De Seúl a Santiago: lo que Chile puede aprender de la crisis demográfica de Corea del Sur
29.09.2025
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29.09.2025
El autor de esta columna compara los casos de Chile y Corea del Sur en cuanto a la baja tasa de natalidad, en el caso del país asiático, la más baja de la OCDE. Sostiene que «el caso de Corea del Sur es un espejo del futuro posible, una advertencia de las consecuencias de ignorar las señales demográficas y las presiones socioeconómicas que desincentivan la natalidad. Chile comparte los mismos factores de riesgo, sin embargo, aún cuenta con una ventana de tiempo para actuar».
Créditos imagen de portada: Nadia Pérez / Agencia Uno
En 2023, Corea del Sur registró una tasa de fertilidad de apenas 0,7 hijos por mujer (OECD 2024), la más baja de la OCDE. Esta crisis, lejos de ser un caso aislado, representa una advertencia directa para Chile, que con 1,17 hijos por mujer, ostenta la cuarta tasa más baja de la misma organización.
Esta trayectoria descendente no es una coincidencia, sino el reflejo de estructuras sorprendentemente similares. Ambos países operan bajo un sistema capitalista altamente competitivo y presentan una centralización extrema: el área metropolitana de Seúl concentra cerca del 50% de su población (KOSIS 2024), mientras que la Región Metropolitana de Santiago agrupa el 40%. Este fenómeno dispara los costos de vida y fomenta una intensa presión profesional que obliga a los jóvenes a priorizar sus carreras por sobre la formación de una familia.
La comparación entre las pirámides poblacionales es la evidencia más clara: la estructura demográfica que se proyecta para Chile en 2050 es un reflejo casi exacto de la que Corea del Sur ya enfrenta hoy. Por lo tanto, analizar el caso coreano no es un ejercicio teórico, sino un vistazo a un futuro posible que amenaza con agravar debilidades históricas de Chile, especialmente en sus sistemas de pensiones y salud pública.
La situación en Corea del Sur ha superado el umbral de un simple problema de natalidad para entrar en lo que los expertos definen como un colapso demográfico, incluso algunas estimaciones apuntan a una tasa de un 0,65 (Kim 2024). La crisis no radica únicamente en que nazcan menos niños, sino en el inminente envejecimiento estructural de su población, una catástrofe silenciosa con consecuencias tangibles tanto a corto como largo plazo.
El impacto más inmediato de esta crisis se sentirá en su economía, con una pirámide poblacional que se invierte a un ritmo sin precedentes, el país se enfrentará a una creciente población anciana que ya no forma parte de la fuerza laboral. Esto genera una presión insostenible sobre los sistemas públicos, ya que una base de trabajadores activos cada vez más reducida deberá financiar simultáneamente tanto las pensiones como la creciente demanda del sistema de salud por parte de una población que requiere más atención médica y cuidados de largo plazo.
Este impacto económico se complementa con profundas consecuencias sociales, Corea del Sur se asoma al fenómeno de las “ciudades fantasmas” – muchas aldeas rurales muestran casas abandonadas, niños que ya no regresan y comunidades que envejecen sin relevo. De hecho, un proyecto fotográfico documenta cómo localidades como la isla Jido tienen apenas decenas de residentes y casas vacías en progresivo deterioro (Brown 2023). A medida que la población de mayor edad en las zonas rurales y en pueblos pequeños fallezca sin que haya una generación joven que la reemplace, regiones enteras corren el riesgo de despoblarse. Este declive demográfico no solo dejará una infraestructura vacía, sino que provocará una pérdida irreparable de oficios, tradiciones y cultura local que desaparecerán junto a sus últimas generaciones.
A nivel geopolítico, las implicaciones son igualmente graves. Corea del Sur se encuentra en un estado de armisticio técnico con su contraparte del norte. La seguridad nacional depende de un servicio militar obligatorio y de una fuerza de defensa robusta, la drástica reducción de la cohorte de jóvenes varones amenaza directamente su capacidad de reclutamiento (Reuters 2025), esto sumado al envejecimiento de su reserva va en desmedro de su postura defensiva en una de las fronteras más militarizadas del mundo.
Desde 2006 hasta 2024, Corea del Sur ha gastado más de 270 mil millones de dólares en políticas destinadas a elevar la tasa de natalidad (Guzman 2024), abarcando incentivos financieros directos, programas de vivienda, ayudas familiares y mejoras al cuidado infantil, sin que hasta ahora la tasa de fertilidad haya remontado de manera sostenible. A pesar de esta inversión colosal, el gobierno sigue apostando por medidas similares: en 2025 ha presupuestado otros 63 millones de dólares para programas relacionados con natalidad y envejecimiento poblacional, incluyendo pagos en efectivo para recién nacidos, apoyo a padres y madres y subsidios en vivienda y salud (Korea JoongAng Daily 2025).
Sin embargo, estos esfuerzos han demostrado ser paliativos más que soluciones, la causa de fondo – un sistema con costos de vida asfixiantes, una presión educativa brutal y una cultura laboral inflexible – no se resuelve con subsidios. Y la alternativa más evidente, la inmigración masiva, choca con una sociedad históricamente homogénea y con una considerable resistencia cultural a la apertura, dejando al país en una encrucijada sin una salida clara.
Frente a este escenario, Chile aún tiene la oportunidad de actuar para evitar la trayectoria coreana. La solución no radica en una sola política, sino en un conjunto de reformas estructurales en tres áreas clave. Primero, una descentralización efectiva, que vaya más allá de lo administrativo; se requieren incentivos fiscales agresivos para que las industrias y el talento se trasladen a regiones, junto con una inversión decidida en infraestructura y conectividad para crear polos de desarrollo competitivos.
Segundo, un apoyo directo a las familias que alivie la carga económica de la crianza. Esto implica avanzar hacia un sistema universal de salas cuna y jardines infantiles de alta calidad, reformar las licencias parentales para fomentar la corresponsabilidad y crear subsidios de vivienda específicos para familias jóvenes, utilizando como hoja de ruta el caso coreano, identificar qué salió bien y qué cosas definitivamente no funcionaron para así evitar gastar cifras exorbitantes en soluciones que al final no lo son. El objetivo es que tener hijos deje de ser percibido como un obstáculo para el desarrollo profesional y financiero.
Finalmente, es crucial una gestión estratégica de la migración. Chile debe transitar desde una política reactiva a una planificación que defina cuotas y perfiles de inmigrantes según las necesidades del país. La migración puede ayudar también a la descentralización si se realizan programas regionales de postulación, usando cómo ejemplo el caso canadiense (Gobierno de Canadá 2025), de esta manera se facilita la integración laboral formal y el reconocimiento de títulos. Una migración ordenada no solo puede atenuar el envejecimiento de la fuerza laboral, sino también enriquecer el desarrollo cultural y económico del país.
El caso de Corea del Sur es un espejo del futuro posible, una advertencia de las consecuencias de ignorar las señales demográficas y las presiones socioeconómicas que desincentivan la natalidad. Chile comparte los mismos factores de riesgo, sin embargo, aún cuenta con una ventana de tiempo para actuar.
La gran interrogante no es si Chile enfrentará un desafío demográfico, sino cómo lo hará. La decisión de implementar políticas audaces en descentralización, apoyo familiar y migración determinará si el país logra construir un futuro sostenible o si está destinado a repetir los errores de una crisis que, en otros lugares, ya parece irreversible.