La orquesta silenciosa de los pagos electrónicos en Chile
11.08.2025
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11.08.2025
Los pagos digitales han crecido un 18,4% en Chile. Es el dato que aprovecha el autor de esta columna para profundizar en el impacto cultural de estos números. Concluye que «la verdadera noticia no es solo que un número creció, sino la increíble complejidad y riqueza de nuestro ecosistema de pagos. La tarea para reguladores, innovadores y para nosotros, los ciudadanos, es asegurar que, en esta nueva sinfonía financiera, la música suene bien para todos y nadie se quede sin su partitura».
Créditos imagen de portada: Karl Grawe / Agencia Uno
Esta semana, la prensa nacional nos trajo unos titulares que resonaron con la fuerza de los tiempos modernos: los pagos digitales realizados por las personas en Chile han crecido un 18,4%. La cifra es impresionante, sin embargo, como en toda buena sinfonía, la melodía principal no cuenta toda la historia. Para entender la verdadera música, debemos escuchar a toda la orquesta.
El dato, extraído del último Informe de Sistemas de Pago del Banco Central, es un eco de una transformación global, pero, en este caso, con un sabor decididamente local. Se nos informa que cada persona mayor de 15 años en Chile realiza, en promedio, 374 pagos digitales al año. Este no es solo un cambio de hábito; es un cambio cultural profundo, una migración masiva desde el bolsillo hacia la nube.
Dentro de esta avalancha digital, hay un instrumento que ha pasado de ser un actor secundario a un solista virtuoso: la tarjeta de prepago. Su uso ha experimentado un crecimiento acelerado del 213% respecto al año anterior. ¿Por qué este auge tan explosivo? La respuesta es simple y poderosa: inclusión financiera.
Durante décadas, el sistema financiero tradicional erigió barreras, a menudo insalvables, para millones de personas. Las tarjetas de prepago, con más de 11,6 millones de plásticos vigentes emitidos por 14 actores distintos, han dinamitado esas barreras. No requieren un historial crediticio de película ni una cuenta corriente abultada. Son una puerta de entrada al comercio electrónico, a las plataformas de streaming y a servicios digitales para quienes antes solo tenían el efectivo como opción. Permiten, como señala el propio Banco Central, acceder a servicios adicionales como la compra de divisas o incluso criptoactivos. Son, en esencia, la democratización del dinero digital.
Pero la tecnología –y esto es algo que a menudo olvidamos en nuestras pizarras llenas de diagramas– nunca es solo tecnología; es un artefacto social que se moldea y adapta en las manos de quienes la usan. Un fascinante estudio sobre el sistema CajaVecina de BancoEstado en Chile nos recuerda de manera clara la «brecha entre el diseño y la realidad». Un ingeniero en un laboratorio diseña un terminal de punto de venta (POS) para ser un simple ejecutor de transacciones. Pero en el almacén del barrio, ese mismo terminal se convierte en un nexo de confianza. La dueña del local, la «tía» que nos conoce desde niños, no es una operadora de máquinas; es una gestora de relaciones. Confía en sus vecinos y a veces «flexibiliza» las reglas, permitiendo una transacción, aunque el sistema esté al límite, porque sabe que la confianza es un activo más valioso que el saldo instantáneo. Este fenómeno demuestra que la adopción de la tecnología financiera en el día a día es un proceso creativo, una adaptación donde los lazos sociales pesan tanto o más que los protocolos informáticos.
Con este estruendo digital, sería tentador redactar el obituario del dinero en efectivo, pero se estaría cometiendo un error. Como han enseñado las crisis recientes, incluida la pandemia de COVID-19, el efectivo sufre de una curiosa paradoja: mientras su uso para transacciones diarias disminuye (el café, el periódico), su demanda como reserva de valor aumenta en tiempos de incertidumbre. La gente usa menos monedas para pagar, pero guarda más billetes «debajo del colchón».
Con todo, el efectivo sigue siendo el único medio de pago totalmente anónimo, que funciona sin electricidad ni internet y que no deja un rastro de datos. En un mundo cada vez más digitalizado, esas características no son triviales. El Banco Central lo sabe, y por eso su informe no habla de la muerte del efectivo, sino de una evolución del ecosistema de pagos.
Aquí es donde la historia se pone aún más interesante. En otro texto relevante, «Paleo-Futures of Cashless Payments», el Dr. Bátiz-Lazo traza un paralelo audaz: compara la actual transición hacia una sociedad sin efectivo con la «acumulación primitiva» de la que hablaba originalmente Karl Marx. En el pasado, se impuso el uso del dinero en efectivo a las poblaciones para integrarlas a la fuerza en una economía de mercado. Hoy, podríamos preguntarnos si la combinación de políticas públicas (como las nuevas obligaciones tributarias mencionadas en el informe del BC Central), el cierre de sucursales bancarias y los incentivos comerciales no constituyen una forma de «empujón» hacia lo digital, una transición que no es enteramente voluntaria para todos.
El propio Banco Central advierte que «es importante estar atentos al desarrollo de nuevos modelos de negocio que pueden estar incorporando riesgos no contemplados en la regulación vigente». Es el reconocimiento de que esta carrera digital, si bien emocionante, no está exenta de peligros y puede dejar a algunos atrás.
El aumento del 18,4% en los pagos digitales no es el sonido de un instrumento venciendo a otro. Es el sonido de una orquesta que se reconfigura. La tarjeta de débito sigue siendo el violonchelo robusto que marca el ritmo. Las transferencias electrónicas son los violines, rápidos y cada vez más numerosos. Las tarjetas de prepago son la flauta traversa, que ha irrumpido con un solo brillante e inesperado. Y el efectivo, lejos de estar silente, es el contrabajo. En ello, el contrabajo es más sentido que oído, proveyendo así de una base de seguridad y resiliencia a todo el sistema.
La verdadera noticia no es solo que un número creció, sino la increíble complejidad y riqueza de nuestro ecosistema de pagos. La tarea para reguladores, innovadores y para nosotros, los ciudadanos, es asegurar que, en esta nueva sinfonía financiera, la música suene bien para todos y nadie se quede sin su partitura.