El legado invisible de las vacaciones escolares de invierno
01.07.2025
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01.07.2025
Más allá del descanso o de la oportunidad de disfrutar en familia, la autora de esta columna escrita para CIPER sostiene que los momentos con los hijos son también una oportunidad para reducir lo que se conoce como “retroceso de verano”, haciendo alusión a las vacaciones escolares. Afirma que “las acciones a nivel familiar, por pequeñas que parezcan, tienen un poder real para construir un contrapeso si logramos sacarle el jugo, como diríamos en buen chileno, a los momentos en que sí estamos con nuestros hijos”.
Como muchos padres y madres, me encuentro esta semana con mis críos de 4 y 7 años en la casa, mientras el trabajo no da tregua. Al agobio y la ansiedad de tener que movilizar las redes de apoyo (dígase, abuelas) se suma la culpa de no poder pasar más tiempo con ellos. Pero conocer la evidencia sobre el impacto que tienen los recesos escolares en la equidad educativa es un elemento movilizador para aplicar estrategias simples que ayuden a mantener sus pequeñas grandes mentes estimuladas.
Primero, la evidencia; después, las estrategias.
Contrario a lo que uno podría esperar, las brechas abismales de aprendizaje en sistemas tan desiguales como el nuestro no aumentan solo durante los periodos de clases sino también, y en mayor medida, durante los periodos de vacaciones, sobre todo aquellos más prolongados. ¿La razón? El fenómeno conocido como “retroceso de verano”, que en simple es el aumento de la disparidad en el acceso a recursos entre estudiantes pertenecientes a contextos socioeconómicos más y menos privilegiados durante los periodos de vacaciones. Mientras algunos estudiantes acceden a viajes, campamentos de invierno, actividades lúdicas y pasan los días en hogares enriquecidos con libros y materiales que permiten actividades autodidactas, otros tienen un acceso mucho más limitado a ese tipo de recursos. Si bien las brechas se observan tanto en Matemáticas como en Lenguaje, es en esta última asignatura donde el impacto es más profundo. Un aspecto dramático de este fenómeno es que su efecto es acumulativo. En otras palabras, la suma de todos los “retrocesos de verano” explica una gran parte de la diferencia en rendimiento académico a lo largo de la trayectoria educativa, porque durante el año escolar los estudiantes no siempre alcanzan a recuperar los aprendizajes que dejaron de adquirir en los recesos.
Evidencia en Chile también ha mostrado el impacto del cierre de establecimientos educacionales, no durante las vacaciones, sino que durante la pandemia del COVID-19. Los hallazgos de un reciente estudio (en el cual participé) del CIAE, de la Universidad de Chile y de Líderes Educativos, de la Universidad Católica de Valparaíso, muestran que más de un tercio de los establecimientos no ha logrado repuntar después del retroceso experimentado durante la pandemia, cuando los recursos privados familiares adquirieron un mayor protagonismo en la experiencia educativa de los estudiantes. Este fenómeno no es solo un asunto privado de cada familia; es un motor silencioso de la desigualdad que como sociedad debemos comprometernos a combatir.
Frente a una brecha sistémica de esta magnitud, es fácil sentirse impotente. Sin embargo, la misma evidencia nos muestra que las acciones a nivel familiar, por pequeñas que parezcan, tienen un poder real para construir un contrapeso si logramos sacarle el jugo, como diríamos en buen chileno, a los momentos en que sí estamos con nuestros hijos.
Acá van las estrategias, pero antes una regla de oro: estas se tienen que ajustar a los niños que tenemos, no a los que nos gustaría tener. A mí me gustaría que mis hijos fueran menos competitivos, pero tienen una inclinación natural a la competencia y están inmersos en un contexto que la promueve (como cuando lo primero que les preguntan es si su equipo ganó, y por cuánto en vez de preguntar si lo pasaron bien). Ajustar las estrategias a sus características requiere una inversión de tiempo importante porque implica conocer sus intereses, preferencias y saber qué les acomoda. La magia de la enseñanza está en capturar su atención, lograr desafiarlos y asegurarse de que la gratificación intrínseca (esa emoción o sensación placentera) generada por el logro alcanzado sea mayor que la frustración vivida durante el proceso de aprendizaje. Retos muy difíciles gatillan desinterés y retos muy fáciles generan aburrimiento. Por lo tanto, todo lo que viene a continuación debe ser adaptado a la realidad de cada familia.
Lectura compartida activa: No solo en los primeros años de vida, sino también cuando ya saben leer. La lectura es mucho más que una actividad con propósito académico, es un espacio para desarrollar apego seguro y fortalecer el vínculo con los hijos. Establecer conversaciones en torno a lo leído o estar atentos a esos momentos de asombro que viven los niños al aprender cosas nuevas es importante para que la lectura se transforme en una actividad placentera. Aunque es obvio, no está de más recalcar que las palabras están en todas partes, no solo en los libros, y que los juegos con palabras y letras (encontrar una señalética con una palabra que termine en “e”) podemos propiciarlos en múltiples espacios.
Entregar las respuestas en clave: En general, los niños tienen una atracción especial por los misterios. Esta tendencia ofrece una oportunidad perfecta para potenciar el desarrollo de habilidades matemáticas básicas. Esto se logra transformando las respuestas a preguntas simples, por ejemplo, “¿Cuánto falta para llegar?”, en un acertijo que van a querer resolver porque les interesa saber la respuesta. El fin de semana, mientras recorríamos un sendero, le pregunté a mi hijo de 7 años: “Si son 22 estaciones, y ya recorrimos 9, ¿cuántas nos quedan?”.
Darles a los niños protagonismo y promover su participación activa en actividades cotidianas permite no solo estimular el desarrollo de habilidades esenciales, sino también fortalecer su autoestima y estrechar nuestro vínculo con ellos. En nuestra casa, cada vez que me dicen: “Mami, ¿qué significa?”, mi respuesta es siempre la misma: “¿Qué crees tú que significa?”.