Educación en disputa: consolidar las reformas o desmantelar el camino
02.12.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
02.12.2025
En esa columna su autor analiza las propuestas de los candidatos Jeannette Jara y José Antonio Kast en materia de educación. Y concluye: «Invito a mirar con lupa lo que está en juego: no solo qué propuesta nos suena más cercana, sino qué modelo de escuela estamos dispuestos a respaldar, qué papel le damos al Estado, qué lugar dejamos a los docentes, qué futuro -pese a dónde y con quién- queremos que tenga la próxima generación. Porque al final, la educación no es la promesa que se repite en los mítines: es el aula donde entra la inequidad, la sala de clases que repite historiales de abandono, la escuela que acoge o margina. Y elegir, o rechazar, un proyecto educativo es elegir el país que queremos construir».
Créditos imagen de portada: Pablo Ovalle / Agencia Uno
En Chile la educación sigue siendo esa promesa que nunca deja de anunciarse. “Llave maestra de la igualdad”, “camino hacia la justicia social”, “oportunidad para todas y todos”. Pero cuando abrimos los documentos de los dos proyectos presidenciales que hoy compiten, los de Jeannette Jara y José Antonio Kast, descubrimos que, pese a usar palabras similares, se dibujan visiones muy diferentes de qué debe ser la escuela, quién la gobierna, qué cuenta como mérito y qué significan igualdad e inclusión.
La política educativa no es un capítulo más del programa presidencial. Es el corazón de la movilidad social, del contrato intergeneracional, de la justicia territorial. Cuando un colegio rural, un liceo técnico, un jardín infantil en población reciben o no atención, cuando un docente permanece o no en el sistema, cuando una niña de barrio o un niño de plaza acceden o no a un buen colegio, el país reproduce o cambia su propia distribución de oportunidades.
Ambos proyectos presidenciales lo saben y lo dicen, pero cada uno hace, en el papel, apuestas distintas sobre la forma de cómo generar esa igualdad de oportunidades. Una apuesta es de consolidación del Estado social, de incluir, de regular, de asegurar; la otra apuesta es de selección, exigencia, libertad, autonomía. Ambos mundos tienen atractivo, y también riesgo.
En el plan “Un Chile que Cumple”, Jara parte de la idea de un Estado social y democrático de derecho que garantice la educación como derecho (y no solo como servicio) y propone “una transformación de fondo: educación pública de calidad, gratuita y universal, con más recursos, con apoyo a docentes, con infraestructura adecuada y con una mirada inclusiva”. Mientras tanto, el plan “Patines para Chile” de Kast, arranca desde una lógica de “emergencia”, de “recuperar” la educación chilena, de devolver el mérito, restablecer la autoridad, ampliar la libertad de enseñanza y terminar con lo que se describe como la “tómbola” de la admisión. “Fin al Sistema de Admisión Escolar impuesto por la izquierda. Los padres volverán a elegir, los colegios podrán seleccionar según su proyecto, y el mérito académico será valorado”.
¿Qué está en juego? Nada menos que la arquitectura misma del sistema escolar: la forma en que se toman decisiones sobre admisión, gestión, financiamiento, el rol del Estado, los derechos de los niños, niñas y jóvenes, la profesión docente y el significado de equidad.
Una de las divergencias más claras es el sistema de admisión. El actual marco legal prohíbe la selección temprana, el financiamiento compartido y establece un algoritmo para asignar vacantes sin entrevistas, de modo de asegurar equidad en el acceso. Jara mantiene esta estructura y propone ajustes: mejorar el Sistema de Admisión Escolar, integrando sugerencias de la Mesa Técnica SAE 2025.
Kast, en cambio, entiende ese marco como parte del problema: plantea eliminar el SAE como sistema central y dar poder a los colegios para seleccionar por proyecto educativo y mérito. Su plan dice: “Los padres volverán a elegir, los colegios podrán seleccionar según su proyecto”.
Este cambio no es menor: significaría un giro estructural hacia un sistema más competitivo, más estratificado, donde la admisión deja de ser secuencial, transparente y regulada, para convertirse en selección abierta y principio rector del acceso. Y con ello, la equidad (entendida como igualdad de oportunidades de acceso y permanencia) se tensiona frente al principio de mérito individual o del colegio.
Para quienes creemos que la educación pública debe garantizar condiciones similares de acceso sin importar el barrio, la selección escolar genera dificultades. Porque el mérito importa, pero no puede convertirse en filtro que reproduce privilegios (ubicación geográfica, capital cultural, redes de apoyo). Desde la lógica de Jara, se trataría de profundizar inclusión: fortalecer la admisión regulada, mejorar las condiciones de los establecimientos públicos, reducir la segregación. Mientras que desde Kast se prioriza la libertad de enseñanza y mérito, aun a costa del riesgo de una mayor diferenciación.
El sistema escolar chileno vive hoy un cambio estructural relevante: los Servicios Locales de Educación Pública SLEP, que reemplazan a los municipios como gestores de la educación pública. Jara entiende que el cambio aún requiere recursos, fortalecimiento institucional y apoyo territorial: su programa incluye medidas como la mejora del financiamiento de SLEP y su gestión.
Kast, por su parte, considera que la NEP/SLEP es evidencia del fracaso del Estado en educación y propone una “reforma estructural”: intervenir los SLEP, “terminar con la burocracia paralizante y devolver el control a las comunidades escolares”.
