Shylock y el antisionismo: los matices del antisemitismo contemporáneo
25.07.2025
Hoy nuestra principal fuente de financiamiento son nuestros socios. ¡ÚNETE a la Comunidad +CIPER!
25.07.2025
La autora de esta columna señala que «como judía, me opongo no solo al gobierno de Netanyahu y su respuesta al 7 de octubre, sino también a ciertas políticas implementadas durante años que han minado el espíritu democrático del Estado de Israel», y desde esa vereda sostiene que le molesta que se use «sionismo» como un insulto. «En estos tiempos de polarización extrema, es fundamental mantener la capacidad de análisis crítico sin caer en la reproducción de estereotipos. Los matices son necesarios para una comprensión más profunda y justa de este conflicto complejo», concluye.
Imagen de portada: Diego Martin / Agencia Uno
He tardado bastante tiempo en escribir sobre este tema, en parte porque mantengo una postura compleja en una época donde la polarización hace que los matices sean poco apreciados. Como judía, me opongo no solo al gobierno de Netanyahu y su respuesta al 7 de octubre, sino también a ciertas políticas implementadas durante años que han minado el espíritu democrático del Estado de Israel. Sin embargo, sin haberme identificado nunca como sionista, ciertamente me molesta ver que varios de mis amigos y colegas usan «sionismo» como un insulto, como sinónimo de imperialismo y capitalismo.
El sionismo, movimiento que sostenía la necesidad de un Estado para el pueblo judío, tuvo diversas vertientes. Algunas fueron federalistas, otras propusieron una cohabitación con la población árabe, y otras fueron ciertamente colonialistas y nacionalistas. Hannah Arendt, quien había trabajado para una organización que enviaba judíos a Palestina, se percató de que el sionismo repetiría los mismos pecados de los estados-nación europeos que habían dado lugar al antisemitismo moderno y, posteriormente, al intento de exterminación de la judería europea.
Podríamos afirmar que fue la versión más nacionalista y colonialista la que triunfó, y que varios aspectos históricos de la fundación del Estado de Israel pueden entenderse a través de las lógicas del colonialismo y el capitalismo. No obstante, algunos intelectuales y académicos han puesto de moda invertir el discurso: no decir que hay aspectos del sionismo que son colonialistas, sino que todo el colonialismo y el capitalismo es sionismo. Esta inversión no puede leerse más que como una extensión de los motivos clásicos antisemitas: el judío que, como el capital, no tiene arraigo y quiere conquistar el mundo.
A pesar de esta nueva tendencia de interpretar todo en términos de colonialismo de colonos, no estaría mal recordar que todo Estado-nación tiene una historia de colonialismo. Sin embargo, nadie opina que Chile o México deberían desaparecer como Estados y devolver el territorio a los pueblos originarios. Otra cosa es pensar en términos de justicia restaurativa, reconocer sus derechos, sus tierras y las violencias históricas. Nadie de los que gritan «From the river to the sea» piensa que esto puede aplicarse a cualquiera de los Estados árabes cuyo nacionalismo no está muy lejos en forma y tiempo del sionismo.
El antisemitismo ahora disfrazado de antisionismo no es exclusivo de cierta izquierda. La derecha, aunque se declare sionista, también mantiene discursos antisemitas. Para no ir muy lejos, Donald Trump en un discurso en Iowa declaró que «no habrá impuesto de sucesiones y no se requerirá ir a pedir prestado a un buen banquero o a Shylocks y mala gente». La referencia a Shylock, el usurero judío de Shakespeare, revela la persistencia de estereotipos antisemitas profundamente arraigados en el imaginario occidental. Quienes se autodenominan sionistas hoy y defienden al gobierno de Israel, justificando los asesinatos de niños en Gaza como operaciones de seguridad o escudos humanos de Hamas, son muy ingenuos al creer que Trump y otros personajes de la derecha están realmente con ellos.
Por eso defiendo los matices. Defiendo también la libertad de expresión y el disenso. Defiendo el derecho de mis colegas a expresar sus puntos de vista, argumentarlos y mostrar el sufrimiento del pueblo palestino. Pero me pregunto hasta qué punto los estudiantes judíos pueden sentirse libres de discriminación con profesores que sostienen estas posturas antisionistas. Inclusive una que acusa al sionismo del ecocidio. La academia debe ser un espacio donde todas las voces puedan expresarse sin temor, pero también donde se reconozcan las complejidades históricas y se eviten las simplificaciones que alimentan prejuicios antiguos.
En estos tiempos de polarización extrema, es fundamental mantener la capacidad de análisis crítico sin caer en la reproducción de estereotipos. Los matices son necesarios para una comprensión más profunda y justa de este conflicto complejo. Solo desde esta perspectiva matizada podremos construir un diálogo que reconozca tanto el sufrimiento palestino como la legitimidad de las preocupaciones judías sobre el antisemitismo, sin que una anule a la otra.