Descentralizar para crecer: por qué las regiones deben fijar su propio rumbo
25.09.2025
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25.09.2025
En esta segunda entrega, parte de la serie de columnas sobre descentralización (ver aquí la primera columna), el autor advierte que el país no puede seguir creciendo a ciegas. Con la elección de gobernadores, sostiene, cada territorio debe trazar su propia hoja de ruta productiva y social, integrando innovación, equidad y visión de largo plazo para construir un futuro común más sostenible. Se pregunta: ¿acaso la gente de regiones no sabe lo que quiere y lo que le conviene?
Créditos imagen de portada: Francisca Muñoz / Agencia Uno
Si bien el debate nacional sobre crecimiento económico ignora totalmente la existencia de las regiones, con la elección democrática de los gobernadores, cada región va a tener que definir y optimizar su ritmo de crecimiento. Una responsabilidad crucial que será ahora responsabilidad de las autoridades regionales: gobernador y CORE (Consejo Regional).
Si tomamos en serio lo que la descentralización implica, el debate sobre el crecimiento a nivel regional tendría que ser más focalizado y más concreto que el debate observado a nivel nacional. Más aún, importa mucho tener una visión de largo plazo, lo que implica la elaboración de una Estrategia Regional de Desarrollo (ERD).
En las líneas que siguen examinaremos brevemente las diferencias conceptuales que existen entre crecimiento económico y estrategia de desarrollo.
Si bien están estrechamente interrelacionados, ya que ambos buscan mejorar las condiciones materiales de vida de una sociedad, sus semejanzas fundamentales radican en los siguientes aspectos:
Pese a esta interrelación, el crecimiento económico y las estrategias de desarrollo tienen diferencias conceptuales profundas:
La estrategia de desarrollo implica una planificación y articulación de políticas para transformar estructuralmente la economía y la sociedad. Sus factores clave incluyen: procesos de transformación estructural, diversificación productiva, desarrollo territorial y equidad social, reducción de desigualdades regionales y sociales, instituciones inclusivas y participativas, sostenibilidad ambiental; educación e innovación.
El actual debate sobre el crecimiento económico en Chile omite casi por completo la dimensión regional y se restringe a:
(i) Reiterar todo el tiempo que “el crecimiento económico es prioritario y muy importante”.
(ii) Como las empresas privadas son los agentes dedicados a la producción, la política económica debería estar orientada a no interferir o no poner trabas al quehacer de las empresas. Tributación, permisos y regulación son obstáculos y obstrucciones que enfrentan las empresas. Luego, políticas ideales para estimular la inversión de las empresas consistirían en minimizar la tributación y simplificar al máximo (¡¡¡eliminar!!!) la regulación y tramitación administrativa.
(iii) “Certeza jurídica” del siglo XX . No es posible en el mundo actual en que hay “incertidumbre global”.
(iv) Un crecimiento del 2 % es poco, mejor crecer al 4%. Obvio, ¿pero cómo? Aumentando la productividad, aunque es realmente un misterio cómo hacerlo.
Aquí las respuestas se tornan difusas e incompletas. Hace algunos años un economista de apellido compuesto publicó un libro con “95 propuestas para un Chile mejor”; recientemente cuatro destacados economistas suscribieron un pacto de desarrollo planteando “13 verdades incómodas” para crecer; y, por su parte, otro grupo de 17 economistas sugieren un “Puente” para reactivar el crecimiento. Todas estas propuestas adolecen de cuatro problemas distintos:
(1) Falta la perspectiva de un país llamado Chile, constituido por regiones heterogéneas.
(2) Inexistencia de narrativa, inclusión y discusión de los tópicos relevantes para nuestro desarrollo económico.
(3) Ausencia de una visión de futuro. Esto, mientras otros países formulan estrategias de desarrollo de largo plazo. Como dijo Peter Drucker: “La mejor manera de predecir el futuro es construirlo”. En Chile, en cambio, predomina el cortoplacismo.
(4) ¿Por qué no hay una visión de futuro? Porque sigue vigente el fundamentalismo de mercado: la creencia de que el Estado debe abstenerse de intervenir en la orientación productiva, ignorando que las economías exitosas del sudeste asiático sí lo hicieron, apostando por sectores estratégicos (picking winners o making winners).
Así, la necesidad de una visión de futuro ha sido sustituida por una confianza ciega en el libre mercado como brújula. Cada agente económico toma decisiones aisladas, dejando que la agregación de esas decisiones individuales genere crecimiento. Pero este enfoque ha impedido formular una “visión país”, un proyecto colectivo de largo plazo. Es como si navegáramos en el Titanic sin brújula ni mapas, con cada pasajero manejando su propio timón. Esto contrasta con la noción que la suma de decisiones individuales egoístas lleva al bienestar general, como lo planteó Adam Smith en 1776, y que aún se enseña. Margaret Thatcher lo resumía así: “La sociedad no existe, solo hay personas”. ¿Realmente no hemos aprendido nada más útil en 250 años?
A nivel regional, el debate sobre crecimiento económico es diferente y debe ser más concreto. Cada región tendrá que definir y liderar su propio ritmo de desarrollo. Esto implica asumir responsabilidades a partir de las autoridades regionales —gobernadores y CORE— y plantear una estrategia basada en problemáticas locales:
Estas interrogantes deben materializarse en una Estrategia Regional de Desarrollo (ERD), que actúe como carta de navegación. La ERD es una radiografía del presente y un diseño de escenarios futuros. Define objetivos, identifica obstáculos y establece prioridades de inversión a largo plazo.
Su implementación recae en una “cuádruple alianza regional”: gobiernos regionales, sector productivo, universidades y centros de formación técnica, y sociedad civil organizada. Esta alianza es más factible a nivel regional, donde los actores se conocen, tienen intereses comunes, perciben mejor los beneficios de las iniciativas conjuntas y saben que van a convivir ahí los próximos 50 años
La ERD asume explícitamente que las exportaciones son el motor de crecimiento. Ya no se trata de producir para Santiago, sino de integrarse al mundo global.
Cada región cuenta con ventajas comparativas específicas, que pueden ser abordadas desde tres enfoques complementarios:
La descentralización permitiría orientar la inversión pública hacia proyectos prioritarios definidos por quienes mejor conocen el territorio. Así, obras viales, centros de salud o soluciones habitacionales podrían adaptarse más eficientemente a la geografía, el clima y el perfil económico local. Se reducirían tiempos y costos de reformulación, y se fortalecería la apropiación comunitaria.
Manteniendo constante el gasto público total, lo que se plantea es que lo que corresponde al gasto público destinado a las regiones es su capacidad de decisión sobre qué y cómo gasta. Una mayor participación regional en la inversión pública permitiría:
Desde 2018 se han formulado reiteradas promesas y propuestas para aumentar la incidencia regional en la inversión pública regional. A la fecha (2025), ninguna se ha concretado.
Resulta urgente sintonizar el crecimiento económico con la estrategia regional de desarrollo. Lo que se hace en el presente condiciona la trayectoria futura. Esto implica, en primera instancia, ponerle apellido al crecimiento económico: “crecimiento con equidad”. Esta ha sido una propuesta planteada para América Latina, región que se caracteriza, hace 60 años, por un gran nivel de desigualdad.
Además, dada la heterogeneidad regional existente, cada región tiene que definir hacia dónde quiere evolucionar en el futuro. Dada su diversidad productiva y su localización geográfica, las alternativas y las posibilidades son muy diversas. ¿Por qué esto debe ser definido en Santiago? ¿Acaso la gente de regiones no sabe lo que quiere y lo que le conviene?