La relación pedagógica como patrimonio inmaterial de la humanidad
09.09.2025
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09.09.2025
La semana recién pasada Chile recibió la visita de centenares de especialistas, educadores y decidores políticos convocados por la UNESCO y el gobierno de Chile para revisar el estado de desarrollo de los compromisos relacionados con la formación y cuidado de la profesión docente en los países miembros. En el seno de estas conversaciones la propuesta de considerar la relación profesor/a–estudiante como patrimonio inmaterial de la humanidad abre una reflexión de gran calado sobre el sentido mismo de la educación. En su núcleo, la relación pedagógica puede definirse como un encuentro humano asimétrico pero dialógico, en el que el docente, desde su responsabilidad ética y formativa, reconoce al aprendiz como un sujeto pleno de capacidades, no como un receptor pasivo de contenidos. Implica confianza en el potencial del estudiante, apertura al asombro y una disposición constante a crear condiciones para que el otro se despliegue en su singularidad.
En el plano filosófico, esta declaración rescata la tradición humanista que concibe a la educación como un espacio de encuentro intersubjetivo, donde la dignidad de cada persona es la condición de base para que suceda el aprendizaje. Éticamente, obliga a situar al estudiante en el centro del acto educativo, reconociendo su potencia y confiando en su camino propio. La relación pedagógica no es instrumental ni utilitaria: es un vínculo fundado en el respeto, respeto de la singularidad de las personas, en la confianza mutua y en la convicción de que aprender es un acto de libertad.
Pedagógicamente, la relación profesor/a–estudiante se convierte en la base sobre la cual se construyen todas las demás dimensiones del proceso educativo: currículo, metodologías, evaluaciones. Valorarla como patrimonio inmaterial, es reconocer a la enseñanza como un oficio complejo, desafiante y hermoso a la vez. La enseñanza es una práctica situada, encarnada, que ocurre en la interacción concreta y no puede reducirse a estándares o indicadores de desempeño que, si bien pueden orientar en algún sentido, no representan la esencia del encuentro entre dos personas profesor/a-estudiante. En el plano formativo, el docente no solo transmite conocimientos: modela modos de habitar el mundo, de relacionarse con los otros, de ejercer ciudadanía, de ser y estar en el mundo.
Sin duda, esta declaración tensiona la visión tecnocrática que muchas veces domina las políticas educativas. Hoy mismo en Chile el debate sobre el aumento de los requisitos de acceso, vía el aumento de puntajes en pruebas estandarizadas como principal condición de formación de buenos profesores, no siempre considera otras características presentes en la relación pedagógica. Más aún los desempeños académicos en torno a la adquisición de los contenidos disciplinares, representan el menor de los desafíos. Formar a ese adulto que nuestros niños y jóvenes requieren en la sala de clases hoy, es de otro orden de esfuerzos. Entonces, elevar la relación pedagógica a patrimonio inmaterial es afirmar que la educación no puede reducirse a indicadores de eficiencia, productividad o rendimiento estandarizado. Significa reconocer que el futuro de las sociedades se juega en esa relación humana respetuosa e irrepetible, y que su cuidado debe ser un asunto público prioritario.
Si la relación pedagógica fuese reconocida como patrimonio inmaterial, deberíamos problematizar nuestra manera de considerar a las y los profesores y su valor social y preguntarnos: ¿cómo podemos hablar de calidad educativa si invisibilizamos el núcleo relacional y humano que constituye la docencia?