Encuesta UDP: los indecisos y las emociones de la elección presidencial
12.11.2025
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¿Qué sienten realmente las personas frente a la elección presidencial de 2025? ¿Es la esperanza el motor que nos moviliza o la resignación el ancla que nos paraliza? ¿Creemos que esta elección marcará una diferencia en nuestras vidas o hemos naturalizado la idea de que «da lo mismo quién gobierne»? Los resultados de la sexta entrega de la Encuesta ICSO-UDP 2025 exploraron el clima emocional previo a los comicios presidenciales, revelando un país donde conviven expectativas aparentemente contradictorias: esperanza y preocupación, compromiso y desapego, confianza en el cambio y escepticismo profundo. A partir de un análisis estadístico multivariado, los autores de esta columna generaron tres perfiles emocionales y políticos que capturan las distintas formas en que las personas enfrentan este momento electoral, cada uno con sus propias preocupaciones, aspiraciones y lecturas sobre el poder transformador del voto.
Créditos de portada: Nicolás Le-Blanc / Agencia Uno
La sexta entrega de la serie «Clima Social» de la encuesta ICSO-UDP 2025 se adentró en uno de los momentos más decisivos de la vida democrática chilena: las semanas previas a la elección presidencial del 16 de noviembre de 2025. Más allá de las preferencias electorales, quisimos entender el sustrato emocional que atraviesa este proceso: qué sienten las personas, qué esperan del próximo gobierno, y si realmente creen que su voto puede cambiar algo en sus vidas cotidianas.
Las primeras cifras dibujan un panorama de tensión emocional. Cuando se pregunta por las emociones que genera la elección presidencial, dos sentimientos dominan el escenario con una paridad inquietante: un 44% menciona «preocupación» y un 43% señala «esperanza». Esta división casi perfecta no es casual: refleja un país emocionalmente partido entre quienes ven en las urnas una oportunidad de transformación y quienes las observan con inquietud, temiendo más bien lo que pueda ocurrir. Le siguen tres emociones asociadas a la inquietud: desconfianza (24%), ansiedad (23%) y nerviosismo (19%). Las mujeres manifiestan mayor preocupación (50%), mientras que las personas mayores de 50 años y quienes se identifican con la derecha, expresan más esperanza (54%).
Pero lo más revelador emerge cuando se indaga sobre el impacto real que tendrá la elección. Frente a la afirmación «da lo mismo quién gobierne, yo igual tengo que salir a trabajar», un contundente 55% se muestra de acuerdo o muy de acuerdo. Esta cifra es especialmente alta entre los sectores socioeconómicos bajos (66%) y entre quienes no se identifican con ninguna posición política (68%). Sin embargo, paradójicamente, el 68% también cree que dependiendo del presidente o presidenta puede cambiar mucho la realidad del país, y el 53% afirma que esta elección marcará un antes y un después para Chile. Respecto a las expectativas para los próximos cuatro años, el optimismo es moderado: un 20% cree que el país mejorará mucho, un 41% que mejorará un poco, mientras que un 30% piensa que seguirá igual. Solo un 9% anticipa que el país empeorará. Los problemas más urgentes a resolver son delincuencia (63%), migración (43%), empleos (27%), salud (26%) y crecimiento económico (25%).
Estas ambivalencias revelan algo crucial: aunque se reconoce que las candidaturas son distintas y que el país puede cambiar según quién gobierne, existe una profunda desconexión entre el cambio-país y el cambio en la vida cotidiana de las personas. Es como si la política operara en un plano abstracto, lejano de las preocupaciones concretas de pagar el arriendo, conseguir trabajo o acceder a salud de calidad. La política transforma al país, dicen, pero no transforma mi vida.
Cuando se consulta sobre el tipo de liderazgo que necesita Chile, las respuestas son reveladoras: honestidad (44%), decisión y rapidez en la toma de decisiones (43%), y autoridad con mano dura (38%) encabezan las preferencias. La empatía y el diálogo, características tradicionalmente valoradas en democracias consolidadas, apenas alcanzan un 31%. Este dato sugiere un anhelo por liderazgos que proyecten firmeza y efectividad por sobre la deliberación y el consenso, síntoma quizás de una sociedad agotada de promesas incumplidas y procesos institucionales que se perciben como lentos e ineficaces.
En cuanto a la participación electoral, el 95% asegura que asistirá a votar, aunque solo el 74% lo hará por voluntad propia mientras el 26% lo hará por obligación. Entre quienes tienen decidido su voto (84% del total), apenas el 54% se siente genuinamente identificado con las ideas de su candidato: el resto vota sin convicción, eligiendo «la mejor opción disponible» (34%), «la menos mala» (7%), o simplemente para evitar que gane la otra opción (4%). En otras palabras, casi la mitad del electorado decidido ejerce su derecho al voto desde la resignación, no desde el entusiasmo.
Para comprender mejor cómo se articulan estas emociones, expectativas y percepciones políticas, aplicamos técnicas de análisis estadístico multivariado que nos permitieron identificar tres perfiles diferenciados en la población adulta chilena. Cada uno representa una forma particular de vivir emocionalmente la elección, proyectar esperanzas sobre el futuro, y posicionarse frente al poder transformador del voto. A continuación, presentamos la tabla que sintetiza las diferencias entre estos grupos.

