¿Cómo es nuestra convivencia social hoy?: tensiones, desencantos y esperanzas
03.09.2025
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03.09.2025
La siguiente columna analiza los datos obtenidos en la Encuesta ICSO-UDP 2025 que indican el tipo de convivencia social en el país identificando patrones. Concluyen que “la encuesta muestra que para la mayoría de la ciudadanía convivir en Chile hoy es más difícil que en el pasado. Reconocer esas carencias y hacerse cargo de ellas es una tarea urgente: una parte importante de la gente no está contenta, y la política —toda la política— debe asumir esa responsabilidad. Este es un desafío ineludible y, al mismo tiempo, el punto de partida para pensar un país más justo, más solidario y realmente capaz de habitar sus diferencias sin quebrarse en ellas”.
La cuarta entrega de la serie “Clima Social” de la encuesta ICSO-UDP 2025 se sumergió en cómo las personas adultas en Chile experimentan hoy la convivencia social. Esta refiere a cómo interactuamos con otros, nuestros vecinos, los desconocidos en la calle, nuestros colegas. Los datos indican que la convivencia se muestra como un terreno lleno de contrastes: apertura y desconfianza, solidaridad y hostilidad, inclusión y exclusión. En esta columna nos preguntamos si estas experiencias son también una clave para entender la polarización social y política que atraviesa al país. Lo cierto es que la convivencia social hace tiempo dejó de ser un tema periférico que sólo les interesa a los cientistas sociales, para instalarse en el centro de las discusiones públicas y políticas. Por eso, conocer cómo la ciudadanía observa hoy las interacciones cotidianas—y en qué difieren sus miradas— resulta esencial para pensar cómo queremos vivir juntos en el futuro.
Los datos de la encuesta ICSO UDP muestran que la gran mayoría percibe que el trato cotidiano se ha deteriorado. Los resultados son elocuentes: un 71% de las personas cree que la convivencia social ha empeorado en los últimos cinco años y un abrumador 94% utiliza palabras negativas para describir cómo nos relacionamos, tales como “mala”, “desigualdad” o “desconfianza”. Las emociones más frecuentes frente a la convivencia son preocupación (50%) y decepción (46%), lo que refleja un clima de desencanto extendido. Sin embargo, esta percepción no es homogénea: en los entornos más cercanos y habituales, sólo un 24% califica la convivencia como mala o muy mala, pero cuando la mirada se amplía al país la cifra casi se duplica, alcanzando el 45%. Lo local se percibe así como un espacio relativamente más protegido que el entorno general, aunque no exento de tensiones.
La encuesta también muestra luces y sombras en la experiencia más cercana. Por ejemplo, el 62% dice conocer a la mayoría de sus vecinos, aunque solo el 36% dice que los conoce por su nombre. Una buena noticia es que la solidaridad sigue presente: el 79% indica que ha ayudado a un vecino y el 65% plantea que ha recibido ayuda de un vecino en el último año. No obstante, persisten señales de desintegración: un 40% declara no tener amigos en su barrio y apenas un 21% ha participado en actividades comunitarias. A esto se suma la dificultad de convivir con la diversidad: la mayoría rechazaría tener como vecinos a inmigrantes venezolanos (63%) o colombianos (58%). Estos datos reflejan que la convivencia está atravesada por prejuicios y tensiones que limitan el diálogo, erosionan la confianza y ponen en entredicho nuestra capacidad de construir comunidad en la diversidad. Si en el pasado las amistades y vínculos cercanos que perduraban se generaban en el barrio, hoy aquello es menos frecuente.
El espacio público y el digital se han convertido en verdaderos termómetros de nuestras tensiones cotidianas. Las percepciones, sin embargo, varían según los distintos espacios. Los encuestados y encuestadas perciben que en la calle abundan la desconfianza (42%), la impaciencia (40%) y la indiferencia (34%). Sin embargo, es en el transporte público y las redes sociales donde la convivencia suele ser percibida como más negativa o irrespetuosa (42% y 45%, respectivamente). En el mundo en línea, la conflictividad se intensifica: tres de cada cuatro personas han presenciado peleas, casi la mitad (49%) ha abandonado un grupo por el mal ambiente, y uno de cada cuatro ha sido insultado directamente. La política tampoco escapa a este clima: las personas indican que cuando un cercano apoya a una candidatura con la que no se está de acuerdo, la mayoría (59%) prefiere evitar la conversación antes que arriesgarse a discutir, mientras solo un 32% opta por conversar y debatir a pesar de las diferencias. Se trata de una convivencia dominada por lo evitativo antes que la interacción en la diferencia.
En esta columna nos propusimos explorar cómo se entrelazan estas interacciones cotidianas con las actitudes políticas de las personas adultas en Chile. Para ello, aplicamos un análisis estadístico multivariado, combinando técnicas de Análisis de Correspondencias Múltiples (ACM) y Análisis de Conglomerados (clústeres), lo que nos permitió identificar patrones de respuesta y agrupar a quienes comparten miradas similares. En este contexto, un “clúster” representa un grupo de personas que, en buena medida, coinciden en sus formas de pensar, sentir y posicionarse frente a la convivencia social y política. El ejercicio arrojó tres grandes perfiles, que muestran distintas formas de entender, valorar y proyectar la convivencia en Chile. A continuación, se presenta una tabla que resume sus principales características.
