Cómo afecta la violencia escolar: la percepción de inseguridad en los colegios
17.08.2025
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17.08.2025
Los autores de esta columna profundizan en los resultados de la última encuesta del Observatorio Social de la Universidad del Alba en el capítulo de percepciones sobre la seguridad en los colegios y la relevancia de la familia en las conductas de los niños, niñas y adolescentes. En ese sentido, enfatizan la importancia de la escuela: «Es un espacio que, más allá del contenido curricular, puede tener un rol protector —de internet y de la familia en algunos casos— y formativo. Es un punto de encuentro, donde niños y niñas aprenden a seguir una rutina; comparten su espacio y mayor parte del día con personas diferentes a sí mismos, aprenden a interactuar con el otro; y se les ofrecen repertorios valóricos e identitarios que pueden servir de contrapeso o complemento al hogar y las redes sociales».
La violencia en los colegios es, sin ninguna duda, un problema. La última encuesta del Observatorio Social de la Universidad del Alba al respecto muestra una de sus aristas, a la cual vale la pena poner atención. Se trata de las percepciones de la ciudadanía sobre lo que pasa en los colegios, las aprensiones que tienen de que sus hijos/as acudan a ellos diariamente, y sus opiniones sobre las medidas que se deben tomar. Según esta encuesta, un 76% a nivel nacional cree que la violencia escolar en Chile ha aumentado, sólo un 36,6% cree que los colegios son espacios seguros o muy seguros, y un 66,5% cree que la responsabilidad de prevenir y contener esta violencia recae en los apoderados —le sigue el Ministerio de Educación con un 12,9%—.
Sabemos que la percepción de inseguridad es problemática para una sociedad. Ahora, la percepción de inseguridad al interior de los colegios puede ser un síntoma más de esa percepción global, pero no es solamente eso. Es también la sensación de que todos los espacios públicos son ahora más violentos que antes, y que las personas son también más violentas que antes. Ejemplo de esto es una pregunta de la encuesta del Observatorio Social que pregunta si se considera que la violencia es un fenómeno propio de la actual juventud o es una situación extendida en todas las generaciones. Un 79% respondió a esta pregunta que considera la violencia como socialmente generalizada.
Es también la sensación de que en los colegios se están viviendo situaciones que antes no se vivían. Sí, por supuesto, siempre ha habido violencia en los colegios, pero hechos de mayor connotación social generan más temor. Hace unos días un profesor fue rociado con combustible en el INBA; hace unas semanas tres estudiantes resultaron heridos en una balacera en un colegio de San Pedro de la Paz; y mientras escribimos esto un estudiante recibe un disparo por la intervención de un hombre armado en una pelea entre escolares en Alto Hospicio.
Estos hechos son terribles. Pero dejan como estela el temor, un fenómeno problemático en sí mismo, que es precisamente lo que mide la encuesta. Mayor temor redunda en restarse del encuentro en espacios públicos, y quienes más sufren las consecuencias son los niños, niñas y adolescentes. Como muestra una columna de este medio, ahora los jóvenes están entre los grupos que se sienten más solos, y hay que tomarse en serio el problema de que los niños jueguen cada vez menos en las calles y las plazas. Más temor genera menos encuentro en el espacio público, y menos encuentro genera aumento del temor. Y así.
Pero el colegio no es cualquier espacio público. Es quizá el espacio de encuentro por antonomasia para niños, niñas y adolescentes. Es en la escuela donde las niñeces entablan lazos que no provienen de su entorno familiar—y ahora, virtual. Pero, como muestra la encuesta, sólo una de cada tres personas considera que los colegios son espacios seguros. Asimismo, hace unos años vienen aumentando considerablemente los niños y adolescentes que rinden exámenes libres, lo cual es una alerta alarmante respecto de la deserción y desvinculación escolar. El aumento de familias que optan por colegios virtuales o homeschooling es indicativo que hoy por hoy, la escuela está siendo devaluada y cuestionada como ámbito de socialización y aprendizaje.
Es común en los estudios de educación y delito advertir por las consecuencias negativas de la deserción escolar. Hay que seguir preocupándose por y ocupándose de la deserción, pero también hay que asegurar que la no deserción genere espacios seguros de socialización.
Los tipos de violencia que se consideran más comunes por los encuestados en el estudio del Observatorio Social son la psicológica (que incluye insultos y humillaciones), física (peleas y agresiones), y el ciberacoso. Estas percepciones probablemente se generan por experiencias que niños y adolescentes relatan a los adultos encuestados. Los hechos más escandalosos y que circulan en redes sociales son de violencia física, pero la manera en cómo están viviendo la violencia los niños actualmente es más importante que el video que circula porque se alcanzó a grabar, pues la violencia psicológica, el bullying, el aislamiento y las humillaciones van marcando las identidades de esos niños.
