Los psicofármacos en la mochila: el currículum oculto de la salud mental universitaria en Chile
21.06.2025
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21.06.2025
Los autores de esta columna escrita para CIPER profundizan en la problemática de la automedicación de los universitarios para superar la ansiedad y las presiones de un ambiente competitivo y llenos de presiones familiares y sociales. Sostienen que «repensar la salud mental universitaria y la automedicación exige ir más allá de enfoques reduccionistas e individualizantes, habilitando discusiones públicas e investigativas que aborden los fenómenos como un entramado complejo de formas de afectación, modulación de malestares, potenciación de rendimientos, agencias y relacionalidades».
Imagen de portada: Raúl Zamora / Agencia Uno
Actualmente en nuestro país, hablar de salud mental se ha vuelto cada vez más frecuente en las universidades. El 2023 comenzó a discutirse en el Congreso nacional un proyecto de ley que busca establecer “un sistema de protección para estudiantes de educación superior que requieren cuidados en su salud mental”. Sin embargo, mientras el tema ha ido ganando terreno en los discursos institucionales y legislativos, hay prácticas más silenciosas y extendidas entre los propios estudiantes: la automedicación con psicofármacos. Los estudiantes toman ansiolíticos para calmar la ansiedad, psicoestimulantes para estudiar toda la noche y potenciar el rendimiento académico. Sin embargo, no estamos frente a un mero problema de consumo irresponsable, sino frente a un fenómeno profundamente ligado a cómo se experimenta la vida universitaria, en un escenario social donde predomina la idea de que cada quien es responsable de gestionar su malestar de manera individual.
En los últimos años, el fenómeno de la automedicación ha aumentado significativamente en nuestro país. Esta tendencia ha sido analizada a la luz de las reformas políticas y económicas iniciadas durante la dictadura y continuadas en la transición democrática, las cuales contribuyeron a consolidar un modelo de salud en el que la responsabilidad del bienestar recae principalmente en los individuos y sus familias. Este cambio cultural ha estado acompañado por la difusión de ideales de autonomía y autorregulación (Tironi & Aristía, 2003; Yopo, 2013), así como por una “farmaceutización” de la salud pública, donde el fármaco se convierte en sustituto de una atención médica integral. De este modo, los medicamentos se han transformado en una respuesta rápida a las exigencias del bienestar, la productividad y la gestión del malestar (Conrad, 2013; Busfield, 2017). Su acceso masivo, disponible no solo en farmacias sino también en mercados informales como ferias libres, internet y universidades, ha contribuido a normalizar su consumo y a promover una cultura de automedicación (Han, 2022), donde las personas —especialmente los jóvenes— recurren a los psicofármacos para afrontar el estrés y las presiones cotidianas.
Aunque estudios epidemiológicos y enfoques biopsicosociales reconocen el vínculo entre estas condiciones, el aumento de trastornos mentales y el uso de psicofármacos, persiste una tendencia a individualizar y naturalizar estos problemas, dejando de lado sus causas estructurales. La automedicación con psicofármacos adquiere una relevancia particular en el contexto universitario chileno, marcado por las exigencias de rendimiento, competitividad, autosuficiencia y la promesa (cada vez más desgastada) de movilidad social. En efecto, para muchos estudiantes, en especial para aquellos de contextos socioeconómicos desaventajados, la universidad es vivida como un espacio catalizador de ansiedad y que exige adaptación constante: no quedarse atrás, ser eficientes, estar bien y no fallar. Tomarse una pastilla para rendir, calmarse y seguir en la carrera, es una solución rápida y solidaria al ritmo universitario.
No obstante, el fenómeno de automedicación no se limita a un sector específico, sino que se presenta de forma amplia y heterogénea en distintas capas de la población estudiantil, aunque con matices según los objetivos buscados: mientras algunos estudiantes recurren a los psicofármacos para regular sus emociones y aliviar la angustia, otros los utilizan como herramienta para optimizar su desempeño académico y responder al imperativo de excelencia académica que predomina en algunas universidades y carreras. Este uso transversal de las “píldoras” evidencia el conflicto entre la creciente individualización de la salud y las expectativas sociales impuestas sobre los jóvenes universitarios, revelando una “tensión cultural” entre la responsabilidad personal sobre el bienestar y las exigencias del contexto. En este escenario, la automedicación funciona como una prótesis que permite ajustarse y responder a las exigencias universitarias, donde los/as estudiantes no solo enfrentan la presión de rendir y seguir el ritmo (tanto académico como social), sino también la de autogestionar su salud mental.
En caso de no complejizar el entendimiento del fenómeno, las universidades chilenas atravesadas por la lógica managerial que prioriza la eficiencia cuantificada de todos sus así como los denominados “índices de retención estudiantil”, corren el riesgo de hacer de la salud mental de los/as estudiantes un indicador más de su capacidad de adaptación. Asimismo, el fenómeno de la automedicación entre estudiantes universitarios/as no es preciso que sea comprendido únicamente como una problemática de consumo/abuso de sustancias sino, sobre todo, como un fenómeno relacional y una práctica socialmente construida, vinculada tanto a las dinámicas académico-institucionales como a las presiones y exigencias sociales. Esta perspectiva invita a repensar las políticas de bienestar estudiantil actualmente en discusión y los enfoques con los cuales se abordan la salud mental en el ámbito universitario, y reflexionar sobre la estrecha relación entre la sociedad chilena y los fármacos, evitando su reducción a un problema individual, reconociendo, en cambio, sus raíces estructurales y socioculturales.
Frente a esta realidad, es importante abrir un debate sobre salud mental y automedicación que considere el papel de las exigencias e ideales — éxito, excelencia, ascenso social, prestigio, etc.— que predominan en las universidades. Cuando hablamos de exigencias, no sólo nos referimos al rendimiento académico sino también al ajuste social y cultural demandado por un sistema de educación superior que, es fundamental recordar, continúa siendo altamente segregador (Villolobos y Quaresma, 2023). Esto invita a estudiar con mayor detención las particularidades, experiencias y razones de quienes se automedican, y reflexionar colectivamente sobre las experiencias de malestar en las universidades.
En este escenario, es urgente abrir una discusión pública, transdisciplinaria y situada. No se trata solo de “educar” en el uso racional de medicamentos, ni de aumentar la cobertura de atenciones psicológicas en el campus, sino de comprender cómo es que estudiantes de distintos orígenes terminan recurriendo a ellos. Repensar la salud mental universitaria y la automedicación exige ir más allá de enfoques reduccionistas e individualizantes, habilitando discusiones públicas e investigativas que aborden los fenómenos como un entramado complejo de formas de afectación, modulación de malestares, potenciación de rendimientos, agencias y relacionalidades. Escuchar las voces de quienes se automedican quizás permita abrir preguntas incómodas sobre las condiciones que hacen que un comprimido parezca, muchas veces, la única solución posible.