Patio activo, aula pendiente: la formación que debemos a los y las profes de Educación Física
25.10.2025
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25.10.2025
El autor de esta columna indica que la norma de 60 minutos diarios obligatorios de actividad física en los colegios solo tendrá el efecto buscado si cambia la metodología de enseñanza de la actividad física. Sostiene que «la Educación Física debe alfabetizar. Los colegios han de proteger tiempos para que los profesores observen, planifiquen y evalúen; la política pública, exigir evidencia de aprendizaje más que conteo de minutos. La escuela debe enseñar; el gimnasio y el club, entrenar; y el bailar ha de ser espontáneo, no una coreografía solo para Fiestas Patrias. Que la gente quiera y sepa moverse y expresarse corporalmente, ese es el desafío».
Créditos de portada: Magaly Visedo / Agencia Uno
El plan de 60 minutos diarios de actividad física avanzó satisfactoriamente, será ley. Esta es una señal política clara: moverse importa. En un país que suele dejar el cuerpo para el final, que el sistema escolar reserve tiempo cotidiano para jugar, moverse y “sudar” es muy positivo. Sin embargo, solo tendrá impacto si, dentro del aula (Cancha/Patio), dejamos el cronómetro y adoptamos una brújula didáctica.
Los beneficios de aumentar la práctica regular de actividad física están fuera de discusión: mejor salud cardiovascular y metabólica, apoyo a la salud mental, mejor atención y regulación emocional, sueño más reparador y vínculos sociales fortalecidos; en lo deportivo, se amplían los repertorios motores, se aprende a decidir bajo presión y a tolerar la frustración; en lo humano, aparece comunidad: equipos que se cuidan y grupos que se organizan en torno a objetivos compartidos. Sin embargo, conviene hacer una pregunta incómoda: ¿cómo impactará este plan en las conductas de los futuros adultos? ¿Hacer más es aprender más?
Tras 12 años de escolaridad, clases de Educación Física y múltiples talleres extracurriculares, seguimos viendo tasas altas de sedentarismo y mucha inactividad en la adultez. Aun con ese panorama, la práctica de actividad física en adultos ha aumentado levemente, pero también lo han hecho las lesiones y, más grave, algunos eventos cardiacos vinculados a ejercicio mal prescrito o mal controlado; y mientras un grupo intenta moverse sin criterio, otro simplemente no se mueve y come peor (ultraprocesados, porciones desreguladas y nula lectura de etiquetas).
Son fenómenos multifactoriales, sí, pero si la escuela enseñara con efectividad el conocimiento del cuerpo, la ejecución correcta, la dosificación básica, el control del esfuerzo y hábitos de vida (planificación del movimiento + alimentación informada), esos riesgos deberían bajar y los beneficios consolidarse. Hoy, demasiadas veces, la Educación Física no alfabetiza: unos se lesionan por hacerlo mal y otros desisten antes de empezar. Y no es un problema de falta de marco: el Currículum Nacional de Educación Física indica que el estudiantado debe manejar intensidad y volumen, conocer técnicas de ejecución seguras, controlar la carga y evaluar su progreso (no necesariamente en kilos de peso corporal); esa es la diferencia entre hacer y aprender a sostener lo que se hace. Tampoco es culpa de los profesores y profesoras de Educación Física: la mayoría enseña como le enseñaron, con las herramientas que la universidad entregó y el tiempo no lectivo que el sistema permite. El problema no es de voluntad individual, sino de formación y diseño. Si queremos otros resultados, se necesita otra manera de enseñar a enseñar.
Como se indicó anteriormente, si se quieren resultados distintos, se necesita otra formación. Y la evidencia cotidiana está a la vista cuando se mira a la adultez promedio y se hacen tres preguntas simples: ¿sabe usted calcular y para qué sirve su frecuencia cardiaca de trabajo? ¿Sabe usted regular el volumen e intensidad y seleccionar ejercicios acordes a su objetivo y condición? ¿Sabe medir su frecuencia cardiaca de reposo y leerla como indicador básico de mejora? Un adulto que pasó por el sistema escolar chileno, y que aprobó la asignatura de Educación Física, debería poder responder satisfactoriamente. No por capricho, sino porque esta información está en el Currículum Nacional. Y, sin embargo, demasiadas veces la experiencia escolar nos demuestra que las actividades de la clase de Educación Física se reducen a ejecutar: correr vueltas, memorizar gestos y repetir secuencias. Un catálogo de esfuerzos sin alfabetización corporal que no está permitiendo la autogestión más allá de la nota.
