Lugares abandonados en la era digital: raíces espaciales de la desafección y el rol de Internet en la inclusión
29.05.2025
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29.05.2025
Los académicos autores de esta columna comparten los primeros hallazgos de un estudio que realizan sobre los comportamientos electorales de los ciudadanos cruzados con su ubicación geográfica y su uso de las plataformas digitales. Concluyen que “el rol de las plataformas digitales debe ser examinado con extrema cautela. Durante la pandemia – así como en otras crisis políticas y eventos catastróficos – ya hemos observado que las tecnologías podrían devenir en una exacerbación de las inequidades previas. En este sentido, para que internet tenga un potencial inclusivo debemos primero hacernos cargo de esas inequidades preexistentes, lo que se extiende a aspectos de infraestructura, pero también a una dimensión actitudinal, redes de apoyo y alfabetización”.
Imagen de portada: Agencia Uno
El surgimiento de proyectos iliberales, anti-sistemas, populistas o nacionalistas ha llevado a estudiar el fenómeno del malestar político desde distintas disciplinas. Una de ellas es la geografía, a través de la cual se han tratado de dilucidar los factores contextuales o espaciales que podrían incidir en el descontento y, luego, en el patrón de voto de los ciudadanos. Esta aproximación ha ayudado a explicar importantes fenómenos políticos, desde el triunfo del Brexit (por allá por el 2016) hasta el avance de la ultra-derecha en Alemania (por acá por el 2025). En resumen, se ha planteado que los recientes—y no tan recientes—procesos de desindustrialización o declive económico de algunas zonas han devenido en la existencia de lugares políticamente marginados, con habitantes que sienten impotencia y rabia, lo que se manifestaría en la preferencia por proyectos iliberales (Dijkstra et al., 2020; Los et al., 2017; Rodrigues & Meza, 2018). En términos académicos, esta idea ha sido testeada en Estados Unidos (Rodríguez-Pose et al., 2023), Italia (Faggian et al., 2021), Alemania (Ziblatt et al., 2023), Austria (Essletzbichler & Forcher, 2022), entre muchos otros países (e.g. Rodríguez-Pose et al., 2024).
A pesar de estas cruciales contribuciones, el interés de los investigadores usualmente se ha centrado en comprender el componente más comportamental del involucramiento, esto es, las decisiones electorales. Así, la literatura tiende a identificar los elementos socioeconómicos o factores demográficos que explicarían las decisiones de los ciudadanos en las urnas. Sin embargo, muchos estudios asumen la existencia de ciertas actitudes preexistentes, usualmente asociadas a la sensación de frustración por “haber sido dejados atrás”. Para autores como Becker (2017), por ejemplo, el voto del Brexit sirvió como una alternativa para expresar “la rabia” que sentían ciertos ciudadanos contra la “clase gobernante”. Pero esta idea que vincula el territorio con sensaciones o actitudes nocivas no es nada nueva. Ejemplos significativos pueden encontrarse en los trabajos de Cramer (2012, 2016) o Fitzgerald and Lawrence (2011), quienes ya daban cuenta que los habitantes de ciertas áreas sentían algo bien parecido a la impotencia y abandono. Pero aún con esto, la ausencia de datos adecuados ha devenido en dificultades a la hora de testear esta idea en términos empíricos, más aún cuando hablamos del contexto latinoamericano.
El desafío: De la geografía del voto a la geografía del descontento
Durante los últimos años hemos estado trabajando en una propuesta para enfrentar al menos dos desafíos relacionados con los planteamientos ya expuestos. Por un lado, identificar ciertos elementos espaciales y contextuales que podrían explicar la rabia, la frustración y la sensación de abandono que algunos chilenos experimentan. En este sentido, el trabajo se ha centrado en tratar de extender la “geografía del voto” – es decir, cómo el espacio se relaciona con las preferencias electorales – a una “geografía del descontento”, que logre integrar los aspectos actitudinales.
En segundo lugar, hemos tratado de dilucidar el rol que podrían cumplir las plataformas digitales en este proceso. Este no es un asunto menor, en cuanto usualmente el estudio de las inequidades digitales se centra en atributos individuales, prescindiendo de los elementos contextuales. En términos de territorio, el foco de los estudios suele estar puesto en las dinámicas que se generan en contextos rurales o vulnerables, pero la relación entre espacio e involucramiento digital podría trascender estos aspectos, lo que abre ciertas posibilidades de inclusión que deberían ser exploradas y aprovechadas.
