. Según autores como Peter Singer, no hay ninguna diferencia moral entre ayudar a una persona cercana, como el hijo de un vecino, y a alguien que vive a diez mil kilómetros de distancia, como un bengalí que nunca conoceremos. Por otro lado, según autores como John Rawls , argumentan que una sociedad democrática debe ser pensada como el acuerdo de cooperación entre distintas generaciones en el tiempo. De ello se sigue que debemos también considerar a las personas que nacerán en el futuro y esforzarnos por crear una sociedad con personas que aún no existen.
Entonces, ¿por qué las democracias contemporáneas deben tomar en cuenta la importancia moral y política de personas cultural, económica o geográficamente lejanas, o incluso de aquellas que aún no existen porque están en un futuro distante? ¿Cómo deben ser consideradas en la toma de decisiones democráticas?
Para abordar estos problemas para la democracia, la Universidad Alberto Hurtado y la Pontificia Universidad Católica de Chile han organizado las I Jornadas de Ética y Filosofía Política, un evento abierto al público que se llevará a cabo los días 19 y 20 de noviembre. El programa incluirá cuatro mesas de discusión: sobre la crisis climática, con los académicos Loreto Paniagua (UV) y Francisco Marambio (PUC); los desafíos de los derechos humanos, a cargo de los académicos Lieta Vivaldi (UAH/INDH) y Mauricio Correa (PUC); el concepto de populismo será discutido por los académicos Luciana Cadahia (PUC) y Pablo Aguayo (UCH); y las obligaciones con las personas geográficamente distantes o generaciones futuras, serán abordadas por los académicos Daniela Alegría (UAH) y Claudio Santander (PUC). Estas Jornadas buscan generar un espacio de diálogo en torno a los problemas éticos y políticos más urgentes de nuestro tiempo.