Primera vuelta presidencial: la victoria impaciente
17.11.2025
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17.11.2025
El autor de esta columna hace foco en el escenario que se le abre a José Antonio Kast si -como se espera- gana en el balotaje y con un Congreso con alta representación de su sector. Pero sostiene que «Kast podría verse inclinado a suplir la falta de mayorías mediante decretos, reglamentos o retóricas de mandato directo que vean al Congreso como un obstáculo. Pero Chile aún tiene contrapesos capaces de frenar un presidencialismo desbordado. La memoria institucional no se ha borrado y hay actores que cuidan su propio futuro. Intentar gobernar con la velocidad de un estado de excepción, sin contar con las condiciones políticas para hacerlo, no solo es improbable: es arriesgado».
En Sanhattan ya descorchan las botellas. Saben que el segundo lugar de Kast es una mera formalidad, porque prácticamente ya camina por los pasillos de La Moneda. Con la derecha imponiéndose en el Senado y acercándose a la mayoría en la Cámara, reaparece la idea de gobernar sin pedir permiso ni contrapesos. Mirado con descuido, parece una victoria incontrarrestable.
Sin embargo, la aritmética muestra un cuadro menos cómodo. En el Senado, la derecha suma 25 de los 50 escaños y, en la Cámara, obtiene la primera mayoría, pero sin llegar a la mayoría absoluta. Es decir, Kast asumirá con un Parlamento que parece afín, aunque en rigor está compuesto por fuerzas dispersas y lealtades inciertas. El paisaje se vuelve aún más áspero al constatar que varios partidos menores pero ideológicamente reconocibles quedan fuera de juego y, en su lugar, emerge un impredecible Partido de la Gente. Un partido que, además, cae de pie: sabe que puede inclinar mayorías hacia el Ejecutivo o hacia la oposición, aunque su cohesión interna esté aún por demostrarse, sobre todo después de su desintegración en el período legislativo que concluye.
En este escenario, ningún bloque puede gobernar sin acuerdos, pero hay menos motivación que antes para buscarlos. Mientras el oficialismo saliente está golpeado, la derecha que hoy capitaliza el resultado electoral podría sentirse tentada a ir por más y rápido. Esa presión se amplifica porque parte de la base de apoyo de Kast lo impulsa a instalar un “gobierno de emergencia”, una idea que promete decisiones expeditas, mano firme y resolución inmediata de problemas que llevan años acumulándose. Pero un gobierno de emergencia necesita un Congreso dócil para sostener su ritmo, y el que tendrá Kast dista de serlo. En un parlamento amistoso pero no alineado, el impulso por avanzar sin trabas puede chocar de inmediato con la realidad: mayorías esquivas, socios reacios y un PDG que no garantiza lealtad alguna.
En ese contexto, Kast podría verse inclinado a suplir la falta de mayorías mediante decretos, reglamentos o retóricas de mandato directo que vean al Congreso como un obstáculo. Pero Chile aún tiene contrapesos capaces de frenar un presidencialismo desbordado. La memoria institucional no se ha borrado y hay actores que cuidan su propio futuro. Intentar gobernar con la velocidad de un estado de excepción, sin contar con las condiciones políticas para hacerlo, no solo es improbable: es arriesgado.
Este domingo, la derecha terminó con más poder institucional, pero también con tensiones internas y expectativas que difícilmente podrá administrar al mismo ritmo que las celebraciones. Ahí asoma la trampa: confundir un mapa favorable con un mandato sin límites, o leer el entusiasmo del minuto como señal de que todo avanzará sin fricciones. Esa distancia entre el impulso y las condiciones reales es, precisamente, el signo de esta victoria impaciente. Si quienes triunfaron no calibran esa diferencia y no aceptan que ningún gobierno puede sostenerse sin acuerdos, el fervor de la noche dominical se desvanecerá pronto. Y lo que hoy parece un punto de partida sólido podría terminar reducido a una foto breve en el archivo de la política chilena.