Encuesta ICSO-UDP: cuidados, agobio, ternuras, cansancios y la elección presidencial
20.06.2025
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20.06.2025
La semana se dieron a conocer los resultados de la segunda entrega de la encuesta ICSO-UDP 2025, que incluye un capítulo especial sobre las labores de cuidado, las emociones y experiencias que suscita, y su cruce con las intenciones de voto presidencial y características sociodemográficas. A partir de estos datos, las y los autores de esta columna identificaron tres perfiles de cuidadoras y cuidadores: Cuidadores Satisfechos, Cuidadoras Agobiadas y Cuidadoras Desoladas. Su análisis revela que la experiencia de cuidar está lejos de ser uniforme: conlleva emociones, tensiones y preocupaciones específicas que, hasta ahora, no han sido recogidas ni discutidas en el debate presidencial. Dada la transición demográfica que enfrenta Chile, el tema involucra una amplia gama de decisiones de política pública que parecen no formar parte de la conversación pública pese a la relevancia que adquiere.
Imagen de portada: Mario Dávila / Agencia Uno
La segunda entrega de la serie “Clima Social” de la encuesta ICSO-UDP 2025 se sumergió esta vez en un universo cotidiano muy frecuente, pero que muchas veces está invisibilizado: la experiencia de cuidar y ser cuidado. Los datos revelan que el acto de cuidar está atravesado por emociones, tensiones y ambivalencias que marcan el pulso de cientos de vidas en el país. Aunque no ha sido un tema central en la campaña presidencial, en esta columna nos preguntamos si no es un tema clave de la intimidad de la población que quizás debiera estar en el centro de nuestras conversaciones.
En Chile, cuidar no es un acto reservado a una minoría de la población. En la encuesta ICSO-UDP, el 83% de quienes responden declara haber asumido alguna tarea de cuidado durante el último año, ya sea cuidando niños, niñas y adolescentes, personas mayores o familiares enfermos. Y lo que brota de esa experiencia no es simple: es un torbellino emocional donde conviven la ternura y el cansancio, la satisfacción y el sacrificio. Como suele ocurrir, el peso de esa responsabilidad lo cargan mayoritariamente las mujeres, de las cuales un 77% dice sentirse emocionalmente sobrepasada por esta tarea. No es que los hombres no cuiden; de hecho, muchos también lo hacen. Pero en comparación con las mujeres, suelen dedicar menos horas a esta tarea y, además, suelen sentirse más reconocidos cuando lo hacen.
Al mismo tiempo, mientras muchas familias hacen malabares para cuidar a los suyos y resienten la falta de apoyo que reciben, la conversación pública se enreda cuando llega el momento de definir de quién es la responsabilidad de cuidar. ¿La responsabilidad es de las familias, del Estado? ¿Confiar el cuidado de las personas mayores a instituciones especializadas es una ayuda o un abandono disfrazado? La respuesta divide aguas. Lo que sí parece claro es que el 64% cree que el cuidado de personas mayores no puede recaer exclusivamente en la familia; debe ser una tarea compartida con el Estado. Pero no pasa lo mismo con niños niñas y adolescentes; cuando se trata de ellos, la mayoría de las personas encuestadas cree que la responsabilidad debe ser de la familia. Como telón de fondo, la política se mantiene en tablas: Matthei y Kast corren codo a codo en las preferencias presidenciales y muchos encuestados y encuestadas no tienen claro si las candidaturas presidenciales están abordando el tema de los cuidados. De hecho, el 38% de las personas encuestadas señaló que no sabía si las candidaturas han planteado el tema. ¿Deberíamos estar hablando de este tema? ¿Puede la política dar respuesta a esta realidad, plagada de contradicciones?
En esta columna nos propusimos explorar las conexiones entre lo que se siente, se vive y se teme en torno al cuidado, y las actitudes políticas relacionadas con dichas experiencias. ¿Qué emociones emergen en relación al acto de cuidar y a la posibilidad de ser sujeto de cuidado? ¿Qué preocupaciones lo acompañan? ¿Cómo se entrelazan esas vivencias con las preferencias políticas? Para responder estas preguntas realizamos un análisis estadístico, aplicando técnicas multivariadas (particularmente de correspondencias múltiples y análisis de clústeres), buscando identificar si existen perfiles distintos de cuidadoras y cuidadores en la población encuestada. Un “clúster” es, en este contexto, un grupo de personas que comparten patrones comunes —en este caso, en sus percepciones, experiencias y emociones respecto de las labores de cuidado-.
De este ejercicio emergieron tres perfiles predominantes, que confirman que la experiencia de cuidar —aunque cruzada por ciertas experiencias comunes— está lejos de ser uniforme. Las diferencias responden, en gran medida, al tipo de labores realizadas, a la cantidad de horas destinadas, al nivel socioeconómico y, cómo no, al género. A continuación, presentamos estos grupos. Sus nombres son de fantasía, de carácter interpretativo y buscan sintetizar sus rasgos más relevantes. El porcentaje que acompaña a cada uno indica su proporción dentro del total de personas encuestadas. La Tabla 1 muestra una síntesis de los hallazgos.
