La profesión docente frente a la diversidad
17.05.2025
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17.05.2025
Señor Director:
En los últimos meses, desde varios frentes del mundo docente, se han planteado críticas sobre las características de la población estudiantil y la diversidad de necesidades que traen al aula. Una de las más frecuentes es que las salas de clases se han llenado de estudiantes con Trastorno del Espectro Autista (TEA) y que el profesorado no cuenta con las herramientas pedagógicas para potenciar su aprendizaje. Crecientemente, se ha identificado a este grupo de estudiantes como fuente de conflicto e impedimento para mantener climas propicios para el aprendizaje. Si bien el sentido común nos podría -intuitivamente- llevar a empatizar con estos planteamientos, la profesión docente debe responder con argumentos y acciones más sofisticadas para hacerse cargo de los desafíos que le impone la realidad diversa del estudiantado.
¿Qué nos corresponde hacer como profesionales de la educación? En primer lugar, debemos utilizar las herramientas que hemos aprendido en la formación inicial y continua, con el fin de llegar a una comprensión profunda de los contextos, características y necesidades del estudiantado. El ejercicio de la profesión debiera llevarnos a observar y a escuchar cuidadosamente estas necesidades e interpretarlas desde el conocimiento profesional para tomar decisiones pedagógicas éticamente íntegras y que respondan de manera precisa a las necesidades identificadas. Esto implica desafiar nuestras ideas previas y prejuicios, con el fin de intentar comprender esta nueva realidad, que nunca será igual a la que vivimos en nuestra infancia o a la visión idealizada que tenemos de cómo debe funcionar una escuela.
Segundo, comprendiendo que esta es una tarea difícil, es fundamental la colaboración entre profesionales de la educación en la construcción de respuestas coordinadas que permitan abordar de manera integral las necesidades del estudiantado. Solo una acción coordinada y profesionalmente robusta nos permitirá diseñar y ofrecer oportunidades de aprendizaje que reconozcan y abracen el desafío que implica procesar la complejidad y diversidad de nuestros salones de clases. Tercero, y quizás los más importante, es fundamental que el ejercicio profesional se exprese de manera compasiva y generosa, para mirar la humanidad que traen las y los estudiantes a nuestras aulas y reconocerla en su singularidad. En ese reconocimiento es que tendremos una oportunidad de que nuestra voz de enseñantes resuene en la experiencia de quienes estamos formando, con el propósito de abrir un diálogo genuino entre quienes nos reconocemos como parte de un mundo diverso. Esto implica apelar al corazón y sentido de nuestra profesión para buscar incansablemente nuevas formas de acercamiento y comprensión a escala humana.
¿Qué otro refugio existe, si no es la escuela, que pueda ofrecer oportunidades de inclusión a todas las niñas, niños y jóvenes en la sociedad? ¡Ninguno! Es por este motivo que una justificación desde el sentido común resulta ser una condena lapidaria para quienes (y hablamos de muchas y muchos), sin nuestro profesionalismo y vocación, no tendrán opciones para ser y sentirse parte de la sociedad. El llamado a los equipos directivos y educativos de nuestros establecimientos escolares, y sin desconocer la magnitud del desafío, es a comprender y experimentar la profesión docente como el motor para tejer una sociedad que crezca desde su pluralidad, que sea más justa, cohesionada y humanamente íntegra. Solo un profesionalismo ético nos permitirá adaptarnos a los desafíos de nuestro entorno complejo y cambiante. De no avanzar en esta senda, la profesión docente irá perdiendo su sentido, legitimidad y función social.