El electorado “underground” de Chile: cansado, rebelde, concreto e invisible a las encuestas
18.11.2025
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18.11.2025
La autora de esta columna analiza los resultados de la primera vuelta presidencial y pone el foco en la desconexión de las elites con los votantes no militantes que no aparecen en las encuestas. Proyectando la segunda vuelta, dice que «la política que vuelva a conectar con lo popular deberá bajar del pedestal discursivo y entender que la legitimidad se gana en lo cotidiano. El voto obligatorio puso ante Chile una foto demasiado honesta: la ciudadanía exige soluciones concretas, resiste etiquetas y castiga la desconexión. Ignorar eso es, hoy más que nunca, cavar la propia derrota».
Créditos de portada: Leonardo Rubilar / Agencia Uno
La primera vuelta presidencial no dejó necesariamente un buen sabor de boca a los dos grandes bloques políticos tradicionales del país: la comunista Jeanette Jara y el ultraderechista José Antonio Kast pasan al balotaje con un 26,4% (3.337.943 de votos) y 24,4% (2.983.144 de votos) respectivamente. En estas elecciones presidenciales y parlamentarias, sufragaron 13.452.724 personas sobre un padrón de 15,6 millones. Es decir, la participación fue de un 85,26%, una de las más altas del último tiempo.
Esto en un proceso que los analistas llamaron “las primarias de la derecha”, debido a que la fragmentación de ese sector hizo que llevaran tres candidaturas a primera vuelta: Evelyn Matthei, quien representa a la derecha tradicional de Chile Vamos; José Antonio Kast del Partido Republicano, ultraderecha conservadora, y Johannes Kaiser, del Partido Nacional Libertario, frente a una única candidatura del oficialismo actual, de izquierda progresista. Fenómeno distinto fue Franco Parisi (Partido de la Gente, que se define como “fuera del clivaje derecha-izquierda”) y que con un contundente y para algunos sorpresivo 18,6%, dice representar al voto de una sociedad cansada del juego de la política clásica. Este votante es el que votó obligado, pero al mismo tiempo es, en gran medida, una radiografía cruda del voto popular. La obligatoriedad, reestablecida recientemente el 2022 tras una reforma constitucional, fue el factor que marcó esta elección y movió bastante el tablero.
El sufragio forzado no es solo una suma de jugadores a la cancha, sino que cambia todo el juego. Pero a diferencia de lo que incluso este electorado cree, no son una masa “apolítica” por definición, tienen una agenda muy palpable: es práctica, concreta y no encuentra un correlato en la oferta programática de los partidos políticos. Es el voto de la sociedad cansada y Parisi capitalizó justamente eso. No ganó por su carisma personal –bastante cuestionable y dudoso: con una importante carga social por el no pago de pensión de alimentos a sus hijos y recordemos que en la elección pasada tuvo buena votación sin siquiera estar en Chile – pero habla a un público sensibilizado, sobre temas que le duelen a la ciudadanía trabajadora y que sobrepasa la agenda de seguridad instalada a la fuerza: el IVA a los medicamentos, el precio de los cuidados a las personas mayores como un subsidio para pañales y artículos especializados, el reconocimiento social a oficios y profesiones que las elites suelen mirar con desdén y que él los mencionó en su discurso, como gendarmes y TENS, entre otros. Su eslogan “Ni fachos ni comunachos” resonó en la abulia de la gente, en el hartazgo con el péndulo izquierda-derecha y golpeó la mesa electoral demandando soluciones tangibles.
El actual oficialismo esperaba levantar un 30% para tener competitividad en el balotaje, pero un sesgado diagnóstico y un débil desempeño de campaña, hicieron que los números les explotaran en la cara. Y es que quizás esa izquierda le ha estado hablando a un sujeto romantizado que no existe actualmente (si es que alguna vez existió), o al menos no en la magnitud que pensaban. Hoy, al entrar a la segunda vuelta, Jara hace un guiño táctico a esta masa sumergida de nuevos votantes y en su discurso posprimera vuelta, planteó que va a recoger la propuesta de bajar el IVA a productos básicos como los medicamentos, demanda que está hace tiempo en la población de manera muy extendida, pero que solo Parisi la hizo letra.
En la derecha, la fragmentación fue el hándicap. Kast emerge como el factor unificador frente a la dispersión conservadora, pero el espaldarazo inmediato de Matthei y Kaiser a minutos de saber del triunfo del flamante abanderado, muestra que la disciplina de la derecha puede funcionar electoralmente, aunque eso no garantice un respaldo integral de ese electorado. Parisi mientras tanto, se desmarcaba públicamente de uno y otro bando.
A todo lo anterior, hay que agregar otro elemento que no puede obviarse en escenarios electorales: las encuestas. Muchas de las más reconocidas, no colocaron en el podio a Parisi, lo que indica que este electorado “underground” también escamotea los instrumentos de estas agencias. En este ámbito al parecer, también se vive un derrumbe de sus modelos.
El voto obligatorio, en ese sentido, actuó como correctivo democrático: obligó a mirar a quienes antes eran “ruido” estadístico. Aquí el tema no es romantizar ni idealizar a ese electorado, pues votó una masa variada, heterogénea y con contradicciones, pero que tiene un factor común: no caben en las viejas etiquetas. Lo claro es que quien aspire a la presidencia el próximo año tiene que saber a quién le habla, no a quien quisiera hablarle, y tener claro que hay fórmulas que ya están con la fecha de vencimiento pasada, como ciertas grandilocuencias ideológicas y unas agendas acomodaticias que responden a ello. Las agendas efectivas muchas veces son más sencillas y asibles de lo que las grandes fuerzas creen.
Las tareas que quedan para este mes de campaña son, para el caso de Jara, ser más ofensiva que defensiva, desactivar los miedos al comunismo de donde proviene y buscar puentes al mundo popular. Para Kast, la tarea es aprovechar la fortaleza de la derecha que es la disciplina (¿alemana?) y transformarla en ampliación moderada, bajando un par de cambios en el discurso del “miedo al otro” que parecía ser la única receta infalible. Y si Parisi quiere perfilar un rol en una oposición futura, la clave es institucionalizar su atractivo pragmático y disputar espacios políticos donde sus bien acogidas propuestas se puedan concretar en avances legislativos que cambien las cosas.
Finalmente, el elemento moral: la política que vuelva a conectar con lo popular deberá bajar del pedestal discursivo y entender que la legitimidad se gana en lo cotidiano. El voto obligatorio puso ante Chile una foto demasiado honesta: la ciudadanía exige soluciones concretas, resiste etiquetas y castiga la desconexión. Ignorar eso es, hoy más que nunca, cavar la propia derrota.
Y como tip de campaña final: que los equipos comunicacionales hagan eco de todo esto y no sigan insistiendo con ideas romantizadas del siglo 20: la figura de “La Jaraneta” enamora solo a un electorado de elite progresista, pero la verdad es que ni siquiera ese mismo electorado, en la vida real, quisiera tener que trasladarse a diario en un auto destartalado con un claxon desafinado, al contrario, muchos trabajan duro para comprarse finalmente un auto tuneado, como lo demostró Parisi, porque nos guste o no, ese es el Chile de hoy. Nos guste o no, ese Chile fuimos construyendo poco a poco, el que estalló en 2019 y que hoy, ad portas del 2026, se consolida como un país individualista, explotado, pero a la vez resiliente y que mira a futuro.
Y lo quieran reconocer o no, esto no es ser “apolítico”, sino por el contrario, es tener conciencia de que la política existe, la experimentamos día a día, es decir, no se juega solamente cada cuatro años.