Entusiastas del Orden (35,4%): Este grupo vive la elección presidencial desde las emociones más positivas del espectro político: esperanza y entusiasmo. Para ellos, el 16 de noviembre de 2025 no es una fecha más en el calendario electoral, sino un punto de inflexión histórico. Están convencidos de que la elección puede cambiar profundamente tanto el rumbo del país como su propia vida cotidiana, y anticipan con optimismo que Chile mejorará mucho en los próximos cuatro años. Sus esperanzas se articulan en torno a un eje claramente definido: orden, seguridad y crecimiento. Quieren menos delincuencia y corrupción, que disminuya la inmigración, y que aumenten el crecimiento económico y el empleo. Su mirada sobre los problemas nacionales prioriza la estabilidad y el control por sobre la redistribución o la justicia social. No están pidiendo más derechos o beneficios, sino más disciplina, fronteras más firmes y una economía más pujante. Esta visión se refleja coherentemente en sus preferencias de liderazgo: buscan un gobernante autoritario y decidido, dispuesto a actuar con firmeza y rapidez, sin perder tiempo en conversaciones o consensos.
Este perfil está conformado mayoritariamente por adultos y personas mayores de ambos géneros, pertenecientes a sectores socioeconómicos medios y medio-altos, distribuidos en diversas zonas del país. Su posición política se ubica claramente en el centro-derecha y la derecha, con preferencias electorales concentradas en José Antonio Kast y Johannes Kaiser. Son, en muchos sentidos, los herederos de una tradición conservadora que valora el orden institucional, la autoridad y el crecimiento económico como pilares fundamentales del bienestar y el progreso.
Progresistas Esperanzados (28,3%): Este grupo comparte con el grupo más conservador las emociones positivas —esperanza y entusiasmo— y la convicción de que esta elección marcará un antes y un después en la historia del país. También creen que el resultado cambiará su vida cotidiana y anticipan que Chile mejorará mucho en los próximos cuatro años. Sin embargo, aquí terminan las similitudes. Sus esperanzas apuntan en una dirección radicalmente distinta. De hecho, para las personas de este grupo, la transformación que Chile necesita no pasa por más orden o crecimiento económico, sino por más justicia social y redistribución. Quieren que aumenten los beneficios sociales, los sueldos y las pensiones. Su mirada está puesta en las desigualdades estructurales que limitan las oportunidades de las mayorías, y esperan un gobierno que priorice el bienestar colectivo por sobre los indicadores macroeconómicos. Esta diferencia ideológica fundamental se manifiesta también en sus preferencias de liderazgo. Buscan una gobernante o un gobernante empático, dialogante y honesto, y rechazan explícitamente el autoritarismo.
A diferencia de los otros dos grupos, las personas de este grupo presentan una composición sociodemográfica más transversal. No se concentran en un género, edad o estrato socioeconómico específico, y abarcan diversos niveles económicos. Lo que los unifica no son características demográficas sino una posición política claramente inclinada hacia la izquierda, con preferencia electoral por Jeanette Jara. Están distribuidos en todo el territorio nacional, sugiriendo que la esperanza progresista no es un fenómeno metropolitano ni de élite, sino una aspiración que atraviesa geografías y clases sociales.
Indecisos Resignados (36,3%): Este es el grupo más numeroso de los tres y, sin duda, el más interesante analíticamente. Viven la elección presidencial desde un lugar emocional oscuro y complejo: rabia, preocupación, desesperanza, desconfianza, resignación e indiferencia dominan su experiencia. Mientras los otros dos grupos debaten apasionadamente sobre qué tipo de cambio necesita Chile, las personas de este grupo han concluido que el cambio simplemente no llegará. De hecho, para ellas y ellos, «da lo mismo quién gobierne» no es una frase cínica ni una provocación política, sino una constatación amarga de la realidad. Todas las candidatas y los candidatos son iguales, creen, y ninguno cambiará realmente su necesidad de salir a trabajar todos los días para sobrevivir. Anticipan, consecuentemente, que el país seguirá igual o empeorará en los próximos cuatro años.
Sin embargo, este grupo no carece de esperanzas, las cuales se concentran en temas urgentes y tangibles: menos delincuencia e inmigración, y que aumenten el empleo, los sueldos y las pensiones. Es decir, tienen necesidades y demandas concretas, que de alguna u otra manera conectan aspectos distintivos de los discursos tradicionales de la izquierda y derecha. Sus esperanzas existen, pero flotan sin anclaje institucional, sin un candidato o proyecto que las represente creíblemente. En cuanto al liderazgo, prefieren gobernantes decididos y honestos. No piden autoritarismo ni diálogo, no se inclinan por la mano dura ni por la empatía. Lo que quieren, en el fondo, es alguien que cumpla lo que promete y actúe con transparencia, virtudes que sienten ausentes en la política actual. Su demanda es, en ese sentido, elemental y compleja al mismo tiempo: simplemente quieren que les crean, que no les mientan, que hagan lo que dicen que harán.