Finalmente, cabe detenerse en la relevancia que tiene el ciberacoso, que insinúa que la violencia escolar no es percibida como un problema circunscrito al aula, sino que percola y se potencia en otros espacios, como las redes sociales. No es descabellado pensar que hoy en día las redes sociales no son sólo un medio para informarnos y comunicarnos, sino también un espacio de socialización que opera con sus propias reglas: pueden influir en nuestras creencias y conductas, nos ofrece repertorios de identidad, y permite comunicarnos con nuestros conocidos —e incluso conocer gente nueva—. No siempre tenemos injerencia en el tipo de contenido al que nos exponemos. Esto es de suma relevancia cuando se trata de las infancias, y su etapa vital de desarrollo. La semana pasada se aprobó la prohibición de los smart phones en los colegios, cuyos efectos y recepción están por verse.
En definitiva, la violencia escolar es entendida como un fenómeno de múltiples manifestaciones y modalidades, y parece despertar una percepción generalizada del colegio como lugar inseguro.
Volviendo a la encuesta: Al preguntarle a los encuestados quiénes son responsables de prevenir la violencia escolar, se muestran resultados interesantes. Mientras un 84,4% declara creer que el Estado chileno no tiene una política eficaz para prevenir la violencia juvenil, cuando se les pregunta por quiénes creen que tienen más responsabilidad en prevenirla, la opción “Apoderados” es la primera con amplia ventaja. Esto puede deberse a decepción o frustración por políticas estatales inocuas o simplemente inexistentes; por considerar que el Estado debe hacer un mayor esfuerzo, aunque los apoderados sean los principales responsables; o que el Estado debe encargarse a través de la formación de apoderados. Preguntas que se derivan de esto se buscarán complementar con análisis cualitativos posteriores.
Asimismo, es interesante que un 56,5% de la muestra considera que la falta de disciplina en el hogar es la causa más relevante de la violencia juvenil. Un tímido 11% menciona la deserción escolar. Los apoderados parecieran considerarse tanto como el principal origen de la violencia en los niños, como los responsables de acabar con ella.
Lo anterior podría revelar que la ciudadanía ve la escuela como una institución inocua, irrelevante, e ineficaz ante los embates de la violencia. En este panorama, por un lado, los docentes no se sienten capacitados para abordar la violencia, y acusan abandono por parte de autoridades (tanto políticas como de la comunidad educativa) y también de apoderados. Por otro, la gente pide soluciones privadas y atribuye las causas a los hogares. Y finalmente, una amplia porción de personas percibe los colegios como lugares inseguros para sus hijos. En este escenario, se insinúa una pregunta tanto más difícil de responder, pero cada vez más patente: ¿para qué llevar a los niños al colegio? ¿Por qué no hacer lo que muchos ya hacen e inscribirlos para rendir exámenes libres, educándolos en el hogar?
El problema es que en el colegio no sólo se aprende matemática y lenguaje. En el colegio se aprende a tratar con otros niños y profesores, a convivir con la diferencia y el disenso. En el colegio se juega, se aprende en la interacción. Se forman grupos de pertenencia y se forman procesos identitarios. Y un largo etcétera correspondiente a una etapa vital crucial.
Además, si es que, como insinúan los resultados de la encuesta, la violencia viene de la familia y del ciberacoso, hoy día la escuela es más importante que nunca. Es un espacio que, más allá del contenido curricular, puede tener un rol protector —de internet y de la familia en algunos casos— y formativo. Es un punto de encuentro, donde niños y niñas aprenden a seguir una rutina; comparten su espacio y mayor parte del día con personas diferentes a sí mismos, aprenden a interactuar con el otro; y se les ofrecen repertorios valóricos e identitarios que pueden servir de contrapeso o complemento al hogar y las redes sociales.
Queda mucho por investigar e indagar. Sobre todo, queda por profundizar en las experiencias de los niños, niñas y adolescentes que están siendo víctimas de violencia. El estudio del Observatorio Social de la Universidad del Alba busca comprender el impacto que está generando en la ciudadanía y las percepciones que tienen al respecto. Es un primer paso importante. Quedan desafíos en prevenir la violencia, y poder contar con colegios como espacios seguros de aprendizaje, educación, entretención, crecimiento y socialización.