La crisis de sentido político del Frente Amplio a un año de su fundación
18.07.2025
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18.07.2025
El 1 de julio de 2024 el Servel oficializó fusión de los partidos Revolución Democrática y Convergencia Social, y el nacimiento del Frente Amplio. El autor de esta columna sostiene que el FA no ha podido cumplir las expectativas que tuvo en su origen y que su proyección futura “como un proyecto de izquierda exige una reflexión crítica que no se detenga en lo superficial, sino que se atreva a llegar hasta las últimas consecuencias. Esto implica volver a pensar el sujeto político que el FA quiere convocar, sus formas de organización, su inserción territorial y el tipo de vínculo que establece con el mundo popular. Requiere también revisar su cultura interna y su concepción del poder, para pasar de una política centrada en el testimonio moral a la articulación de una estrategia a largo plazo de transformación política y social para el país”.
Imagen de portada: Diego Martin / Agencia Uno
Pocas veces una fuerza política logra irrumpir en el escenario nacional como el Frente Amplio (FA) lo hizo desde sus orígenes, mucho antes de su constitución oficial como partido único. Emergió como la cristalización de un ciclo de movilización social, encarnando un deseo de renovación que prometió una transformación radical de la política. Así, de la mano de un diagnóstico sobre el agotamiento del pueblo chileno con las alternativas tradicionales, el FA logró canalizar el malestar social que estalló en octubre de 2019 y ascendió al Estado en un lapso breve. Sería un error subestimar la magnitud de este fenómeno político y reducirlo, como hacen algunos críticos, a una mera anomalía coyuntural producto de la indignación. El FA fue la voz de una generación desencantada de las promesas de la transición y su modelo de desarrollo, demandando un Estado Social de Derecho para Chile. Todo esto parece hoy más un recuerdo difuso que una promesa vigente.
A poco de finalizar el gobierno del Presidente Boric, el FA no ha logrado consolidar una identidad política capaz de constituir una base social e institucional duradera para proyectarse más allá del ciclo de movilización que lo vio nacer, lo que fue manifiesto en los resultados del diputado Winter en las elecciones primarias. No se trata solo de que la campaña haya oscilado entre la nostalgia por los orígenes impugnadores del partido y su posición dentro del establishment, ni de errores comunicacionales. Tampoco se debe únicamente al desgaste del gobierno, el ascenso de Jara o la difusión de ideas conservadoras entre la juventud. El problema es más profundo que algo contingente: expresa la ausencia de claridad del FA como proyecto después de la experiencia de gobierno. La derrota electoral no es la causa, sino el síntoma de una crisis de sentido más amplia.
Lo primero que deja al descubierto esta crisis es la dificultad del FA para representar un sujeto político. Nacido al calor de las luchas estudiantiles de 2011, su promesa generacional no logró traducirse en una base social estable ni en una alianza duradera con los sectores populares. Más que una construcción estratégica de sujetos, se apeló al pueblo como categoría retórica mediante una interpelación emotiva a sus malestares dispersos; pero no se logró una articulación política concreta. Carente de inserción social real, pedagogía popular y trabajo de masas; el FA confundió las Universidades o los movimientos sociales con el pueblo de Chile, desconectándose de varías de las esferas sociales donde, en efecto, la mayoría de las personas vive sus vidas día a día.
La consecuencia de ello es que, tras la efervescencia de su irrupción, su lenguaje ya no convoca a los jóvenes, no interpela a las generaciones mayores y ha perdido resonancia incluso en su nicho original. Opera como una fuerza sin anclaje territorial, movimiento social ni interlocución popular. Esta orfandad refleja el problema más profundo de la ausencia de un proyecto político en sentido fuerte. En el partido persiste la sensación de que un programa de gobierno es el horizonte a conseguir, pero no lo es. Un proyecto político es una visión de mundo capaz de orientar, articular y proyectar estratégicamente distintos escenarios a futuro.
El FA no ha logrado elaborar esa visión. No cuenta con una ideología propia que estructure sus convicciones y guíe su acción. Sus juicios morales y diagnósticos sociales, muchas veces lúcidos, no han sido sistematizados en una teoría consistente del poder, del conflicto, ni del Estado. Adolece de una reflexión acabada sobre el tipo de sociedad que aspira a construir y su proyecto país sigue siendo difuso. Incluso la noción de Estado Social de Derecho, que en su momento fue central, ha ido perdiendo fuerza como horizonte articulador. El resultado es una política sin suelo teórico ni mapa estratégico, que oscila entre el pragmatismo tecnocrático y la ética del testimonio.
A ello se suma una dimensión crítica poco tematizada, pero urgente. La organización interna del FA es paradójica, puesto que resulta democrática en la forma, pero cerrada en la realidad. El partido no ha logrado levantar espacios genuinos de deliberación y apertura militante, pese a sus intentos, porque en última instancia el poder se sustenta sobre una cultura política elitista, biográfica y autorreferente. Ella consolidó un sistema de poder informal basado en redes de confianza, afinidades personales y lógicas de lote, que han terminado por erosionar su cohesión institucional y limitar su capacidad de renovación. Los espacios de participación tienden a ser decorativos, mientras las decisiones sustantivas se canalizan por circuitos cerrados que responden más a trayectorias individuales que a procesos colectivos. Situación que expresa tensiones arrastradas desde sus orígenes.
La proyección futura del FA como un proyecto de izquierda exige una reflexión crítica que no se detenga en lo superficial, sino que se atreva a llegar hasta las últimas consecuencias. Esto implica volver a pensar el sujeto político que el FA quiere convocar, sus formas de organización, su inserción territorial y el tipo de vínculo que establece con el mundo popular. Requiere también revisar su cultura interna y su concepción del poder, para pasar de una política centrada en el testimonio moral a la articulación de una estrategia a largo plazo de transformación política y social para el país. En este sentido, el proceso posterior a la fusión partidaria, pese a sus desafíos, es una oportunidad ineludible para reconstruir un partido con vocación popular, densidad ideológica, institucionalidad democrática y proyección histórica.