El auge de la ultraderecha y la encrucijada de la derecha convencional en Chile ad portas de las elecciones de 2025
10.11.2025
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10.11.2025
Esta columna forma parte del proyecto Análisis de las Elecciones 2025, desarrollado por el Núcleo Milenio para el Estudio de la Política, Opinión Pública y Medios en Chile (MEPOP), que aglutina a académicos de distintas universidades. En este texto, sus autores hacen un detalle del impacto de la ultraderecha, pero especialmente en el mundo de la derecha, analizando los cambios que ha gatillado y proyectando los dilemas que le plantea. Sostienen que «el crecimiento de la ultraderecha no amenaza a la democracia desde afuera, sino que la tienta desde adentro. La derecha tradicional enfrenta un dilema que es menos electoral que civilizatorio: elegir entre adaptarse al malestar o sostener la norma democrática que la contiene. El desenlace no dirá solo quién gobierna, sino qué se entenderá por democracia cuando lo haga».
Créditos de portada: Carolina Reyes / Agencia Uno
El rasgo articulador de proyectos “ultra” es el autoritarismo entendido como disposición psicosocial y “manera de ver el mundo”, más que como una ideología cerrada. En la lógica de la politóloga australiana Karen Stenner (2005), esta predisposición prioriza el orden normativo, la conformidad y la homogeneidad moral, y se activa frente a percepciones de amenaza o desorden. Esa activación opera como mecanismo central que selecciona y jerarquiza “otros” (out-groups) de modo variable según contexto y liderazgo, justificando soluciones punitivas, restricciones a derechos y la normalización de la coerción cuando se estima que la cohesión está en riesgo. Aunque esta disposición no es intrínsecamente “de derechas” —existe evidencia de expresiones autoritarias en la izquierda—, en el Chile contemporáneo su manifestación más saliente se observa en proyectos de derecha.
En Chile, las exclusiones que se manifiestan así:
En conjunto, estas exclusiones no buscan derrocar el régimen democrático, sino estrecharlo desde dentro: preservan la competencia electoral mientras redefinen pertenencias, condicionan el acceso pleno a derechos a la conformidad cívico-moral y elevan el valor justificatorio del orden como principio rector (Varios autores hablan de esto, como Cas Mudde, Rovira Kaltwasser; Halikiopoulou; Camila Díaz; Stenner). Estudios recientes muestran que el iliberalismo de la ultraderecha se concentra abrumadoramente en el pilar de contestation (medios/alternativa informativa, controles y Estado de derecho, pluralismo/oposición), mientras que los movimientos en participation son selectivos y secundarios en el agregado. Estos hallazgos sugieren que la ultraderecha traduce ideas liberales —libertad de expresión, neutralidad ideológica del Estado, imperio de la ley, soberanía popular— en justificaciones para estrechar la contestación: blindar discursos excluyentes y disciplinar el ecosistema informativo; vaciar políticas de reconocimiento; ampliar la coerción frente a protesta; y subordinar controles/judicatura presentándolos como élites no electas. Con ello, se preserva la forma electoral mientras se reduce la densidad pluralista y los umbrales de tolerancia al disenso.
Otro aspecto relevante que nos da una idea de la relación de la ultraderecha chilena con el régimen democrático es su relación con el pasado autoritario. En términos generales se ha observado que la ultraderecha es capaz de activar sentimientos de nostalgia autoritaria y malestares ante el cambio social en algunos sectores del electorado (como indican Luca Manucci y Steven Van Hauwaert). Votantes que antes veían en la UDI “la derecha más derecha”, hoy podrían encontrar una oferta más acorde a sus preferencias en el Partido Republicano y el Partido Nacional Libertario.
“Fui amigo de Jaime Guzmán (…) Si Jaime estuviera vivo, yo estaría en la UDI”. Con estas palabras, el 20 de octubre de 2025, José Antonio Kast respondió a la acusación de que el Partido Republicano estaría apropiándose del legado gremialista.
A diferencia de otros casos latinoamericanos donde la ultraderecha emerge como outsider (Milei, Bolsonaro), el Partido Republicano nace desde el tronco histórico de la UDI, reivindicando la cercanía con el régimen militar y los valores fundacionales del partido. La ruptura se explica por un diagnóstico compartido por Kast y su sector: la UDI se habría sobreadaptado al centro, aceptando políticas redistributivas, derechos sexuales y reproductivos y reformas institucionales que, según ellos, alteraron la identidad original del partido. De ahí la idea de que era necesario “volver a los principios” mediante la creación de una nueva fuerza política.
