Memoria histórica en la Excárcel Pública de Rancagua
27.09.2025
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27.09.2025
La autora de esta columna destaca el valor de la exposición “Memoria que resiste, dignidad que trasciende: Voces de la historia carcelaria en Rancagua (1973–1990)” que se realiza en la Universidad de O’Higgins y que repasa el horror vivido tras los muros de la Excárcel Pública durante la dictadura. Sostiene que «en definitiva, mantener viva la memoria de las víctimas y de quienes resistieron en la Ex Cárcel Pública de Rancagua es un acto de justicia, es reconocer el pasado significativo de nuestra memoria local y un compromiso ético con nuestra democracia que se encuentra en constante disputa en la actualidad».
Créditos imagen de portada: UOH
La memoria histórica constituye un eje fundamental en la construcción de sociedades democráticas y conscientes de sus raíces y sus territorios. En ese marco, la exposición “Memoria que resiste, dignidad que trasciende: Voces de la historia carcelaria en Rancagua (1973–1990)” emerge como un ejercicio necesario de visibilización, justicia y reconocimiento hacia quienes padecieron la represión política en uno de los periodos más controversiales de nuestra historia chilena reciente. No se trata únicamente de recordar, sino de comprender que las huellas dejadas por la violencia estatal siguen presentes en el tejido social, desafiándonos a mantener viva la dignidad de quienes resistieron. Como plantea Elizabeth Jelin (2002), la memoria no es solo un archivo del pasado, sino un campo de disputa simbólica en el presente, donde se juega la construcción de identidades colectivas y proyectos de futuro.
La Excárcel Pública de Rancagua, que finalizó su funcionamiento en el centro de la capital regional a fines del año 2005, fue el principal centro de detención política en la Región de O’Higgins durante los primeros años de la dictadura civil-militar. Tras sus muros se gestaron historias de dolor y vulneración de derechos humanos que, por décadas, permanecieron relegadas al silencio. Obreros, campesinos, dirigentes sociales, estudiantes e incluso menores de edad fueron privados de libertad, enfrentando procesos judiciales regidos por la arbitrariedad del poder. La narrativa oficial, marcada por la criminalización y la negación, invisibilizó estas experiencias. En este sentido, recordar y resignificar estos espacios constituye, según Paul Ricoeur (2004), un acto ético de justicia, pues la memoria abre la posibilidad de reconocer a las víctimas y dignificar sus trayectorias.
La exposición organizada en la Dirección de Cultura, Patrimonio y Extensión de la Universidad de O’Higgins, es el resultado de la investigación efectuada a partir del proyecto memorial edificio sector justicia de Rancagua, pronto a inaugurarse que rescata dos vestigios de la antigua cárcel. Este trabajo se inscribe en un esfuerzo mayor: la construcción de un espacio museográfico que no solo presenta testimonios, sino que interpela a la ciudadanía sobre la necesidad de comprender cómo operó el aparato represivo a nivel regional. A través de la investigación y los relatos de 17 ex presos políticos y sus familiares, se articula una narrativa que dignifica las experiencias de quienes, a pesar del encierro y la tortura, mantuvieron la convicción de que un futuro democrático era posible.
La relevancia de esta iniciativa trasciende lo académico o lo cultural; se convierte en un acto político en el mejor sentido del término: afirmar que la memoria es una práctica activa y colectiva, inseparable del presente y del porvenir. Evocar el pasado no es insistir en la herida, sino reconocer que sin memoria no hay justicia ni posibilidad de democracia sólida. En tiempos en que se cuestiona la necesidad de recordar —con frases como “ya basta de hablar del tema” o “para qué seguir difundiendo el odio”— resulta imperativo enfatizar que lo que se persigue no es la perpetuación de divisiones, sino la humanización de la conciencia colectiva.
En palabras de Catherine Walsh (2018), la transversalización de los derechos humanos en nuestras prácticas sociales implica repensar las memorias y reconocer que toda comunidad democrática se funda en la dignidad de las personas y en la garantía de no repetición.
El proyecto memorial de la ex cárcel pública de Rancagua se convierte, además, en una manifestación del compromiso universitario con su territorio. Como universidad pública regional, la UOH reafirma su misión de aportar a la construcción de una sociedad inclusiva y democrática desde el conocimiento, la extensión y el diálogo con las comunidades. Aquí resulta pertinente recordar a Milton Santos (2000), quien planteaba que el desarrollo territorial solo cobra sentido cuando se construye a partir de la memoria colectiva y de los vínculos sociales que sostienen la vida comunitaria. En esa dirección, la exposición se erige como un acto de pedagogía social y política, en donde la historia local deja de ser un relato marginal para convertirse en un insumo esencial en la formación de ciudadanía crítica.
En este sentido, como coordinadora del proyecto invito a la comunidad regional a visitar la exposición, la cual estará abierta hasta el 30 de octubre del 2025. Esta experiencia implica mucho más que recorrer un espacio expositivo: es aceptar la invitación a reflexionar, a interrogarse sobre el pasado reciente y a valorar la resistencia como un gesto de dignidad que trasciende el tiempo. Cada testimonio recogido, cada vestigio rescatado de la ex cárcel, nos confronta con la responsabilidad de no olvidar y con el deber de asegurar que estas experiencias no vuelvan a repetirse.
La memoria no se reduce a la evocación de un doloroso ayer; constituye una herramienta para construir el presente y proyectar un futuro basado en el respeto, la justicia y la convivencia democrática. En este sentido, la exposición no solo rescata voces que fueron silenciadas, sino que también contribuye a robustecer una ciudadanía crítica, consciente y comprometida con la democracia y la transversalización de los derechos humanos. Como afirma Tzvetan Todorov (2000), la memoria es un deber moral cuando se convierte en aprendizaje colectivo frente a la fragilidad de los valores democráticos. En definitiva, mantener viva la memoria de las víctimas y de quienes resistieron en la Ex Cárcel Pública de Rancagua es un acto de justicia, es reconocer el pasado significativo de nuestra memoria local y un compromiso ético con nuestra democracia que se encuentra en constante disputa en la actualidad.