Coraje versus represión ante el espanto en la Franja de Gaza
12.06.2025
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12.06.2025
El autor de esta columna escrita para CIPER hace un repaso de cómo el mundo artístico ha ido tomando partido respecto de la brutal situación en la Franja de Gaza. Sostiene que “el hecho que grupos como Kneecap hayan levantado la voz con un coraje sin miedo a represalias, que músicos se bajen de un festival con apoyo económico sionista y que las protestas y la solidaridad artística ante el apartheid y la masacre en Palestina sigan siendo cada vez más numerosas, son buenos síntomas”.
Imagen de portada: trailer «No Other Land»
Pocos días después del Golpe de Estado, la Junta Militar convocó a Benjamín Mackenna, líder histórico de Los Huasos Quincheros, para que fuera el asesor de las relaciones culturales de su gobierno de facto. Aunque la información que recorrió el mundo en esos días fue el brutal asesinato -sin culpables- de Víctor Jara, las primeras medidas de los golpistas y Mackenna no fueron menos violentas. Se instruyó que las canciones que incluían quena, charango y flauta -asociadas al folclor nortino- no se podían interpretar y “no eran chilenas”, que Quilapayún y su extraordinario álbum, Cantata Santa María de Iquique (1970), eran un crimen histórico que dividía a la juventud. Artistas como Patricio Manns e Isabel Parra debieron refugiarse en embajadas para no ser asesinados, Los Blops sufrieron reiterados allanamientos y Angel Parra pasó ocho meses detenido sin pruebas y, posteriormente, sobreviviendo como repartidor de vinos antes de viajar a México, mientras recibía constantes amenazas de muerte. Benjamín Mackenna, todopoderoso, declaraba en el diario La Segunda que “nunca más en Chile se debería publicar a autores marxistas”.
Cinco décadas después, estas medidas autoritarias se ven ridículas, pero han vuelto a manifestarse. Intentar borrar de un plumazo la historia musical de un país -como si nunca hubiera existido- logra, a la larga, el efecto contrario. La prohibición siempre ha encontrado atajos para llegar a la masividad. Lo que se excluye por la fuerza en periodos irregulares siempre genera más ganas de darse a conocer. Cuando Los Prisioneros anunciaron su apoyo al “No”, la dictadura les canceló todos los lugares donde tenían previsto actuar en provincias para promocionar su álbum, “La Cultura de la Basura” (1987), y apenas pudieron tocar en el país. Si ya eran famosos, la represión los transformó en súper estrellas internacionales. Si apenas podían tocar -y sobrevivir de la música- en Chile, en el extranjero las ofertas por verlos en vivo se multiplicaron. En épocas oscuras, las sospechas abundan.
El estreno en Chile de “No Other Land”, película ganadora del Oscar 2025, que muestra abusos israelíes contra palestinos como destrozos de escuelas y viviendas, tapar con cemento lugares donde hay agua, asesinatos a sangre fría y con impunidad del ejército sionista, apenas tuvo difusión. Solo el Centro Arte Alameda, que actúa como distribuidor, la tiene en exhibición. Otros cines independientes se negaron a emitirla y Cinépolis fue la única cadena grande que la tuvo en cartelera por pocas semanas y en horarios ajenos a la concurrencia masiva. La idea era una sola. Tratar que el filme se viera lo menos posible.
Hace unas semanas, en el festival estadounidense Coachella, los raperos irlandeses Kneecap causaron controversia por apoyar a los palestinos con cánticos que decían “libertad a Palestina” y “Fuck Israel”. Lo que podría ser una expresión artística contra el genocidio que lleva a cabo el gobierno de Netanyahu, pronto tomó otro demencial camino. Sharon Osbourne, la esposa y manager (judía) de Ozzy Osbourne, pidió sanciones ejemplares: que la banda no pudiera tocar nunca más en Estados Unidos. La represión ante el espanto diario que vemos en Gaza, Cisjordania y aldeas palestinas, con niños y mujeres asesinadas fue total. En Alemania cancelaron una gira que tenía prevista el trío rapero y en el Reino Unido, políticos de derecha, exigieron una investigación sobre supuestos apoyos de la banda a Hezbollá y Hamás en conciertos del año pasado. Para estos censores, el exterminio se tapaba con tierra y, en su lugar, los crímenes daban lo mismo.
