La valentía de los hombres educadores de párvulos: la hora de derribar mitos
30.11.2025
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30.11.2025
Hace una semana se celebró el día de la Educadora de Párvulos, en femenino. Las autoras de esta columna profundizan en el estereotipo de género de la profesión y sostienen que «es tiempo de derribar los mitos y prejuicios que sitúan la educación parvularia como un terreno a cargo de exclusivamente mujeres. Se requieren campañas activas para reclutar y retener educadores hombres; la creación de ambientes formativos y laborales acogedores e inclusivos; y continuar avanzando en medidas que hagan de esta una carrera atractiva para mujeres y hombres en términos de remuneraciones y reconocimiento social. Ello, a su vez, debe articularse con una política integral para la primera infancia que impulse la desfemenización de la crianza, el cuidado y la educación de bebés, niños y niñas, entendidos como una labor compartida entre mujeres y hombres».
Créditos de portada: Leonardo Rubilar / Agencia Uno
Un investigador alemán, Thomas Seubert, narra que, en una ocasión, en un aula de un jardín infantil donde trabajaba un educador hombre de párvulos, un niño desconcertado le preguntó: ¿cuándo te vas a trabajar?
La escena ilustra cómo tempranamente niños y niñas aprenden un orden social basado en estereotipos de género e identifican cuando existen prácticas que salen del orden establecido, como la presencia de un hombre en un aula de educación parvularia. Esto refleja lo que se ha denominado la división sexual del trabajo, mediante la cual se asigna, según el sexo, las labores y ocupaciones que socialmente se espera que desempeñen las personas. Este proceso no ocurre, por lo general, de modo impositivo, sino que desde la primera infancia se van trasmitiendo y moldeando intereses, gustos, expectativas, imaginarios y proyecciones laborales. Ello restringe las trayectorias de mujeres y hombres, y refuerza ciertos clanes profesionales, técnicos y de oficios, con códigos, normas y prácticas adversas para la integración de personas del sexo menos representado.
Sin duda, ha habido avances en el país, aunque los cambios son lentos. Desde el Ministerio de Educación, en conjunto con universidades, centros técnicos y empresas, se han impulsado medidas para abrir caminos formativos y laborales con perspectiva de género, focalizado en la incorporación de mujeres en carreras STEM (ciencias, tecnología, ingenierías y matemáticas). No obstante, los desafíos son múltiples, y la educación parvularia es un ámbito que requiere especial atención en esta materia.
En Chile, a fines de los años 60s, Leopoldo Muñoz, conocido como el “tío Leo”, fue el primer hombre en atreverse a estudiar Pedagogía en Educación Parvularia, desafiando los mandatos sociales y estereotipos de la época. Aunque hoy existen hombres que continúan optando por esta carrera aun parece una odisea. La Subsecretaría de Educación Parvularia ha monitoreado este fenómeno y evidencia que, en todo el país, apenas un 0,31% de quienes ejercen como educadores y técnicos en aula son hombres. En educación básica, si bien este porcentaje aumenta a un 21,9%, sigue siendo una minoría. En consecuencia, niños y niñas transitan gran parte de su trayectoria educativa con escasos referentes de educadores o docentes masculinos, los que recién aparecen con mayor fuerza en la educación media.
La educación de párvulos en Chile es motivo de orgullo por muchas razones, y sus logros se deben al liderazgo y al trabajo dedicado de miles de mujeres. Pero cabe preguntarse, ¿es un problema la hiperfeminización de su fuerza laboral?
Por cierto, que sí. La incorporación de educadores hombres rompe con los estereotipos establecidos, contribuye a instalar la idea de que las tareas de cuidado son compartidas entre hombres y mujeres, y amplia la comprensión de las futuras generaciones de sus posibles proyectos laborales. Diversas investigaciones evidencian, además, que los hombres educadores pueden convertirse en referentes masculinos significativos para los niños y niñas, especialmente en contextos donde la figura paterna u otros miembros masculinos en la familia están ausentes. Asimismo, tienden a generar mayor legitimidad frente a los padres hombres, y a promover una mayor implicación de estos en los cuidados y educación de sus hijos e hijas. No obstante, la evidencia también advierte que, el solo aumento de la participación de hombres educadores no es suficiente, pues es clave cómo estos hombres se integren a los equipos pedagógicos y ejercen modelos positivos de masculinidad.
A nivel internacional, desde la década de los 70s en Europa se comenzó a discutir cómo incrementar la participación de los hombres en el cuidado y educación de la primera infancia. La conformación de la “Red de la Comisión Europea por el Cuidado de la Infancia” marcó un hito, y en 1995 se estableció alcanzar la meta de un 20% de educadores hombres. Países como Holanda, Suecia y Noruega son hoy referentes, con porcentajes que oscilan entre el 8 a 12%. Estas cifras superan ampliamente la situación chilena, pero el desafío persiste incluso en estos contextos.
En Chile, los hombres educadores de párvulos requieren valentía, decisión y persistencia para desempeñarse en las aulas, pues enfrentan sospechas, prejuicios y discriminaciones, que las mujeres educadoras no experimentan. No obstante, los estudios muestran también una creciente apertura en la sociedad, generan entre sorpresa y admiración, y una vez superadas las barreras iniciales, las comunidades educativas tienden a valorar y respetar la incorporación de educadores hombres; conocidos como “los cotona verde”, nombre con el que se ha denominado la organización que los agrupa.
Instamos con esta columna a poner atención a la relevancia de la incorporación de hombres en el cuidado y educación de la primera infancia. Es tiempo de derribar los mitos y prejuicios que sitúan la educación parvularia como un terreno a cargo de exclusivamente mujeres. Se requieren campañas activas para reclutar y retener educadores hombres; la creación de ambientes formativos y laborales acogedores e inclusivos; y continuar avanzando en medidas que hagan de esta una carrera atractiva para mujeres y hombres en términos de remuneraciones y reconocimiento social. Ello, a su vez, debe articularse con una política integral para la primera infancia que impulse la desfemenización de la crianza, el cuidado y la educación de bebés, niños y niñas, entendidos como una labor compartida entre mujeres y hombres.
Para ahondar en esta temática ver la investigación realizada por las autoras de la columna: enlace