El trabajo, eje irremplazable de la sociedad
18.05.2025
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18.05.2025
Señor Director:
La profecía del fin del trabajo cumple cinco décadas, desde los años 70’ autores como Rifkin, dieron por iniciado el imparable camino hacia la prescindencia de la actividad productiva humana en la producción de bienes y servicio. Pese a no cumplirse dicho pronóstico, esta es una profecía recurrente desde entonces.
Máquinas, androides, inteligencias artificiales, Chats omnicomprensivos del saber humano y un largo etcétera de sustitutos que harán caducas y superfluas las actividades de producción física e intelectuales. Hoy la profecía marcha con fuerza, con viento a favor y mantiene a los Millenials del mundo preguntándose qué será de ellos cuando las máquinas tomen el cielo por asalto. Quizás sea bueno aprender a programar o dirigirnos con respeto a nuestra máquina que limpia la casa o lava los platos.
O, quizás, aún queden esperanzas y los trillos aún nos necesiten. Creemos que sí, que el trabajo es y seguirá siendo central en la vida humana individual y en la vida social. Antes de seguir desarrollando los futuros distópicos, vamos a ver qué dicen los números:
La inmensa masa humana está trabajando física y/o intelectualmente y el sector fabril tiene sus máximos históricos de la mano de la masificación del sector industrial asiático. El año 2024, se estimó que la fuerza laboral mundial alcanzó los 3,69 mil millones de personas. Esta cifra incluye tanto a personas empleadas como a personas que buscan activamente trabajo. Estamos ante una tasa de ocupación de mano de obra a nivel mundial nunca antes visto.
En 2020, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimó que había 23% de trabajadores en el sector industrial en el mundo. Estas estadísticas muestran que el número total de trabajadores en el sector secundario a nivel mundial se mantuvo por encima de 768 millones lo que presenta un incremento de más de 8 millones con respecto al año anterior.
No pareciera que las profecías se hayan cumplido. Cosa diferente es el fin del trabajo industrial en Europa Occidental y EEUU, cuestión que pareciera ser una realidad hace mucho tiempo. El trabajo industrial no terminó, se mudó a Shenzhen, Bangalore y a las maquilas de Ciudad Juárez.
Sin embargo, vale señalar, la tecnología ha reconfigurado el mundo laboral, pero lejos de liberarnos del trabajo, ha impuesto nuevas formas de control más sutiles y omnipresentes. Lo que se presenta como innovación y flexibilidad esconde en realidad un sistema de vigilancia sofisticado que borra los límites entre la vida laboral y personal. Las herramientas digitales – desde los softwares de productividad hasta las plataformas de comunicación – se han convertido en dispositivos de monitoreo constante, transformando cada interacción en un dato medible y cada minuto en tiempo potencial de trabajo.
Esta colonización tecnológica del trabajo opera en dos frentes paradójicos. Por un lado, multiplica nuestras cargas: los mismos empleos ahora exigen respuesta inmediata, disponibilidad absoluta y una productividad medida al segundo. Por otro, nos ha convertido en esclavos voluntarios de dispositivos que monitorean hasta nuestros descansos. No es casual que la BlackBerry -ese símbolo perfecto de inicios de nuestra era- lleva el nombre de los grilletes que usaban los esclavos en las plantaciones de algodón. Estamos siempre disponibles para una orden urgente a las 11 de la noche o a las 4 de la tarde un sábado de sobremesa o de cancha. El panóptico no ha desaparecido, sus fronteras se han ampliado a tal punto que sus paredes se volvieron indistinguibles.
El trabajo continúa en el centro, configurando la sociedad, los humanos seguimos, en su inmensa mayoría, viviendo de nuestro trabajo físico y/o intelectual. El trabajo sigue siendo el principal espacio de disputa social, su protección (o desprotección) continúa como el principal termómetro de medición democrática. Sin duda el siglo XXI nos despertó con nuevas disputas relevantes, pero todas íntimamente cruzadas por la relación social del capital y el trabajo.
Así las cosas, hoy es más urgente que nunca la defensa del trabajo digno, de la humanidad del trabajador y trabajadora. Se vuelve más urgente que nunca que las y los trabajadores se reconozcan y se organicen para la tarea de armonizar trabajo-vida-tecnología y humanicen las formas en que se trabaja y trabajará en el siglo XXI. Porque la verdadera disrupción no vendrá de más tecnología, sino de nuestra capacidad para humanizar el trabajo en la era digital.
Pareciera necesario, en estos días tan ad hoc, recordar la actualidad de otro papa católico de nombre León, de número 13, que en el lejano 1891 señaló que la principal tarea de los estados es la de protección del proletariado, que del trabajo y esfuerzo del obrero nace la riqueza de las naciones. A esto podríamos agregar que del trabajo y esfuerzo humano se sigue generando la riqueza en pleno siglo XXI.
El fin del trabajo era mentira. La explotación, no.