Día Mundial del Medio Ambiente: más barro, menos plástico por una educación ambiental para la paz y la justicia
05.06.2025
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05.06.2025
Los autores de esta columna escrita para CIPER aprovechan la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente para poner el foco en una educación ambiental que se abra a otros aspectos más allá del pedagógico. Sostienen que “es urgente que la educación recupere su rol como generadora de horizontes colectivos, promoviendo visiones alternativas de mundo capaces de imaginar futuros deseables desde la esperanza y la acción situada. Esto requiere revitalizar el tejido social y comunitario desde la escuela, el territorio y la práctica pedagógica, con una mirada crítica, creativa y profundamente ética frente a los desafíos contemporáneos”.
Imagen de portada: Jesús Martínez / Agencia Uno
Eduardo Galeano escribió: “En un mundo de plástico y ruido, quiero ser de barro y de silencio”. El barro simboliza lo humano, lo ancestral y lo profundamente conectado con la tierra; pero, sobre todo, representa lo moldeable y noble en manos de quien lo trabaja. El plástico, en cambio, encarna lo artificial, lo desechable y lo impersonal; incluso lo rápido, uniforme y deshumanizado. En el marco del Día Mundial del Medio Ambiente 2025, cuyo lema es “Poner fin a la contaminación por plásticos”, queremos retomar esa tensión para afirmar que la crisis actual que enfrentamos como planeta no es solo ambiental, sino también social, cultural y civilizatoria.
No basta con denunciar la contaminación por plásticos: urge recuperar el barro como metáfora de nuestros vínculos rotos, y desde ahí, construir una educación ambiental que promueva la paz, la justicia y la gobernanza democrática de los territorios. Una pedagogía crítica debe formar sujetos capaces de resistir la lógica del descarte y reconstruir modos de habitar más justos, conscientes y comprometidos con el bien común.
La construcción de un nuevo futuro justo se vuelve especialmente complejo cuando los insumos simbólicos y culturales con los que hoy cuenta la humanidad están carentes de sentido, capturados por lógicas de consumo, fragmentación y desarraigo. Es urgente que la educación recupere su rol como generadora de horizontes colectivos, promoviendo visiones alternativas de mundo capaces de imaginar futuros deseables desde la esperanza y la acción situada. Esto requiere revitalizar el tejido social y comunitario desde la escuela, el territorio y la práctica pedagógica, con una mirada crítica, creativa y profundamente ética frente a los desafíos contemporáneos.
Los conflictos contemporáneos, como la guerra entre Rusia y Ucrania o la ocupación y violencia ejercida por Israel en territorio palestino, deben ser comprendidos también como conflictos con profundas implicancias ambientales. No solo atentan contra la vida humana, sino que devastan ecosistemas, contaminan suelos y aguas, destruyen infraestructuras esenciales y afectan el acceso a recursos naturales vitales como la energía y los alimentos. En este sentido, educar ambientalmente para la paz no puede desvincularse de procesos de memoria, resistencia y reterritorialización.
Hay deudas aún por el colonialismo, el extractivismo y la desigualdad y estas deben ser abordadas mediante pedagogías críticas y situadas que reconozcan los conflictos socioambientales —locales y globales— como oportunidades de aprendizaje ético y político. La paz ambiental implica defender el derecho a una vida digna en “territorios sanos”, lo que supone educar para prevenir la violencia y sus efectos desiguales, que suelen recaer con mayor fuerza sobre los pueblos empobrecidos, racializados y desplazados.
Por otro lado, en este día es necesario hablar sobre el enfoque de educación ambiental para la justicia, el que debe ser por definición una pedagogía que integre las voces de los pueblos originarios, las infancias y juventudes y los actores locales en la construcción de sentidos comunes en especial aquellos con mayor experiencia en este mundo. Esta línea ha sido desarrollada en experiencias de trabajo con comunidades escolares y docentes en formación, donde el concepto de justicia se articula con la defensa de los bienes comunes, el respeto por la diversidad cultural y la desnaturalización del modelo capitalista como único horizonte posible.
La educación ambiental no puede seguir disociada del territorio ni de los conflictos que lo atraviesan. Los paisajes que habitamos son también paisajes del poder, del despojo y de la resistencia. Por ello, una pedagogía del arraigo debe reconocer la dimensión espacial de las injusticias socioambientales, integrando saberes locales, cartografías vivas y experiencias comunitarias como herramientas para reterritorializar el aprendizaje. Educar para la justicia ambiental implica no solo mirar el entorno natural, sino también comprender las dinámicas de ocupación, exclusión y transformación de los territorios, y actuar desde ahí en defensa de una vida digna y sustentable para todos los seres que lo habitan.
Asimismo, las reflexiones aquí expuestas se vinculan directamente con el llamado a reconstruir la cohesión social en tiempos de crisis global. Desde esa perspectiva, la educación debe ser entendida como una estrategia de recomposición del tejido comunitario, generando espacios de encuentro, diálogo intergeneracional y acción transformadora. No se trata sólo de enseñar contenidos ambientales, sino de formar sujetos con conciencia histórica, sentido de pertenencia territorial y capacidad de participación democrática. Junto con esto, las instituciones educativas permiten que se fomenten los espacios de interacción social que potencien el cambio a partir del reconocimiento del territorio, la participación y la transformación.
Finalmente, la idea de gobernanza socioambiental que se desprende de esta columna nos recuerda que la transformación no vendrá desde arriba ni desde fuera, sino desde los márgenes, las alianzas locales y los procesos comunitarios a mediana y pequeña escala. Una gobernanza justa es aquella que reconoce los saberes locales, redistribuye el poder de decisión y habilita formas de autogestión y cuidado del territorio. La gobernanza socioambiental presenta importantes desafíos educativos, particularmente en el fomento de habilidades efectivas de resolución de problemas entre los estudiantes. Este marco de gobernanza requiere un enfoque integrador que combine dimensiones sociales, económicas y ambientales, que pueden ser complejas de enseñar. En las siguientes secciones se esbozan aspectos clave de este reto educativo.
En este día de “conmemoración” es fundamental reafirmar que el sentido más profundo de educar hoy es, ante todo, político y ético: formar capacidades para leer entre líneas este mundo de plástico, reconstruir el vínculo entre comunidad y naturaleza, y resistir al despojo mediante una pedagogía del arraigo, la cooperación y la esperanza activa. Se requiere, por tanto, una educación que humanice que sea barro, que reconozca la dignidad de todas las formas de vida y que promueva sujetos sensibles, críticos y comprometidos con la justicia social y ambiental. Educar para humanizar es también educar para cuidar, para sentir, para actuar colectivamente frente a la crisis civilizatoria que atravesamos.