Entre piratas y plataformas: cómo la Generación Z está reescribiendo la protesta a nivel global
20.10.2025
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20.10.2025
La autora de esta columna analiza el uso de íconos de la cultura pop en manifestaciones juveniles en distintos lugares del mundo. Sostiene que «mucho se ha dicho que la Generación Z –aquellos nacidos entre mediados de los años 90 y comienzos de los 2010s– es escéptica y vive pegada a una pantalla. En cambio, poco se ha dicho sobre cómo supo convertir esa pantalla en un megáfono, en un taller o incluso en una asamblea. Tampoco en cómo los símbolos de la cultura pop pueden transformarse en emblemas que convocan y organizan. Estos jóvenes ya no conciben lo público sin lo digital y sin las referencias a la cultura de masas».
Créditos de portada: imagen generada por IA
La ola juvenil que viene encendiendo debates y trastocando gobiernos durante este 2025 comparte símbolos, plataformas y tácticas. En las calles de Yakarta, Kathmandú, Lima, Manila, Rabat y Antananarivo, una bandera flamea con una calavera con sombrero de paja. Asimismo, plataformas digitales y streamers se unen a las manifestaciones, lideradas por jóvenes de la Generación Z.
En Indonesia, la chispa fue la combinación de los privilegios de los parlamentarios así como la indignación por la muerte de un repartidor (mototaxi) por parte de la policía durante las primeras manifestaciones. Instagram, Discord y TikTok se encargaron de la logística, incluso siendo esta última suspendida temporalmente por el gobierno, alertando sobre la libertad de expresión en el país. La bandera con la calavera comienza a ondear en medio de las manifestaciones, lo que se repetirá en los siguientes países.
En Nepal, bajo la excusa de que ciertas plataformas no se habían registrado ante el gobierno y para frenar el odio y la desinformación, se buscó apagar la conversación bloqueando el acceso a 26 plataformas online —incluyendo Facebook, YouTube, WhatsApp y X—. La respuesta fue inmediata: los jóvenes salieron a las calles, provocando la renuncia del primer ministro K.P. Oli, así como su reemplazo por la presidenta de la Corte Suprema, Sushila Karki como interina. También lograron el levantamiento del veto digital al día siguiente de las primeras protestas.
En Perú, el centro de la capital fue atiborrado de manifestantes contra la reforma de pensiones, que apuntaba a la afiliación obligatoria, posibles aportes forzosos, y restricciones a futuros retiros. Todo bajo una realidad de trabajos informales y temporales. La coordinación de rutas, primeros auxilios y difusión de la manifestación se realizó en TikTok y Telegram, extendiendo la demanda hacia la corrupción del gobierno. La bandera con la calavera siguió ondeando.
En Filipinas, la marcha “Trillion Peso March” fue convocada a raíz de denuncias sobre anomalías en proyectos de control de inundaciones. Organizada por parroquias, universidades y colectivos juveniles, la coordinación multi-ciudad se logró por Facebook y TikTok, logrando que el presidente, Marcos Jr., creara una comisión independiente para el caso, abriera una indagatoria del Senado, cancelara los proyectos de control de inundaciones para el próximo año, y ofreciera la reorientación de los fondos hacia salud, educación y agricultura.
En Marruecos, la chispa no fue la censura sino la precariedad de lo público: el deterioro de los servicios de salud, a partir del escándalo de muertes de mujeres durante partos en un hospital, frente a la priorización presupuestaria dada por el gobierno al Mundial de Fútbol en 2030. Así, se ejerció presión al rey Mohammed VI, llevándolo a prometer el aceleramiento de reformas de empleo, salud y educación tras semanas de protesta. Los protagonistas fueron el colectivo juvenil Gen Z 212, que montó su cuartel en las plataformas Discord y TikTok.
Madagascar no necesitó metáforas: bastaron los cortes de servicios básicos. Primero, con recurrentes cortes de agua, dados los racionamientos eléctricos diarios que experimenta el país. Puesto que el bombeo de agua depende de la electricidad, también hubo cortes de este suministro. A partir de la difusión en Telegram y Facebook, los jóvenes repletaron las calles, forzando la salida del primer ministro Christian Ntsay, así como el nombramiento del general Ruphin Fortunat Zafisambo en su reemplazo. Además, se extendieron las demandas hacia la corrupción, la pobreza y la necesidad de reformas.
¿Qué une a estas protestas en contextos tan dispares? En primer lugar, una organización distribuida en redes sociodigitales que carece de una jerarquía tradicional, y que mezcla lo clásico —manifestaciones en la calle, cacerolazos, ocupaciones— con lo digital. Esto se observa en cómo un Discord marroquí pasó de miles de usuarios a más de 200 mil en pocos días, posibilitando la logística de las movilizaciones. O cómo un hashtag nepalí –#NepoKids, para denunciar el privilegio e impunidad de hijos de la élite– se tradujo en una convocatoria masiva en cuestión de horas. Asimismo, TikTok contribuyó a difundir la narrativa de las protestas, la chispa y las demandas. De igual manera, hubo una explosión de uso de VPNs, con el fin de eludir los bloqueos a internet, encontrando rutas alternativas para acceder a las redes sociales. Esto estuvo apoyado por servidores dedicados a live streaming desde barrios, otros que abordaban temas legales, al fact-checking, así como al diseño de carteles y rutas seguras por las cuales marchar.
En segundo lugar, la bandera del manga One Piece se volvió una lingua franca juvenil. Se trata de la calavera utilizada por los piratas (Jolly Roger), con un “sombrero de paja”, nombre dado a la tripulación comandada por el capitán Monkey D. Luffy, personaje principal del manga. Esto alude a la épica de “piratas contra un poder corrupto”, que en el caso de One Piece es denominado “Gobierno Mundial”. Este símbolo se mezcla con códigos locales para cada país, bajando la barrera de entrada a la movilización, y viajando sin traducción en países con idiomas y culturas muy distintas entre sí. No es primera vez que los símbolos de la cultura pop aparezcan en manifestaciones: en 2011 los movimientos Occupy utilizaron la máscara de V for Vendetta; el maquillaje del Joker en protestas del 2019 (Hong Kong, El Líbano, Chile); el saludo de los tres dedos de la saga Hunger Games (Myanmar, Hong Kong, Tailandia).
Mucho se ha dicho que la Generación Z –aquellos nacidos entre mediados de los años 90 y comienzos de los 2010s– es escéptica y vive pegada a una pantalla. En cambio, poco se ha dicho sobre cómo supo convertir esa pantalla en un megáfono, en un taller o incluso en una asamblea. Tampoco en cómo los símbolos de la cultura pop pueden transformarse en emblemas que convocan y organizan. Estos jóvenes ya no conciben lo público sin lo digital y sin las referencias a la cultura de masas.
Conviene poner el ojo ahí, porque en ese cruce entre plataformas digitales y calle se están echando los cimientos de nuevas formas de participación política: más distribuidas, menos jerárquicas, con fuerte uso de la tecnología. Poner el ojo en esta generación es entender cómo, escaladamente, protagoniza cambios profundos en sociedades tan distintas alrededor del mundo. Y probablemente, lo seguirá haciendo.