La política aún se valora: se necesita más política, pero otra política
14.11.2025
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14.11.2025
El autor de esta columna revela los datos de un estudio en sectores vulnerables cuyas conclusiones son que si bien hay una crítica al mundo político, por otro lado hay una altga valoración a la política. Sostiene que «el llamado de alerta hoy, en período de campaña, es a abandonar el cortoplacismo y proyectarse en el tiempo, no sólo a la segunda vuelta, ni tampoco al próximo periodo de gobierno, sino más allá, a la sostenibilidad de la actividad política democrática, a construir acuerdos, configurar relatos y a ejecutar acciones que hagan sentido a la población: un orden posible, que se configura con legitimidad, que atiende a los problemas sociales y que también proyecta la sociedad deseada».
Créditos de portada: Agencia Uno
En tiempos electorales y de campañas políticas, el debate público y la conversación social promovida por los medios de comunicación ponen en el centro a los políticos, sus discursos, sus propuestas/promesas y sus discusiones. La centralidad que adquieren en tanto “ejecutores” de la política es abrumadora, tanto por la sobreexposición mediática como por el alcance que logran sus afirmaciones.
A contrapelo de dicho protagonismo, consistentemente los estudios evidencian que la población del país tiene poca confianza en los actores políticos y en las instituciones.
Si bien los datos podrían encaminar una interpretación en el sentido de una despolitización y de una cada vez menor valoración de la política, lo cierto es que las aproximaciones que profundizan en el fenómeno encuentran una desidentificación y un desapego , pero no necesariamente una despolitización.
En esa misma línea, nuestros últimos hallazgos, tras un levantamiento cualitativo con 96 entrevistas en profundidad en sectores con elevados niveles de pobreza de distintas comunas del país (FONDECYT 1240294), nos permiten sostener que la política es comprendida a partir de dos dimensiones y que, si bien en una de ellas hay fuertes cuestionamientos, en la otra aún opera una valoración positiva.
Por un lado, existe una importante conciencia en las personas de la importancia de la política. A diferencia de la caricatura construida de manera simplificada en torno al “no me importa la política, porque mañana tengo que ir a trabajar igual”, se observa un reconocimiento de que la política como dimensión social y actividad pública es necesaria, pues es la que permite otorgar un cierto orden y hace posible gestionar lo colectivo. Es en el espacio de la política donde se pueden alcanzar acuerdos orientados a resolver los problemas sociales y las necesidades de la gente. Esto, se afirma, es como debiera ser la política. Hay en el relato de las personas una referencia al potencial que sigue existiendo en ella.
Por otro lado, sin embargo, hay rechazo y frustración respecto de quienes la ejercen, de quienes están mandatados a realizarla (los políticos). Es en el plano concreto, de las prácticas observadas de ejercicio de la política, donde los significados se transforman y aparece una contraposición entre la idea de bien común y la práctica concreta de búsqueda de beneficio personal; entre la idea de logro de acuerdos y la práctica concreta de divisiones y conflictos; entre la idea de actuar motivado por la preocupación de resolver los problemas de la población, y la práctica basada en ganarle al adversario para tener más poder.
En esta bifurcación de significados, abordada muchas veces en el estudio de la política en términos de ideal vs realidad, es decir, el carácter normativo y la realpolitik, es donde se juega su legitimidad. Si los actores políticos no se esfuerzan más por acercar a la realidad aquellas nociones ideales compartidas sobre lo que debería ser y hacer la política, es muy difícil que ésta convoque, involucre y genere compromiso ciudadano.
Esto no debe interpretarse en el sentido de que entonces sólo se debe prometer lo ideal o, al revés, se deben ofrecer sólo acciones concretas para problemas específicos. Frente a lo primero, lo ideal debería verse como un horizonte al cual se dirigen los esfuerzos de acción, una orientación que dicta lo esperable y que facilita poner elementos en común, donde las nociones de bien común y bienestar social son guía para la acción. Frente a lo segundo, siendo indispensable la búsqueda de soluciones a los problemas cotidianos de las personas, estas deberían ser, básicamente, realizables y consistentes con una visión general. Es decir, no hacer promesas que se sabe que no se pueden cumplir, porque eso alimenta la sensación de ineficacia de los políticos; y prometer un conjunto de cosas que hagan sentido, no la “lista de supermercado”, sino acciones que forman parte de un proyecto.
El llamado de alerta hoy, en período de campaña, es a abandonar el cortoplacismo y proyectarse en el tiempo, no sólo a la segunda vuelta, ni tampoco al próximo periodo de gobierno, sino más allá, a la sostenibilidad de la actividad política democrática, a construir acuerdos, configurar relatos y a ejecutar acciones que hagan sentido a la población: un orden posible, que se configura con legitimidad, que atiende a los problemas sociales y que también proyecta la sociedad deseada.