“Ruco”: cuando el estigma se nombra en mapudungun
01.09.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
01.09.2025
Las autoras de esta columna escrita para CIPER sostienen que el uso generalizado del término “ruco” para aludir a viviendas improvisadas, invisibiliza el profundo significado cultural de la ruka mapuche. Opinan que «esta operación discursiva no es inocente, forma parte de una violencia simbólica que asocia lo indígena con lo marginal, degradando el lenguaje y reforzando jerarquías coloniales».
Créditos imagen de portada: Hans Scott / Agencia Uno
“La lucha eterna de los municipios contra los rucos: Santiago concentra al menos 40 en solo tres avenidas”, tituló La Tercera el 14 de febrero de 2025. La nota consignaba cifras del Ministerio de Desarrollo Social (Mideso): en abril de 2024 se contabilizaron 21.272 rucos en todo Chile, un 6% más que el año anterior y un 102,4% más que en 2017, cuando se registraron 10.509. Las regiones con más presencia de estas estructuras improvisadas fueron la Metropolitana (8.780), Valparaíso (2.485) y Biobío (1.774).
El artículo describía un recorrido por tres avenidas de Santiago donde se identificaban más de 40 rucos, evidenciando la precariedad habitacional de cientos de personas que viven en la calle. Voces de residentes aseguraban que su presencia afectaba la seguridad en espacios públicos. Semanas después, el municipio de Santiago difundía el éxito de un “megaoperativo de retiro de enseres y rucos” en el Parque Forestal. El lenguaje —“retiro de rucos y personas”— volvía a instalar un vínculo entre estos refugios precarios y la amenaza al orden urbano.
Ya en diciembre de 2024, Meganoticias titulaba: “Rucos en calles de Santiago: ¿Quién es el responsable de las improvisadas viviendas?”, afirmando que “los llamados rucos emergen como el último refugio de quienes lo han perdido todo… pero también como epicentro de conflictos con vecinos”.
El concepto “ruco” se encuentra hoy completamente instalado en la comunicación institucional, en los noticieros, matinales y redes sociales, sin que medie reflexión alguna sobre su origen, su carga simbólica o sus efectos políticos. La palabra ha sido ligada a la pobreza, la suciedad, la delincuencia, el conflicto social y la inseguridad urbana. El discurso mediático, al nominar y repetir ciertos términos, no solo describe una realidad: la produce. Y en este caso, crea y reproduce un eufemismo que criminaliza a quienes viven en situación de calle y, al mismo tiempo, arrastra consigo una operación racista: volver a utilizar una palabra indígena como sinónimo de miseria.
Una búsqueda básica nos lleva al Diccionario de la Real Academia Española, donde aparece como “ruca”, con entrada usada en Argentina y Chile, definida como “vivienda de los aborígenes pampeanos y patagónicos”. En otras fuentes, como la Visión General de Google, se señala que en Chile “ruco” se usa para referirse a viviendas precarias construidas por personas en situación de calle, mientras que en Centroamérica y México, el término puede significar “algo viejo, inservible o feo”, pero no en alusión directa a una casa habitación.
Pero en mapudungun, ruka (o ruca) significa simplemente casa. No cualquier casa: un espacio habitacional, espiritual y colectivo con profundas raíces culturales. Lejos de toda precariedad, la ruka ha sido históricamente —y aún lo es— una estructura construida con criterios de confort ambiental, protección climática, armonía y para realizar prácticas culturales. Según el proyecto Rukas #mapuche: patrimonios culturales de Boyeco, estas casas estaban orientadas al este (pwel mapu), lugar de las fuerzas benéficas, y su techo representaba el wenu mapu, espacio sagrado donde habitan los antepasados.
La ruka no es símbolo de miseria, sino de una forma de vida digna. Requiere de un rukafe, una persona que lidera su proceso de elaboración. Su construcción —el rucan— convoca aún hoy a comunidades enteras en un gesto de solidaridad y memoria. Es un proceso de fraternidad, de aprendizaje colectivo e incluso festividad en abundancia. Nada más alejado de la precariedad y la pobreza. Fey trapümngekey kayu well purake che dewmadewrnakünualu rukan. (…) Feychi ngen küdaw müley ñi nieael ilo ka muday, fey ñi küme iltuafiel tañi pu küdawfe, nos relata la historia en Federico Ñi Nütram (1987). Por eso, utilizar la palabra “ruco” para designar las improvisadas viviendas de personas en situación de calle no es solo un desliz semántico: es una operación simbólica violenta.
¿Por qué nombrar la pobreza con una palabra indígena? ¿Se utilizaría house, heim o maison para referirse a los refugios improvisados en plena calle? ¿Por qué una lengua indígena se vuelve funcional para nombrar lo precario, lo irregular, lo que “estorba” en el paisaje urbano? La respuesta remite a una dimensión estructural del racismo en Chile: lo mapuche sigue siendo representado desde la ignorancia o la caricatura, como lo otro salvaje, incivilizado, fuera del orden moderno.
La apropiación mediática e institucional de este término refleja una forma de colonialismo discursivo. Como han señalado los estudios críticos del lenguaje, las palabras no son neutrales: definen quién es visible, quién es audible, quién merece cuidado y quién debe ser removido. El término “ruco”, en su uso actual, vincula la indigencia con lo mapuche, degradando la ruka ancestral hasta convertirla en metáfora de abandono y peligro.
La retórica de la modernidad no opera solo con promesas de desarrollo. También necesita enemigos. Estigmatiza al migrante, al disidente, al pobre y —como en este caso— al indígena. Así, el término “ruco”, reproducido sin filtro por medios y autoridades, refuerza un orden simbólico donde el pueblo mapuche es degradado y sus referentes culturales vaciados de sentido.
El lenguaje importa. Y cuando se usa para nombrar la pobreza con palabras mapuche, lo que se produce no es solo una metáfora desafortunada, sino una prolongación simbólica del despojo.