Los alumnos olvidados del SIMCE
12.09.2025
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12.09.2025
Entre el 11 y el 12 de noviembre próximos se rendirá el SIMCE de segundo medio en el país. La autora de esta columna analiza los datos del 2024 y pone el foco en los que no lo rindieron, para este año estar atentos a ellos, que son el grupo justamente de más bajo rendimiento. Sostiene que “la evidencia es clara: invertir a tiempo en los estudiantes con más dificultades y con menos apoyo familiar es la manera más efectiva de lograr un cambio. Debemos detectarlos a tiempo y dar a los docentes las herramientas, recursos y tiempo para brindar el refuerzo necesario antes de que sea demasiado tarde. El foco debe estar en esos alumnos olvidados por el SIMCE, aquellos que el Estado tiene la mayor responsabilidad de cuidar. Si el sistema no los prioriza, seguirá perpetuando las mismas brechas que debe combatir”.
Créditos imagen de portada: Diego Martín / Agencia Uno
Cada año, miles de estudiantes de Chile rinden el SIMCE y sus resultados alimentan titulares, diagnósticos, comparaciones entre escuelas y la discusión pública. Sin embargo, hay una historia que no aparece en los rankings ni en los informes oficiales, una historia incómoda: no todos los niños dan el SIMCE.
En 2024, uno de cada cuatro estudiantes matriculados en II medio no rindió al menos una de las dos pruebas del SIMCE que le correspondía. No hablamos de un puñado de estudiantes: es el 25% de la matrícula.
Oficialmente, la mayoría de estos estudiantes simplemente no asistió ese día. Sin embargo, si miramos con más detalle, se trata de un grupo muy específico: no es al azar quien queda fuera de la medición.
Si analizamos el rendimiento académico previo de quienes no dan la prueba, la situación es alarmante. Entre los estudiantes que terminaron la enseñanza básica con promedio inferior a 5, la mitad —¡el 50%!— no rindió alguna de las dos pruebas. Uno de cada dos alumnos queda invisibilizado. En cambio, entre los estudiantes con promedios iguales o superiores a 6,5, solo un 15% se ausentó del SIMCE de II medio. Las brechas también son claras según el nivel socioeconómico. Entre los alumnos más vulnerables (alumnos identificados como prioritarios en toda su etapa escolar), un 32% no rindió alguna de las pruebas, mientras que entre los más favorecidos (no prioritarios), el ausentismo fue del 21%.
El patrón es preocupante: no es al azar quienes no rinden el SIMCE. Son aquellos alumnos que el sistema más debería conocer y cuidar. Aquellos con peores resultados académicos y mayor vulnerabilidad. Y al no rendir la prueba, desaparecen del radar, de la discusión y del análisis de las políticas. El SIMCE (o los establecimientos) está dejando invisibilizados a quienes tienen más dificultades, justo a quienes necesitamos entender y apoyar mejor.
La gran mayoría de los estudiantes sin puntaje SIMCE se ausentó el día de la prueba. Sin embargo, existe también un grupo reducido de casos asociados a estudiantes con necesidades educativas especiales o a quienes no hablan español. Aunque estos segmentos representan una minoría dentro del total, resultan especialmente relevantes para la discusión pública, ya que corresponden a estudiantes en situación de mayor vulnerabilidad. Comprender mejor sus trayectorias y aprendizajes es clave para avanzar hacia una educación más inclusiva y equitativa.
Las diferencias entre tipos de colegios refuerzan esta realidad. En los establecimientos municipales y los SLEP, más del 30% de los alumnos no presenta puntaje en alguna de las pruebas. No sorprende, considerando que atienden a estudiantes más vulnerables. Sin embargo,
la situación no es homogénea; hay importantes diferencias entre distintos SLEPs y municipios, lo que podría estar reflejando acciones que las distintas instituciones están realizando y que incentivan o desincentivan la asistencia de los alumnos el día que se realiza el SIMCE.
Positivamente destacan los SLEP de Iquique, Colchagua y Costa Araucanía, donde alrededor del 25% no tiene puntaje en alguna de las pruebas, en comparación con el 40% en los SLEP de Valparaíso y Andalién Sur. Entre los municipios destacan positivamente Cañete, Vitacura, Ovalle y San Javier con menos de un 20% de alumnos sin puntaje, mientras que San Nicolás, Cartagena, Las Condes y Viña del Mar alcanzan cifras cercanas al 45%. Entre los particulares subvencionados también se encuentran sostenedores que destacan positivamente como las Fundaciones Educacionales Agua Viva, Alicante del Rosal y Nocedal, con apenas un 7% de alumnos sin puntaje, frente a otros que superan el 45%.
Cuando vemos que los puntajes del SIMCE de II medio están estancados la pregunta inevitable es: ¿qué ocurre con el 25% de estudiantes que no está representado en esos promedios? ¿Está mejorando? ¿Está cayendo aún más? No lo sabemos. Y peor aún, esta cifra ni siquiera contempla a los más de 14 mil jóvenes que desertan del sistema escolar cada año —un 6% de la matrícula—, donde la concentración de vulnerabilidad y bajo rendimiento es todavía mayor. El resultado es una fotografía distorsionada del sistema educativo, una imagen parcial y peligrosamente sesgada, que muestra un cuadro más alentador de lo que realmente es.
Esto no significa que el SIMCE no sea valioso. Al contrario, ha sido clave para visibilizar brechas y orientar políticas públicas. Mejor tener información del 75% que no tenerla en absoluto. Pero también es importante reconocer sus límites y pensar cómo aumentar la participación de los estudiantes que hoy se quedan fuera.
Estamos en un período electoral, y sería deseable que la discusión no se limite a liceos emblemáticos o a debates sobre selección. El verdadero desafío es poner el foco en quienes están en mayor riesgo de quedar atrás. La evidencia es clara: invertir a tiempo en los estudiantes con más dificultades y con menos apoyo familiar es la manera más efectiva de lograr un cambio. Debemos detectarlos a tiempo y dar a los docentes las herramientas, recursos y tiempo para brindar el refuerzo necesario antes de que sea demasiado tarde. El foco debe estar en esos alumnos olvidados por el SIMCE, aquellos que el Estado tiene la mayor responsabilidad de cuidar. Si el sistema no los prioriza, seguirá perpetuando las mismas brechas que debe combatir.