Entre quienes miran la convivencia con más dureza se encuentran las y los “Desencantados” (45,6%). Para este sector, la vida en común en Chile se ha deteriorado gravemente en los últimos cinco años, y esa sensación se traduce en emociones intensas: miedo, rabia, pena y decepción. El espacio público lo perciben como un lugar hostil, dominado por la desconfianza, la irritabilidad y, en ocasiones, incluso la violencia. En sus barrios suelen no tener amigos ni vínculos con los vecinos, y expresan un fuerte rechazo hacia inmigrantes —colombianos, venezolanos, haitianos y peruanos—, así como hacia personas de izquierda, de clase baja y homosexuales. También, sienten que la sociedad está perdiendo el rumbo y se encuentra en un estado de anomia: cada vez menos personas respetan las normas, las autoridades no logran mantener el orden y el país, a sus ojos, se está desmoronando. Sociodemográficamente predominan adultos y personas mayores de nivel socioeconómico alto, con inclinación política hacia la derecha, preferencia electoral por Kast y una mayor presencia en la Región Metropolitana y la zona central del país.
Otras y otros, a quienes llamamos “Decepcionada/os” (26,5%), comparten la idea de que la convivencia se ha deteriorado, pero lo viven con menos rabia que los anteriores. Aquí predominan la pena y la decepción más que el miedo o la ira. El espacio público lo sienten poco amable, con interacciones marcadas por la indiferencia, la irritabilidad y la violencia. Sin embargo, en lo barrial se abre una pequeña ventana: aunque no destacan por una vida comunitaria intensa, tampoco se aíslan por completo. Muestran mayor disposición que las y los Desencantados a aceptar inmigrantes y minorías, aunque coinciden en pensar que el respeto por las normas va en declive y que el país atraviesa un desorden difícil de controlar. Sociodemográficamente son un grupo diverso y transversal: no se concentran en un género, edad, nivel socioeconómico, zona geográfica o posición política en particular.
Finalmente están las y los “Optimistas” (27,9%), quienes ofrecen una mirada distinta y más luminosa. Para este grupo, la convivencia es relativamente buena y no ha cambiado demasiado en los últimos cinco años. Sus emociones son variadas, pero predominan la alegría y la tranquilidad, dejando en segundo plano la rabia o el miedo. En el día a día valoran la amabilidad y el respeto, sin asociar la convivencia con percepciones de violencia o temor. En el ámbito barrial muestran un tejido comunitario más sólido: suelen tener amigos, conversar con sus vecinos y participar en dinámicas de apoyo mutuo. También destacan por ser más inclusivos, con disposición a convivir con inmigrantes, personas de izquierda, de clase baja y homosexuales. A diferencia de los otros dos grupos, no creen que el país está desmoronándose ni que se haya perdido el respeto por las normas. Sociodemográficamente predominan jóvenes y adultos de nivel socioeconómico bajo, con mayor identificación política con la izquierda, preferencia electoral por Jara y residencia principalmente fuera de la Región Metropolitana.
Los tres perfiles que emergen de la encuesta trazan un mapa diverso de cómo entendemos la convivencia en Chile. Hay quienes la viven como un terreno áspero, marcado por el conflicto y la desconfianza; otros la miran con decepción, como algo que se ha ido perdiendo lentamente; y están también quienes rescatan lo positivo y apuestan por la posibilidad de seguir construyendo espacios de respeto. A pesar de estas diferencias, todos coinciden en algo: sienten que las reglas que ordenaban la vida en común ya no funcionan como antes. La diferencia está en cómo se interpreta ese quiebre: para algunas y algunos significa caos y pérdida de control; para otras y otros es un desgaste inevitable, asumido con cierta resignación. Quienes miran con más esperanza, en cambio, ven en medio de esa fragilidad una oportunidad para ensayar formas más abiertas e inclusivas de vivir juntos. En definitiva, lo que revela la encuesta es que la convivencia no constituye una experiencia única ni lineal, sino un entramado de ambivalencias donde emociones y prácticas se entrecruzan, se contradicen y disputan entre sí el horizonte de sentido sobre cómo queremos habitar en común el país.
Al igual que en otras dimensiones de la vida social, las emociones y experiencias sobre la convivencia no quedan en lo privado: reconfiguran nuestras posiciones políticas y colectivas. La forma en que valoramos o cuestionamos la convivencia influye en cómo dialogamos, a quién apoyamos y qué futuro proyectamos. La convivencia social es, así, un terreno de disputa que atraviesa los debates sobre derechos y cohesión social. En un año electoral, las actitudes frente a ella no solo dividen opiniones, sino que expresan proyectos de sociedad en tensión. Y aunque no corresponde a quienes escribimos esta columna establecerlo, la encuesta muestra que para la mayoría de la ciudadanía convivir en Chile hoy es más difícil que en el pasado. Reconocer esas carencias y hacerse cargo de ellas es una tarea urgente: una parte importante de la gente no está contenta, y la política —toda la política— debe asumir esa responsabilidad. Este es un desafío ineludible y, al mismo tiempo, el punto de partida para pensar un país más justo, más solidario y realmente capaz de habitar sus diferencias sin quebrarse en ellas.
Esta columna se nutre de los resultados de la cuarta entrega de la serie “Clima Social” de la encuesta ICSO-UDP 2025, dedicada en esta ocasión a explorar la convivencia social en Chile, con especial atención a las emociones, tensiones y contradicciones que la atraviesan. El estudio se realizó a partir de una encuesta online aplicada a 1.100 casos, bajo un diseño muestral no probabilístico por cuotas. El trabajo de campo fue ejecutado por la empresa IPSOS entre el 8 y el 12 de agosto de 2025. El universo representado corresponde a personas mayores de 18 años de los segmentos socioeconómicos ABC1, C2, C3 y D, con cobertura nacional. Los resultados fueron ponderados considerando el peso poblacional por zona geográfica, edad, sexo y GSE, según datos del INE, y utilizando información de AIM para la clasificación socioeconómica.