Somos seres infinitos
01.11.2025
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01.11.2025
Señor Director:
«Cada gesto humano deja una huella que viaja por el universo. Somos ecos de luz que siguen existiendo mucho después de nuestro paso por la Tierra».
En estos días en que recordamos a quienes ya partieron —sea en el Día de Todos los Santos o en las diversas conmemoraciones que distintas culturas dedican a la memoria de sus seres queridos—, volvemos inevitablemente a reflexionar sobre nuestra existencia.
Vivimos en un universo donde nada es instantáneo. Todo lo que vemos ocurre con un retraso: la luz del Sol tarda ocho minutos en llegar a la Tierra, y la de la estrella más cercana, años. Si alguien observara desde una galaxia situada a setenta millones de años-luz, podría ver aún a los dinosaurios caminar sobre nuestro planeta. Sí, esos mismos con los cuales mi hijo se trastorna día a día. Si estuviera en una estrella más cercana, digamos a unos pocos cientos de años-luz, vería el surgimiento de las primeras civilizaciones humanas. Y si su mirada se acercara todavía más, tal vez desde un exoplaneta ubicado a unos pocos años-luz, podría ver tu nacimiento o la sonrisa de alguien que ya ha partido.
Este fenómeno maravilloso de la ciencia —resultado de que nada puede viajar más rápido que la luz— encierra una metáfora profunda sobre nuestra existencia. Cada palabra, cada acción, cada gesto deja un eco que viaja por el cosmos. Lo que somos hoy seguirá existiendo, en forma de luz, mucho después de que dejemos de estar físicamente aquí.
Si todo lo que hacemos se propaga y perdura en el tiempo, la pregunta entonces es: ¿qué huella queremos dejar? Una sonrisa, una buena idea, un gesto de compromiso o un acto de cariño pueden definir la imagen que proyectamos al universo. Pero el universo también registra nuestras sombras: la envidia, la indiferencia, la soberbia o la falta de empatía.
Ser conscientes de esta proyección eterna nos invita a vivir con responsabilidad y propósito. No somos seres fugaces, como solemos pensar. Por el contrario, somos seres infinitos, y el eco de nuestras acciones seguirá viajando, como un rayo de luz que se niega a apagarse, mucho después de que nos hayamos ido.