Este segmento está compuesto mayoritariamente por mujeres jóvenes y adultas de sectores socioeconómicos bajos, distribuidas en diversas zonas del país. Lo más significativo es que la mayoría no tiene ninguna posición política definida y una parte importante no sabe todavía por quién va a votar. No se identifican con la izquierda ni con la derecha, y no se sienten representados por ningún candidato de forma clara.
Lo que emerge de estos tres rostros emocionales es un país fragmentado no solo en sus preferencias políticas, sino en su manera de experimentar y dar sentido al proceso democrático. La división no es simplemente entre izquierda y derecha, entre autoritarios y progresistas, sino entre quienes todavía creen que la política importa y quienes han abandonado esa fe. El dato más inquietante es que una parte importante de las personas vive la elección desde la resignación y la desconfianza, convencidos de que su voto no cambiará nada sustancial en sus vidas. Por otro lado, quienes mantienen la esperanza, proyectan visiones completamente opuestas sobre el futuro deseable para Chile. Unos quieren orden, control de la inmigración y crecimiento económico; otros redistribución, beneficios sociales y derechos ampliados. Ambos creen que esta elección puede marcar un hito, pero están apostando por transformaciones mutuamente excluyentes. Más aún, sus preferencias de liderazgo son incompatibles: unos buscan autoridad y decisión sin miramientos; otros empatía y diálogo sin autoritarismo.
Otro hallazgo significativo emerge al comparar las esperanzas de los tres grupos. Los Entusiastas del Orden y los Resignados Desconfiados comparten una preocupación central: la delincuencia y la inmigración. Ambos grupos, desde posiciones emocionales y políticas distintas, identifican estos fenómenos como urgencias nacionales. La diferencia está en que uno cree que el sistema político puede resolverlos y el otro no. Esta coincidencia temática sugiere que existe un espacio potencial de convergencia en torno a la seguridad ciudadana. Los Progresistas Esperanzados, en cambio, están solos en su énfasis redistributivo. Ningún otro grupo prioriza el aumento de beneficios sociales como esperanza central, lo que sugiere que el proyecto de justicia social, aunque mantiene vigencia para casi un tercio de la población, no logra conectar con las urgencias sentidas por las mayorías, especialmente aquellas más vulnerables que paradójicamente serían sus principales beneficiarias.
Esta configuración emocional y política tiene implicancias directas para el desenlace electoral. Los Resignados Desconfiados, compuestos mayoritariamente por personas sin posición política clara y sin candidato definido, representan el terreno de disputa más importante de esta elección. Son el segmento menos comprometido ideológicamente, lo que los convierte en el voto flotante por excelencia. Sin embargo, su desconfianza profunda y su priorización de temas como delincuencia, inmigración y empleo los acerca más a la agenda de la derecha. Si bien no creen que la política pueda cambiar sus vidas, cuando articulan sus esperanzas lo hacen en términos de seguridad y estabilidad económica, no de redistribución o ampliación de derechos. Esto sugiere que, aunque emocionalmente desapegados del proceso, sus urgencias materiales los predisponen hacia candidaturas que enfaticen el orden y la seguridad por sobre la justicia social.
La ventaja estructural parece favorecer a quienes puedan articular un mensaje creíble en torno a la seguridad ciudadana, el control migratorio y la reactivación económica. Las y los candidatos de derecha y centro-derecha, tienen la oportunidad de capturar a las personas más indecisas si logran convencerlos de que, esta vez sí, la política puede producir cambios tangibles en sus vidas cotidianas. Para ello, deberán combinar firmeza en sus propuestas con honestidad en su discurso —las dos características de liderazgo que priorizan los resignados—, evitando el autoritarismo explícito que podría alejarlos. Las y los candidatos de izquierda, en cambio, enfrentan un desafío mayor: no solo deben movilizar a su base convencida, sino encontrar la manera de hacer resonar su proyecto redistributivo en un electorado cuyas urgencias están dominadas por la inseguridad y la precariedad económica inmediata, no por la justicia social de largo plazo. En este escenario, la elección se definirá menos por ideologías y más por quién logre hablarle de manera creíble a las personas resignadas con la política, que ya no cree en promesas, pero que todavía tiene necesidades urgentes que espera sean escuchadas.
Esta columna se basa en los resultados de la sexta entrega de la serie «Clima Social» de la encuesta ICSO-UDP 2025, dedicada a explorar las percepciones y emociones sobre la elección presidencial en Chile. El estudio se realizó a partir de una encuesta online aplicada a 1.100 casos, bajo un diseño muestral no probabilístico por cuotas. El trabajo de campo fue ejecutado por la empresa IPSOS entre el 17 y el 21 de octubre de 2025. El universo representado corresponde a personas mayores de 18 años de los segmentos socioeconómicos ABC1, C2, C3 y D, con cobertura nacional. Los resultados fueron ponderados considerando el peso poblacional por zona geográfica, edad, sexo y GSE, según datos del INE, y utilizando información de AIM para la clasificación socioeconómica.