La irrupción simultánea del Partido Republicano y del Partido Nacional Libertario reconfigura la competencia a la derecha de la derecha convencional. Republicanos disputa memoria y orden; los libertarios, el modelo económico, la primacía de ciertas libertades y un anti-globalismo más frontal. Ambas ofertas se alinean mejor con demandas de mano dura, antiprogresismo y malestar antipolítico, presionando crecientemente a UDI y RN.
A ello se suma un giro reputacional: valores antes costosos —como la reivindicación del legado dictatorial— hoy pueden capitalizarse electoralmente. La nostalgia autoritaria ya no queda confinada a núcleos duros; conecta con electores que priorizan seguridad, disciplina y jerarquía. En consecuencia, los votantes conservadores encuentran alternativas más “auténticas” en Republicanos o más “combativas” en el Partido Nacional Libertario, y Chile Vamos ha perdido control de su flanco derecho al menos desde 2021.
De ahí emerge un dilema: contener a la ultraderecha y arriesgar costos electorales por fuga de votos; o converger hacia su marco y asumir costos democráticos al bajar umbrales y normalizar agendas iliberales. Esta tensión se agudiza en segunda vuelta y con un Congreso fragmentado, donde el apoyo cruzado se vuelve moneda de cambio y la cuestión ya no es solo si habrá unidad, sino a qué precio. En paralelo, Evópoli, que surge como escisión hacia el centro liberal-reformista, no convirtió ese perfil en tracción electoral sostenida y se ha replegado en seguridad/orden para no quedar fuera del eje dominante. RN oscila entre preservar su identidad de “derecha democrática” —con riesgo de fuga por derecha— y endurecer posiciones —con riesgo de diluir su diferencial—. La UDI, por su parte, disputa la propiedad simbólica del legado gremialista, mientras Republicanos lo reclama con mayor convicción. En suma, Chile Vamos debe elegir entre perder votos para sostener estándares o ganarlos al costo de normalizar una agenda iliberal.
La tensión no es sólo ideológica, mas se escenifica en decisiones visibles de campaña: qué decir y qué callar, y con quién (o no) aparecer. La “foto” de segunda vuelta condensó la lógica del momento: Evópoli, RN y UDI evitaron cerrar puertas a Republicanos aún en primera vuelta, ante la posibilidad de requerir su apoyo. Los intentos de “cordón sanitario” se diluyeron y la derecha convencional moderó críticas en seguridad y orden, acercándose a posiciones que antes habría rechazado; la imagen de unidad operó menos como prueba de coalición que como señal de umbrales negociables.
La agenda que se desplaza ofrece la segunda escena. El eje programático dejó de ser economía/redistribución para centrarse en seguridad y malestar cultural. Republicanos fijó el marco discursivo y Chile Vamos acompañó: UDI y RN endurecieron sus posiciones en control del delito y fronteras; Evópoli silenció su perfil liberal en asuntos de género y educación para evitar aislamiento. La ventana de lo decible se corrió hacia la derecha, estrechando el espacio para una derecha democrática que conjugue orden con pluralismo.
La memoria como disputa electoral completa el cuadro. El pasado dejó de ser “tema de museo” para volverse recurso competitivo: Republicanos actualiza la apología del orden autoritario y la deslegitimación del progresismo en clave contemporánea; la UDI se defiende de la acusación de traicionar su origen sin poder desmarcarse del todo; RN evita el debate sobre memoria militar, pero compite por votantes que revaloran ese pasado. La pregunta por “qué haría hoy Jaime Guzmán” funciona como prueba performativa de autoridad interpretativa: delimita quién está autorizado a hablar por la derecha.
En conclusión, el crecimiento de la ultraderecha no amenaza a la democracia desde afuera, sino que la tienta desde adentro. La derecha tradicional enfrenta un dilema que es menos electoral que civilizatorio: elegir entre adaptarse al malestar o sostener la norma democrática que la contiene. El desenlace no dirá solo quién gobierna, sino qué se entenderá por democracia cuando lo haga.
Este texto forma parte del proyecto Análisis de las Elecciones 2025, desarrollado por el Núcleo Milenio para el Estudio de la Política, Opinión Pública y Medios en Chile (MEPOP). Este centro de investigación interdisciplinar es apoyado por la Iniciativa Científica Milenio (ANID-NCS2024_007).
Puedes leerlo con sus referencias completas y otros textos en este link.