¿Sólo la medicina tiene la facultad sobre la Eutanasia?
02.10.2025
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02.10.2025
Señor Director:
En la apertura de la Feria del Libro de Santiago de 1998, Nicanor Parra, con la lucidez que lo caracterizaba, hacía una reinterpretación de Hamlet de Shakespeare:
“Ser o no ser, he ahí el dilema / ¿qué será preferible? me pregunto, soportar los caprichos del destino funesto o revelarse con ese mar de tribulaciones o terminar con ellas para siempre/ morir, dormir nomás / y por así decir con un sueño, poner fin a las cuitas del corazón…”.
Como sabemos, esta primavera nos ha encontrado con el fruto del trabajo de meses de un proyecto de ley sobre eutanasia y, con ello, el surgimiento de un debate cuyo permiso para hablar -y escuchar- se ha concentrado en facultades de Medicina de varias universidades de nuestro país. Parece no haber ninguna otra voz legítima para soplar un nudo que se aprieta en el juramento hipocrático —ahora que lo recordamos— y en el acceso a las tecnologías biomédicas.
Un asunto de esta índole, y tal como ha sido tratado en la legislación, requiere ser soplado con la delicadeza que ofrece la reflexión diversa que incluye incluso a la poesía y la literatura, pasando por el arco de las humanidades y las ciencias sociales: la filosofía, la historia, la antropología, la sociología, el derecho, el trabajo social y la psicología. Decimos aquí, en síntesis, a estas disciplinas, y por cierto, a la comunidad civil y la experiencia vivida.
Existió un lugar y un tiempo para las humanidades médicas, en los que la enfermedad y el sufrimiento, la vida y la muerte, dieron lugar a la reflexión filosófica, a la consideración de las partes (los órganos) en un todo (lo humano), y a la búsqueda desde la sanación a la persecución del cuidado y la dignidad. Es por esto que las humanidades médicas no son propiedad exclusiva de la medicina ni de profesionales de la salud. Es un lugar de perspectivas y saberes que contribuyen al resguardo del bienestar desde el inicio hasta el final de la vida, curso vital que excede las obstinaciones y que se rinde a los requerimientos de los cuerpos y sus espíritus, voluntades y conciencias, y la dignidad que incluye, no hay duda, el hecho ineludible de la muerte.
Así, creemos que las humanidades médicas debiesen contemplar y abrazar el hecho de que las decisiones sobre el final de la vida se inscriben en contextos históricos, culturales y comunitarios, en los que se negocian valores como la dignidad, la compasión y la justicia social. De ahí que el debate sobre la eutanasia sea un campo donde convergen múltiples discursos —éticos, jurídicos, poéticos, religiosos, médicos y sociales—, a veces en disputa, pero que, con todo, demandan un diálogo para garantizar que las decisiones no recaigan solo en la hegemonía de una disciplina, sino que respondan —insistimos— a la complejidad de lo humano.
Es irrebatible que el cuerpo no es una máquina compuesta de órganos; no es una interfaz funcional que debe mantenerse operativa u optimizable. Como planteó Sigmund Freud, el cuerpo, cada uno de nuestros cuerpos, no es meramente un hecho biológico, sino, principalmente, una narración, un entramado de significados.
Nos preguntamos, no con cierta retórica, ¿Quién debería comandar la vida, cuando vacila la voluntad? ¿Quién debería gobernar el cuerpo cuando el dolor irrumpe de un modo intolerable? ¿Cuáles son los límites éticos y políticos de una disciplina que promete prolongar, incluso sostener, la existencia siguiendo como únicos e incuestionables sus principios y su supuesta facultad?