El juicio lapidario de los políticos derechistas contra Kneecap provocó el efecto de siempre. La popularidad del grupo aumentó considerablemente y varias bandas -Massive Attack, Primal Scream, Fontaines DC y Pulp, entre otras- firmaron una carta de apoyo a la libertad de expresión del trío. Mo Chara, uno de sus líderes, fue acusado de “terrorismo” el pasado 21 de mayo. Al día siguiente, el grupo hizo un show sorpresa y las entradas se vendieron en un minuto y medio con dos mil personas en lista de espera. Lo mismo pasó en Estados Unidos y Canadá, donde el grupo tiene prevista una gira en octubre con el mismo saldo: entradas agotadas.
Al mismo tiempo, Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead, acusó censura por parte de movimientos a favor de los palestinos. Tenía pactado dos conciertos -en Londres y Bristol- este mes para mostrar un disco que hizo junto al israelí Dudu Tassa. La presión de organizaciones palestinas hizo que se cancelaran los eventos. Greenwood hace rato tiene su filiación definida, aunque asegura ir por la neutralidad. Está casado con una israelí y el año pasado estuvo en marchas en Tel Aviv que pedían la liberación de los rehenes en Palestina. De la masacre a los árabes, nunca dijo una palabra. Esas conductas no se las dejaron pasar.
Esas mismas protestas sobrevolaban encima de Thom Yorke, líder de Radiohead. En 2017, unos conciertos de su banda en Israel fueron criticados por figuras comprometidas con los palestinos como Roger Waters y el cineasta Ken Loach. La semana pasada, el cantante, obligado por las presiones ambientales, subió a sus redes sociales una carta explicando que “Netanyahu y su banda de extremistas están fuera de control y deben ser detenidos”. Aunque tibio en el resto de la carta -como si fuera un mini Bono de U2-, tomó distancia de sus críticos que lo seguían con dudas por su incierta posición ante las brutalidades del gobierno de Israel.
La última toma de conciencia de los músicos es la constante baja -ya van casi 30 artistas- del festival de música electrónica Sónar, que se realizará entre el 12 y el 14 de este mes en España. En las últimas semanas, se supo que KKR -una empresa que es accionista de Superestruct Entertainment, propietaria de Sónar-, tiene proyectos inmobiliarios en los asentamientos ilegales de colonos israelíes en territorios palestinos. La polémica ha sido tal que mucha gente ha exigido el reembolso de sus entradas y el municipio de Cataluña retiró su auspicio.
Al coro de una opinión pública cada vez más sensibilizada con el horror y la aniquilación que viven los palestinos en Gaza, Cisjordania y el Líbano, algunos artistas también brindan actos de presión manifestando solidaridad con los árabes. La salvaje desproporcionalidad en el ataque israelí -a través de asesinatos a niños, mujeres, destrucción de hospitales, hambruna generalizada, bloqueo de medicamentos y comida, etc.- ha traído aparejada en esa sociedad, quizás, el único triunfo de Netanyahu: lograr una sistemática falta de sensibilidad por las miserias y el exterminio palestinos. En su retórica de aniquilación, el odio al otro no necesita excusas y la falta de empatía se transforma en munición política. El hecho de que grupos como Kneecap hayan levantado la voz con un coraje sin miedo a represalias, que músicos se bajen de un festival con apoyo económico sionista y que las protestas y la solidaridad artística ante el apartheid y la masacre en Palestina sigan siendo cada vez más numerosas -en Chile, hasta ahora, solo Nano Stern, de origen judío, ha criticado públicamente las matanzas-, son buenos síntomas. Es, en estos momentos, cuando menos se debe guardar silencio. Porque las vejaciones que permitimos día a día a un grupo de supremacistas desquiciados sedientos de odio y venganza nos hará cómplices. Y también nos definirá como seres humanos en el futuro ante las nuevas generaciones.