Aquí el punto crucial es: ¿quién gobierna la escuela? ¿Cuál es el espacio de decisión de la comunidad (padres, profesores, directivos) versus el Estado? ¿Cómo garantizamos que la gestión responda tanto a calidad pedagógica como a equidad? Cuando el control se fragmenta sin mecanismos de rendición de cuentas fuertes, se produce una dispersión de estándares. Jara apuesta por un Estado fuerte y regulador; Kast apuesta por devoluciones de poder y autonomía. Ambas tienen su atractivo, pero también su advertencia: demasiada centralización puede anular la voz de la comunidad; demasiada autonomía puede derivar en desigualdad.
Otra línea de debate clave es sobre el modelo curricular y la condición docente. Bajo Jara, la educación se concibe como formación integral para el siglo XXI: su programa propone una actualización curricular para habilidades y competencias, con ejes de ciudadanía digital, educación financiera, crisis climática y afectividad/sexualidad integral.
También plantea reducir la burocracia docente (“reducción drástica de la carga administrativa docente mediante simplificación normativa”) y fortalecer la Carrera Docente, además de dar importancia a los asistentes de la educación.
Bajo Kast, el foco del docente es distinto: más autoridad, continuidad de clases, sanciones frente a interrupciones, menos conversación sobre desarrollo profesional y más sobre la sala de clases como espacio de disciplina. Por ejemplo: “Se restablecerá la autoridad del docente, se aplicarán sanciones efectivas ante la violencia escolar… garantizar clases todos los días del año”.
El enfoque importa: para Jara la calidad se consigue con mejora sistémica, condiciones de trabajo docentes dignas y currículo contextualizado. Para Kast, la calidad se consigue con orden, control y exigencia. Es necesario debatir ambos: ¿puede la mejora docente lograrse sin buen clima laboral ni apoyo constante? ¿Puede el orden garantizar aprendizaje sin calidad pedagógica? La precaria sobrecarga laboral y burocracia aplasta al docente. Este componente está mucho más presente en Jara. Mientras que en Kast aparece la convicción de autoridad, pero menos el soporte a la dignificación del trabajo.
En este campo, Jara y Kast también convergen parcialmente: ambos reconocen la importancia de la educación parvularia, pero con diferencias de énfasis y lógica.
El plan de Jara plantea expansión de la educación parvularia (0-6 años), equiparación de condiciones laborales en jardines, y mejor financiamiento de los SLEP. En educación superior, propone elevar umbrales de ingreso para no pagar, ampliar BAES, y cerrar el ciclo de endeudamiento estudiantil.
El plan de Kast pone la iniciativa de “Sala Cuna Universal desde los 0 años” como prioridad. Pero en educación superior su proposición es menos detallada; prioriza reasignación de gasto: menos gratuidad universitaria, más inversión en primera infancia.
Cuando se trata de financiamiento y equidad, este es un punto neurálgico. Porque mejorar la escuela pública no solo depende de voluntad política: depende de recursos, de infraestructura, de condiciones de trabajo docente, de tiempo en sala, de atención personalizada. Y aquí, el documento de Jara ha sido criticado por no dar una cuenta exacta de cómo financiará sus medidas. En cambio, Kast habla de reordenamiento, menos gasto y más eficiencia (pero también sin muchos detalles vinculados a educación superior).
Más allá de medidas concretas, importa la visión: ¿qué entendemos por “calidad”, “libertad”, “igualdad”? ¿Cuál es el peso del derecho vs. elección? ¿Qué tan profundo debe ser el rol del Estado?
Jara coloca la educación en clave de derechos sociales: la educación sigue siendo la llave maestra para la igualdad de oportunidades. Su mirada es de política pública compleja, de sistema, de gradualidad, de corrección estructural. Kast coloca la educación en clave de rendimiento, mérito, orden y competencia: “vamos a devolver los patines a todos los niños de Chile para que puedan avanzar con decisión hacia el futuro”.
Las consecuencias prácticas son claras. En un modelo Jara, veremos si se concreta mayor financiamiento público, más condiciones para la educación pública, mayor énfasis en la inclusión y la reducción de brechas. Pero también un ritmo que probablemente sea más lento, con tensiones fiscales y necesidad de construir acuerdos amplios. En un modelo Kast, veremos un ritmo rápido, prioridades claras, énfasis en orden, métricas, quizá menos consulta, mayor autonomía de colegios. Pero el riesgo: mayor desigualdad, selección, segregación y una brecha entre colegios “elite” y públicos “comunes”.
Para quienes están en la trinchera escolar (directores, docentes, asistentes, estudiantes, apoderados) estas diferencias importan hoy. Porque implican qué zona geográfica puede elegir qué colegio, qué condiciones laborales tendrá el docente, qué infraestructura será priorizada, qué criterios de admisión se usarán, cuánta profesión docente se dignificará.
Invito a mirar con lupa lo que está en juego: no solo qué propuesta nos suena más cercana, sino qué modelo de escuela estamos dispuestos a respaldar, qué papel le damos al Estado, qué lugar dejamos a los docentes, qué futuro -pese a dónde y con quién- queremos que tenga la próxima generación. Porque al final, la educación no es la promesa que se repite en los mítines: es el aula donde entra la inequidad, la sala de clases que repite historiales de abandono, la escuela que acoge o margina. Y elegir, o rechazar, un proyecto educativo es elegir el país que queremos construir. Así que cuando ese niño o niña entre a la sala, cuando el docente abra el cuaderno, cuando la infraestructura del jardín se caiga o brille, estará operando la configuración de esa política pública que hoy nos prometen y mañana tendrán que cumplir. Entonces sí, importan los nombres: Jara o Kast, pero sobre todo importa la escuela y lo que elegimos para la educación de Chile.