Aquí aparece el nudo de la política: un patio más activo no corrige un aula pendiente. Sumar minutos sin fortalecer la didáctica es duplicar algo que no está siendo efectivo. El plan paralelo de los 60 minutos puede ser un acelerador formidable si y solo si se eleva la formación docente para que la asignatura enseñe lo que el patio no puede: criterio para dosificar, evaluar y cuidarse; hábitos que persistan cuando no haya timbre para el recreo; un lenguaje común para leer el cuerpo y el esfuerzo. Esto exige mirar la universidad. Mientras se siga poblando mallas con una formación tecnicista y deportivista, donde se aprende antes la técnica del deporte que cómo enseñar conceptos, fortalecer conductas y promover hábitos sostenibles, buscando ampliar salidas laborales a los estudiantes de Educación Física fuera del campo escolar como en gimnasios y clubes deportivos, formándolos deficientemente como si además fueran entrenadores sin aprender toda la basta gama de información que un entrenador en formación debe aprender, repetiremos la historia: escolares (futuros adultos) que hacen, pero no aprenden.
Se declara “formación integral”, pero falta didáctica. Enseñar, por ejemplo, cómo se evalúa el esfuerzo percibido, cómo se construyen progresiones seguras, cómo diferenciar por niveles, cómo asegurar la inclusión real, cómo dar feedback que enseñe a autogestionar la práctica; entre tantas otras habilidades necesarias para un buen profesional de la educación.
Se necesita que las universidades establezcan criterios unificados de formación docente para la educación, evitando ambigüedades, que los procesos de acreditación ponderen con más peso, que el currículum del cuerpo académico esté realmente ligado a Educación Física para enseñar deporte, motricidad y vida activa entre otros, y no hegemonizado por la especialidad de entrenamiento deportivo. ¿Cuántos estudiantes de la carrera critican a sus profesores que no les enseñan el deporte sino que se les hace entrenar? Por esto mismo, es importante que las universidades seleccionen con rigor a quienes imparten docencia, y que se transversalice en todas las asignaturas de la carrera el modo en que el Currículum Nacional está involucrado: aprendizajes, didáctica, metodología y evaluación como eje, y los “sellos” institucionales deben verse como un complemento de la formación y no como eje fundamental.
La prueba END (Evaluación Nacional Docente) debe ser una brújula real y activa desde primer año, orientando decisiones de malla, práctica y evaluación. Y, desde el ingreso de los y las estudiantes, el mensaje debe ser nítido: se forman profesores y profesoras para el campo escolar; no “organizadores de actividad física”, ni “preparadores físicos”, ni “entrenadores”. En algunas instituciones ya estamos avanzando en esta dirección: priorizamos la combinación de un componente pedagógico robusto con ciencia e investigación para formar profesoras y profesores críticos de su propio actuar, capaces de implementar una Educación Física responsable, centrada en enseñar y con aprendizajes que perduren en el tiempo. Así garantizamos que el mayor tiempo para moverse también signifique mayor calidad en su uso.
Menos culto a la ejecución dentro del horario de clases y más sentido para que, fuera de él, niños y niñas aprendan a moverse por cuenta propia: que el tiempo libre se use bien gracias a lo aprendido en Educación Física, del mismo modo que en Lenguaje se aprende a leer para leer en casa. La Educación Física debe alfabetizar. Los colegios han de proteger tiempos para que los profesores observen, planifiquen y evalúen; la política pública, exigir evidencia de aprendizaje más que conteo de minutos. La escuela debe enseñar; el gimnasio y el club, entrenar; y el bailar ha de ser espontáneo, no una coreografía solo para Fiestas Patrias. Que la gente quiera y sepa moverse y expresarse corporalmente, ese es el desafío.