Redes sociales: “Dime con quién andas y te diré quién eres”
21.09.2025
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21.09.2025
El autor de esta columna, experto en redes sociales, pone el foco en las personas atrás de ellas y de qué modo las relaciones interpersonales son las que definen modos de pensar. Sostiene que «vivimos un momento en que la polarización social y política se intensifica, y no puede comprenderse (ni enfrentarse) sin articular los mundos online y offline. El riesgo de no reconocer esta conexión es diseñar políticas públicas y estrategias de comunicación que combatan únicamente los síntomas en internet, sin atender a las raíces que se encuentran en nuestros vínculos (redes) sociales».
Gran parte de la investigación sobre desinformación se centra en las llamadas redes sociales digitales. Estas nos muestran cuáles son los temas en discusión, qué usuarios, a veces anónimos o bots, difunden información y qué emociones se generan en las conversaciones. Todas estas expresiones comparten un mismo principio: detrás de ellas hay personas con intenciones, ideologías o formas de pensar que ingresan a la arena pública para disputar creencias.
Sin embargo, pocas veces se cuestiona quiénes son realmente esas personas y cómo llegaron a creer lo que creen o a decir lo que dicen. Con demasiada rapidez saltamos a la conclusión de que son las plataformas digitales, como Twitter, Reddit, TikTok, Instagram o Facebook, las que, a través de la exposición, llevan a las personas a comportarse de cierta manera. En la literatura especializada, esto suele asociarse a procesos de difusión o contagio, reduciendo el problema al mero hecho de exponerse a la información. En otras palabras, se asume un acto pasivo de adopción de creencias, comportamientos u opiniones, como si fueran un virus.
Las redes digitales son en realidad solo la punta del iceberg. Aunque la exposición a la información incide en nuestras creencias o las refuerza, rara vez se indaga qué redes interpersonales sostienen a esas personas ni qué las motivó a participar o a creer en determinado contenido. Dicho de otro modo, qué fue lo que influyó en su forma de actuar. Es allí donde se incuban predisposiciones y marcos de interpretación que luego hacen más o menos efectiva la desinformación digital. Estas son las redes sociales interpersonales, las “verdaderas” redes sociales, aquellas que conformamos en el mundo no digital con nuestras familias, amistades, comunidades locales o grupos de confianza, y que encarnan el refrán “dime con quién andas y te diré quién eres”.
Pero, ¿qué fluye realmente cuando hablamos de información? ¿Ideas, creencias, emociones, rumores? ¿Y con qué rapidez adquiere la influencia social un efecto en nuestras decisiones cotidianas? Reconocer la relevancia de ambas dimensiones, la circulación digital y las redes interpersonales offline, cambia el foco de la conversación, porque nos invita a mirar el problema desde otro ángulo. No basta con pensar que regular algoritmos o etiquetar noticias como falsas resolverá la situación. La información, para ser creída, necesita un terreno fértil, y ese terreno se cultiva en las relaciones de confianza más íntimas, en las conversaciones con quienes forman parte de nuestro círculo cercano.
En la práctica, esto significa que un mensaje sobre vacunas, cambio climático o elecciones no convence únicamente porque aparece en una red social digital, sino porque encuentra eco en vínculos y grupos de confianza: el consejo de un familiar, la opinión de un compañero de trabajo, la postura compartida en una comunidad religiosa o en nuestros grupos de ocio. Es allí donde se otorga la credibilidad que luego refuerza lo que circula en línea. Los ejemplos muestran que la información no convence solo por circular en línea, sino porque se valida en redes de confianza previas. Si seguimos creyendo que todo es “culpa de las plataformas digitales”, nos quedaremos cortos en las soluciones, porque reducimos un fenómeno profundamente social a un problema meramente tecnológico.
Un buen ejemplo es el debate sobre las vacunas contra el COVID-19. Diversos estudios mostraron que no bastaba con la información científica circulando en línea o por los medios de difusión de masas. Muchas personas decidieron vacunarse o no hacerlo en función de la opinión de un familiar cercano o de alguien en quien confiaban. Algo similar ocurre con el cambio climático. Mientras los datos científicos se difunden ampliamente en redes digitales, la aceptación o el rechazo de esos datos depende a menudo de conversaciones en espacios grupales de confianza. Incluso en procesos electorales recientes, los rumores sobre fraude o manipulación no se instalan únicamente porque aparecen en plataformas digitales, sino porque logran resonar en vínculos offline donde la palabra de alguien conocido resulta más persuasiva que cualquier fuente oficial.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando una persona está socialmente aislada y aun así adopta opiniones extremas? ¿Cómo se relaciona esto con la ausencia de redes de confianza? En estos casos, el argumento adquiere aún mayor relevancia, ya que el aislamiento social convierte a los individuos más vulnerables a buscar pertenencia en comunidades digitales. Allí encuentran un sentido de identidad y validación que reemplaza los vínculos ausentes en el mundo offline. La falta de redes interpersonales sólidas no elimina la influencia social, sino que la desplaza hacia entornos digitales donde los lazos, aunque frágiles, ofrecen reconocimiento y pertenencia. Es precisamente en esa vulnerabilidad donde los mensajes extremistas encuentran terreno fértil.
El “por qué ahora” es evidente: vivimos un momento en que la polarización social y política se intensifica, y no puede comprenderse (ni enfrentarse) sin articular los mundos online y offline. El riesgo de no reconocer esta conexión es diseñar políticas públicas y estrategias de comunicación que combatan únicamente los síntomas en internet, sin atender a las raíces que se encuentran en nuestros vínculos (redes) sociales. Reconocer esta conexión, en cambio, abre la puerta a soluciones más integrales que fortalezcan tanto la educación y el pensamiento reflexivo en línea como la cohesión y la confianza en los espacios interpersonales offline.