Resultados en Chile: Sobre lugares y personas dejadas atrás.
Teniendo en cuenta los desafíos descritos anteriormente, uno de los hallazgos más notorios que hemos tenido es que los vecinos de “barrios dejados atrás”, los cuales identificamos con técnicas de autocorrelación espacial y utilizando la educación de los jefes de hogar, tienden a pensar que el sistema no les responde (Fierro et al., 2024). El resultado es particularmente curioso si se considera que la relación a nivel individual es la contraria. En otras palabras, individuos con mayor vulnerabilidad tienden a sentir la presencia del Estado y de sus instituciones; sin embargo, quienes viven en barrios marginados (no necesariamente pobres) sienten lo inverso, es decir, que el sistema político no escucha las demandas ciudadanas.
Además de eso, uno de los primeros descubrimientos que tuvimos es que los habitantes de lugares que son políticamente marginados tienden a pensar que, gracias a Internet, tienen la posibilidad de alcanzar un mayor empoderamiento político (Fierro et al., 2023). Todo esto se genera a pesar de que se sientan menos competentes que los ciudadanos residentes de zonas más centrales. Esto nos invita a pensar que la marginación territorial no solo afecta actitudes clásicas, sino que también las relaciones con la propia tecnología.
A nuestro juicio, ambos hallazgos nos ayudan a iluminar los dos desafíos que decidimos abordar. Por cierto que, en el contexto de nuestro país, se trata de resultados preliminares que presentan muchas limitantes y posibilidades de mejora, pero en cierta medida reafirman la idea de que las inequidades espaciales – que no siempre son socioeconómicas, sino también culturales o sociales – impactarían en la sensación de exclusión y de haber sido dejado atrás.
El círculo vicioso de la marginación política y el rol de las plataformas digitales
En los últimos años, producto de las crisis políticas, naturales y sanitarias que hemos experimentado, una serie de lugares han experimentado cierta decadencia, lo que se traduce en cambios demográficos – véase el Censo recién publicado –, inseguridad, vacancia comercial (Aravena-Gonzalez et al., 2022), entre otras cosas. A diferencia de lo que usualmente se cree, estas zonas no necesariamente representan sectores vulnerables o rurales, sino más bien áreas urbanas que viven abandono y marginación. Esos cambios que experimentan nuestras ciudades son esenciales a la hora de comprender el involucramiento político, tanto en un nivel comportamental como actitudinal. El ascenso del presidente Donald Trump, el triunfo del Brexit, el avance de la ultra-derecha en Europa y el éxito de las narrativas nacionalistas-populistas han reforzado el interés por entender lo primero, es decir, cómo el contexto influye en las decisiones electorales. Sin embargo, la relación entre espacio y actitudes permanece menos explorada, aunque con notables excepciones. Es importante que podamos seguir extendiendo el conocimiento sobre estos asuntos porque, por esencia, se trata de un tema inherentemente asociado a cada realidad local. En esta línea, la tesis de la desindustrialización (muy asociada a Estados Unidos) o de las trampas del desarrollo regional (muy asociada a Europa) no necesariamente se extiende a la realidad latinoamericana o chilena, lo que obliga a pensar en patrones distintos que pudieran estar afectando estas relaciones. En esta línea, los datos muestran que la naturaleza del abandono en Chile trasciende los elementos económicos, extendiéndose a una persistente historia de marginación, con la consecuente falta de inversión, decaimiento en el desarrollo urbano y una relación distante entre ciudadanos e instituciones. Esta situación generaría potencialmente frustración y rabia, pero ya hemos visto que, a diferencia de otros países, esas sensaciones no siempre se canalizan a través de los mecanismos formales de participación, sino que también en violencia y destrucción, lo que deviene en incluso mayor aislamiento y segregación.
En este particular círculo vicioso, el rol de las plataformas digitales debe ser examinado con extrema cautela. Durante la pandemia – así como en otras crisis políticas y eventos catastróficos – ya hemos observado que las tecnologías podrían devenir en una exacerbación de las inequidades previas. En este sentido, para que internet tenga un potencial inclusivo debemos primero hacernos cargo de esas inequidades preexistentes, lo que se extiende a aspectos de infraestructura, pero también a una dimensión actitudinal, redes de apoyo y alfabetización (Correa & Pavez, 2016; van Deursen & Helsper, 2015). Para que las plataformas digitales efectivamente se transformen en herramientas que fomenten la inclusión de esos “lugares dejados atrás”, entonces debemos enfrentar los desafíos que la vida digital nos presenta.