El primer grupo, los “Cuidadores Satisfechos”, lo conforman el 42,8% de la muestra y, si tuviéramos que imaginar un estereotipo, sería el de un hombre mayor de 50 años que cuida sin agobiarse, sin culpa y —esto es clave— por tiempos acotados: entre una y dos horas a la semana. Su experiencia con el cuidado es, en términos simples, positiva. No se siente solo, ni sobrepasado, ni ha visto afectada su salud. Más bien lo contrario: se siente satisfecho, reconocido y acompañado. Emocionalmente está en un lugar cómodo, sin ansiedad ni miedo, y tampoco parece proyectar grandes preocupaciones hacia la vejez. Para ellos, el cuidado es un asunto familiar, sin mucho espacio para la intervención estatal. Políticamente se ubican en la centro derecha, y sus valores reflejan una visión más tradicional de las relaciones familiares.
El segundo grupo, las “Cuidadoras Agobiadas”, contiene al 26,7% y aquí cambia el tono. Se trata, en su mayoría, de mujeres entre 30 y 49 años, que cuidan a personas mayores con una carga horaria variable, pero constante. A diferencia del primer grupo, la experiencia acá no es amable: se sienten sobrepasadas, solas, sin apoyo ni reconocimiento. Muchas han visto su salud resentida por esta sobrecarga e incluso han tenido que dejar sus trabajos. En lo emocional, predomina la ansiedad, el agobio, la culpa y el cansancio. Y, curiosamente, pese a todo esto, no expresan grandes temores sobre su propio futuro. Cuando se les pregunta quién debiese asumir el rol del cuidado, lo tienen claro: el Estado. Este grupo abarca distintos niveles socioeconómicos y se identifica políticamente con posturas que van desde la centroizquierda hasta la derecha.
El tercer grupo, las “Cuidadoras Desoladas”, se encuentra conformado por el 30,5% del total de la muestra y, aunque comparten el rango etario y el género del grupo anterior (mujeres entre 30 y 49 años), su nivel de dedicación es mucho más intenso: más de 20 horas semanales. Están al límite. No cuentan con redes de apoyo ni con reconocimiento alguno, lo que ha deteriorado su salud e incluso las ha llevado, en algunos casos, a abandonar el empleo. Emocionalmente viven una tormenta: ansiedad, soledad, culpa, cansancio y agobio, sin espacio para ternura o gratificación. A diferencia del grupo 2, sí expresan fuertes temores sobre su futuro: envejecer solas, enfermas, sin pensión ni cuidados. Políticamente, su preferencia es más compleja: un modelo mixto, donde familias y Estado compartan responsabilidades. Provienen mayoritariamente de los niveles socioeconómicos C3 y D/E, y se identifican con posturas de izquierda, lo que se alinea con una expectativa clara de mayor protección estatal.
El cuidado, como se observa en esta radiografía emocional y social, no es solo una práctica privada aislada: es también un espejo de nuestras tensiones colectivas. Detrás de cada rutina de cuidado hay una trama de afectos, miedos, frustraciones y expectativas que se entrelazan con lo político, lo económico y lo cultural. Lo interesante es que, incluso en medio del cansancio y la sobrecarga, muchas personas encuentran sentido, ternura y una forma de conexión íntima con otros. Pero ese refugio personal no alcanza a contener las desigualdades estructurales que cruzan el cuidado en Chile: género, clase y acceso a apoyo estatal marcan la diferencia entre una experiencia llevadera y otra al borde del colapso.
Y como ocurre cada vez más en nuestro país, estas emociones —a veces silenciosas, a veces más o menos gritadas— también están reordenando las coordenadas políticas. Cuidar, ser cuidado o no tener a quién cuidar, se vuelve una experiencia que organiza las miradas sobre el presente y el futuro. El impacto que este tema tiene en la política pública será cada vez mayor y, por lo mismo, debiera motivar una serie de acciones y debates públicos. Chile se encuentra en una transición demográfica en la que se está engrosando el número de personas mayores que en un futuro cercano requerirán apoyo. Este fenómeno abre discusiones sobre, por ejemplo, la calidad y accesibilidad de las prestaciones de salud para personas mayores, la pertinencia de desarrollar políticas de cuidado para personas autovalentes y que viven solas en sus hogares, la mejora constante de las pensiones para permitir una vida digna, políticas de urbanismo y vivienda para mejorar las condiciones de accesibilidad y seguridad, y el desarrollo de políticas de género para atender la sobrecarga que están experimentando las mujeres al ejercer estas labores.
No es casual que los perfiles identificados aquí se alineen con distintas preferencias presidenciales. Es que las emociones no son lo único que define el voto, pero sí moldean la forma en que votamos. En un contexto donde la ansiedad y la incertidumbre se han vuelto moneda corriente, tal vez el desafío político más urgente no sea solo mejorar las políticas de cuidado, sino entender —de verdad— lo que está en juego cuando hablamos de “cuidar”. ¿Qué candidatura se atreverá a tomar el desafío de interpelar estas emociones?
Esta columna se basa en los resultados de la segunda entrega de la serie “Clima Social” de la encuesta ICSO-UDP 2025, que en esta ocasión exploró las experiencias de cuidado, poniendo énfasis en sus emociones, tensiones y contradicciones. El estudio se realizó mediante una encuesta online a 1.100 casos, con un diseño muestral no probabilístico por cuotas. El trabajo de campo fue llevado a cabo por la empresa IPSOS entre el 5 y el 9 de mayo de 2025. El universo representado corresponde a personas mayores de 18 años, pertenecientes a los segmentos socioeconómicos ABC1, C2, C3 y D, con cobertura nacional. Los resultados fueron ponderados considerando el peso poblacional por zona geográfica, edad y sexo según datos del INE, y utilizando información de AIM para la clasificación socioeconómica.