Que florezca la identidad: el We Tripantu que las escuelas necesitan
19.06.2025
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19.06.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER sostiene que implementar la asignatura de Lenguas y Culturas Originarias es una urgencia pedagógica y emocional para sanar, reconstruir vínculos e integrar la sabiduría ancestral en tiempos de crisis. Agrega que «esta celebración (el we tripantu) , bien guiada, puede convertirse en una poderosa herramienta para fortalecer la autoestima, la pertenencia y el respeto por la diversidad cultural de nuestro país».
Imagen de portada: Escuela Intercultural La Higuera, Región de Valparaíso
El 21 de junio es una noche mágica para algunos, misteriosa para otros y profundamente energética para quienes comprenden que la vida no se mide solo por el calendario. Es la noche más larga del año, marcada por el solsticio de invierno, momento en que el Sol alcanza su punto más bajo en el cielo, y desde donde comienza a renacer. En el hemisferio sur, esta fecha marca el inicio de un nuevo ciclo: es el We Tripantu, año nuevo del pueblo mapuche.
Para la mayoría de las antiguas culturas, el vínculo entre el ser humano y la naturaleza no era simbólico: era estructural y ontológico. El hombre y la tierra formaban un microcosmos que reflejaba los movimientos del cielo. El We Tripantu, en ese marco, no es solo una efeméride: es un cambio de ciclo de la vida, una renovación espiritual, un llamado a escuchar las fuerzas de la tierra y mirar hacia dentro e iniciar un nuevo viaje interior de la tierra. Representa el viaje al interior de uno mismo, a la parte más profunda del ser, donde se alojan nuestras sombras, pasiones, miedos y potenciales y con ello rectificando: implica purificar, corregir, trabajar sobre ese interior en un proceso de disciplina moral, filosófica y espiritual.
Desde esta perspectiva, ¿cómo no pensar que el sistema educativo chileno también necesita un We Tripantu? Una noche larga que nos haga detenernos. Un nuevo amanecer que nos obligue a mirar nuestras raíces, a reencontrarnos con lo que somos. Siendo ello una invitación al autoconocimiento, al examen constante, a la búsqueda de la verdad más allá de lo superficial.
Hoy, mientras enfrentamos una crisis profunda de salud mental en nuestras escuelas, con estudiantes ansiosos, desconectados y muchas veces perdidos en su identidad, se vuelve urgente mirar hacia la sabiduría de los pueblos originarios. No como folklore, sino como un camino. No como un solo contenido curricular, sino como acto de reparación emocional y pedagógica.
La implementación de la asignatura de Lengua y Cultura de los Pueblos Originarios Ancestrales, establecida en el Decreto Exento N.º 97 (MINEDUC, 2021), debiera ser leída en esta clave. No como una carga más para las escuelas, sino como una oportunidad didáctica de sanar.
Enseñar la lengua del territorio, conocer la cosmovisión, recorrer la historia de nuestros pueblos originarios no es un lujo: es una necesidad emocional para reconstruir el vínculo de nuestros niños y niñas con el sentido de pertenencia y trabajar su autoestima.
Este trabajo encuentra una alianza natural y estratégica con la asignatura de Orientación, cuyo propósito transversal es precisamente fortalecer la autoestima, el autoconocimiento, la autorregulación y el proyecto de vida de cada estudiante (MINEDUC, 2015).
Articular ambas asignaturas no solo es posible, sino en estos tiempos de una sociedad líquida es fundamental: ambas asignaturas pueden proveer el contenido cultural profundo, y la otra, las estrategias psicoeducativas para transformar ese contenido en identidad, seguridad y crecimiento personal.
Este enfoque no es solo un ideal: ya está siendo vivido con éxito por diversas comunidades escolares. Un ejemplo es el de la Escuela La Higuera (RBD 1322) de la comuna de Santa María, en la región de Valparaíso. Desde el año 2014, este establecimiento ha implementado de manera continua la asignatura de Lengua y Cultura de los Pueblos Originarios, en articulación con proyectos de identidad local, patrimonio y desarrollo socioemocional. A través de celebraciones del We Tripantu, la recuperación de la lengua, y el uso de metodologías vivenciales, la escuela y toda su comunidad educativa ha fortalecido el sentido de pertenencia, el respeto por la diversidad y los vínculos comunitarios.
Esta experiencia demuestra que, con compromiso directivo, apoyo docente y participación activa de las familias, la educación intercultural no solo es posible, sino profundamente transformadora.
Por ejemplo, al trabajar el concepto de “Che” definido como persona íntegra, ética y comunitaria en Lengua Indígena, se puede profundizar en Orientación a través de preguntas como: ¿quién soy?, ¿qué legado recibo de mi comunidad?, ¿qué valores me definen? Estas reflexiones fortalecen el autoconcepto desde un enfoque no individualista, sino comunitario y territorial, alineado con el sentir ancestral. Debiera ser el verdadero horizonte formativo del sistema educativo chileno. No formar solamente alumnos “funcionales” al mercado, sino formar “che”: personas integrales, espirituales, críticas y con sentido de sí mismas.
Así, también, se pueden diseñar proyectos conjuntos de aula: árboles genealógicos culturales, relatos autobiográficos vinculados al territorio, mapeos de identidad, o incluso ceremonias escolares de We Tripantu que integren lo emocional, lo pedagógico y lo espiritual. Todo esto fortalece la autoestima desde una perspectiva no solo psicológica, sino también histórica y cultural.
En este proceso, la figura de la Machi adquiere especial relevancia. Ella no es solo guía espiritual, es también una educadora del alma, una terapeuta del territorio. Su rol marginalizado por siglos dentro de nuestra historia republicana nos recuerda que educar no es solo transmitir contenidos, sino acompañar procesos de sanación, identidad y comunidad.
Pero esto solo será posible si dejamos de banalizar esta asignatura y si el Estado entrega condiciones reales: formación docente intercultural, financiamiento para contratar educadores tradicionales y machi, materiales adecuados, acompañamiento territorial. Sin estos apoyos, esta política corre el riesgo de ser otra promesa vacía.
El We Tripantu nos recuerda que todo lo que parece morir, en realidad está esperando para renacer. Quizás ha llegado la hora de que también la escuela renazca. Y para eso, tenemos que volver a la tierra, al río, al canto, a nuestros abuelos.
En este marco, una invitación a todas las comunidades educativas del país: Escuelas, liceos, jardines infantiles, centros de educación de adultos y universidades a realizar la actividad de conmemoración del We Tripantu, tal como se indica en el Calendario Escolar Nacional del Ministerio de Educación, no como una formalidad simbólica, sino como una acción pedagógica, emocional y cultural que permite reencontrarnos con la tierra, con la comunidad y con nosotros mismos. Esta celebración, bien guiada, puede convertirse en una poderosa herramienta para fortalecer la autoestima, la pertenencia y el respeto por la diversidad cultural de nuestro país.
Que el We Tripantu no sea solo una efeméride más, sino un acto educativo con sentido, donde los niños y niñas reconozcan que la tierra también habla, que sus abuelos también enseñan, y que su cultura también es digna de ser celebrada. En estos tiempos invadidos por redes sociales, algoritmos y relaciones líquidas, construir identidad no es un lujo: es una urgencia educativa. Y construir identidad es también educar el corazón.
«Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias»
Eduardo Galeano