Pedalear por Chile
24.10.2025
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24.10.2025
Señor Director:
Tengo 26 años y estoy viviendo mi primer Campeonato Mundial de Ciclismo de Pista. No en cualquier parte, sino que en casa, en el mismo velódromo donde aprendí a caer, a pararme, a corregir mi línea. Detrás de este uniforme hay semanas de afinación y años de trabajo invisible, de madrugadas, series que queman, videoanálisis, correcciones que duelen más en el orgullo que en el cuerpo. Cada pedaleo tiene un precio y un propósito.
Este año tuve mi primer roce europeo y fue una experiencia dura. Europa te muestra tu medida con frialdad milimétrica, con los tiempos, los watts, las distancias. Pero también te enseña lo que ya tienes y no sabías, como la convicción, la resistencia, una obstinación que no se ve en los cronómetros. Ahí entendí que el talento no basta, que en el ciclismo, como en la vida, se avanza más por cabeza que por piernas.
Llegar hasta acá no fue fácil. A comienzos de año mi hermano menor estuvo hospitalizado, intubado, al borde de la muerte. Entraba a la pista con un nudo en la garganta, pidiendo que resistiera. Él me dio una lección silenciosa, que la fortaleza también se entrena. Cuando lo vi recuperarse, supe que no tenía derecho a rendirme. Desde entonces pedaleo por él, por nosotras y nosotros, por cada persona que empuja aunque el viento esté en contra.
Representar a Chile en todas las pruebas de un Mundial es un hecho histórico. No lo digo por ego, lo digo porque, durante décadas, el ciclismo femenino chileno apenas tuvo espacio para respirar. Estar en la línea de partida ya es una declaración de decirle al mundo que el deporte de mujeres existe, que entrenamos con las mismas ganas, que también soñamos con subirnos al podio y escuchar el himno.
Mis pruebas favoritas, las de eliminación y ómnium, exigen pensar a alta velocidad. No basta con tener piernas. Hay que leer al rival, calcular, decidir, resistir, volver a intentarlo, y eso quizá sea la metáfora perfecta de lo que somos: un país que avanza, que cae y vuelve a subirse a la bicicleta.
Pero nadie llega sola, menos yo. Detrás de cada medalla, y también detrás de cada derrota, hay una red invisible. Mi entrenador Miguel Burgos, mi psicóloga, mi nutricionista, mi masajista y mi pololo Rodrigo (Aedo), que ya vivió su propio Mundial en el balonmano. Cuando quise bajar los brazos, me recordaron que los procesos valen más que un resultado. Que el cuerpo también se entrena para soportar la frustración.
Ver el Velódromo de Peñalolén lleno me emociona. Niñas y niños con poleras blancas y rojas, colegios alentando, familias completas en las graderías. Yo también empecé así: mirando desde afuera, soñando con una vuelta más, creyendo que un día me tocaría. Ahora, cuando levanto la vista y veo a esas niñas, entiendo que somos parte de algo más grande: una generación que abre camino a la que viene.
Este Mundial no es solo una competencia, es una prueba de país. Detrás de cada delegación hay recursos, políticas deportivas, estructuras de apoyo. Nosotros tenemos talento y una pasión enorme, pero aún nos falta infraestructura, planificación y una cultura que entienda el deporte como derecho, no como espectáculo ocasional. Cuando se apaguen las luces del velódromo, lo que queda es la pregunta por el legado.
Por eso agradezco que hayan venido temprano, que aplaudan, que celebren cada vuelta. Pase lo que pase en el reloj, Chile ya ganó, porque está en cada prueba, en la pista y en el corazón de la gente. Este Mundial nos recuerda que el esfuerzo colectivo también puede ser una forma de belleza.
Cuando termine, vendrán los Juegos Bolivarianos y el Nacional de Pista. Paso a paso. Hoy me toca competir, disfrutar y honrar esta camiseta. Si una niña me ve girar y decide que quiere intentarlo, ya habremos ganado. Porque Chile está pedaleando su futuro y yo quiero seguir empujando ese impulso, metro a metro, vuelta a vuelta, hasta que no quede duda de que también sabemos llegar lejos.