La batalla educativa de Trump. Lecciones para Chile
02.05.2025
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02.05.2025
Los autores de esta columna analizan las políticas que está implementando Donald Trump en educación, que han pasado inadvertidas por el impacto mundial de su batalla comercial contra China. Sostienen que Chile debe cuidarse del avance de la ultraderecha que tiene en el presidente de Estados Unidos a un faro, porque en el marco de las campañas que vienen no sería extraño que comiencen a proponer “cambios que, en la senda trumpista, implicarán cercenar, aislar, normar y condenar a la cuarentena permanente la vida universitaria, tal como la conocemos hasta hoy”.
Imagen de portada: The White House Gallery
Luego del alza de aranceles indicada por Estados Unidos a distintos países del mundo, buena parte de este reaccionó y Chile no fue la excepción. Las autoridades locales se movilizaron con el fin de reducir ese 10% de tarifa arancelaria que, si bien era favorable en comparación con otras realidades, resultaba lesiva para los intereses comerciales del país. Desde la oposición chilena acusaron urgencia y lentitud de parte del gobierno de Gabriel Boric. Desde La Moneda mostraron celeridad para rebajar, en lo posible, la medida. En esta escena del año 2025, escuchamos nuevamente la tan lastimera como real frase que dice: “Cuando Estados Unidos estornuda, el mundo se resfría”.
La influencia de Estados Unidos en el mundo es incuestionable, lo es también en América Latina, donde su poder tiene extensiones que van desde los medicamentos que consumimos a las series que vemos en TV. En el caso de las medidas de Trump, estas operan en dos vías: por un lado, son un ejemplo para sus fans, como Javier Milei; por el otro, condicionan a los países que, sin sentir particular cercanía con Donald, quieren cuidar su buen trato. Por ambas razones, desde el sur resulta particularmente perturbador lo que ocurre con la revolución educacional que está impulsando el Patrón de la Casa Blanca, pues se sitúa en el terreno de lo que la ultraderecha llama “la batalla cultural”. Y la está librando con todo lo que tiene. Veamos.
En enero de este año, la administración Trump dictó la orden ejecutiva “Ending Radical Indoctrination in K-12 Schooling” (acabar con el adoctrinamiento radical en primaria y secundaria), con el fin de reformar el contenido educativo y las políticas de administración de las escuelas públicas de Estados Unidos mediante dos acciones: primero, promover una «educación patriótica» y, segundo, restringir aquella educación relacionada con raza y género que el gobierno considere divisivas o “antiestadounidenses”. La medida aplica a estudiantes que van desde, lo que en el contexto nacional sería, kínder hasta cuarto medio.
Pero la batalla no acaba ahí.
Se extiende también a los centros formativos castrenses. Hace pocos meses, estos recibieron la orden de remover de sus bibliotecas todo texto que abordase materias de diversidad, equidad e inclusión, ideología de género y teoría crítica de la raza. La Biblioteca Nimitz de la Academia Naval de Estados Unidos quitó de sus estanterías 381 libros. En tiempos post pandémicos, donde comprendemos a cabalidad la idea de aislar para controlar, resulta ilustrador que esta lista negra de libros (ver listado completo) fuera recluida en una sala aparte donde los aspirantes a marinos no pudieran ingresar. Allí están las obras de distinguidas autoras como, entre otras, Maya Angelou. ¿Por qué? Por la cruzada trumpista de abolir ‘la tiranía de las llamadas políticas de diversidad, equidad e inclusión.’
Condenado a ese aislamiento está también el libro SportSex de Toby Miller, uno de los firmantes de esta columna. Publicado en 2001, la obra es un estudio académico que vincula género y deportes, y argumenta que la masculinidad está en un proceso de cambio. ¿Por qué este tipo de texto es tan amenazador? ¿Cuáles son las implicancias de esta censura en pleno siglo 21? Es un signo de los tiempos. Antes, los libros se quemaban, ahora – donde tal acción se viralizaría en segundos – se ponen en cuarentena permanente para que nadie les toque, mire, ni se contamine.
Pero no. La batalla no se queda ahí.
El blitzkrieg intelectual ha llegado a las universidades. El más poderoso ataque se ha iniciado recientemente contra la Universidad de Harvard, uno de los centros académicos más prestigiosos del mundo. En carta fechada del 11 de abril de 2025, la administración Trump le comunicó a la regencia de la universidad que: “Estados Unidos ha invertido en el funcionamiento de la Universidad de Harvard por el valor que tienen para el país los descubrimientos académicos y la excelencia académica. Pero una inversión no es un derecho”. Lo anterior precedió a una lista de demandas de aplicación inmediata que exigen la reforma de la gobernanza universitaria para que se reduzca la influencia de académicos y trabajadores «activistas»; se eliminen criterios de raza, sexo, religión u origen en su política de contratación; se reforme el sistema de admisión estudiantil, eliminando criterios de raza; se controlen las admisiones internacionales, excluyendo a estudiantes que sean hostiles a los valores de Estados Unidos; y se desmantelen todas las oficinas e iniciativas de diversidad, equidad e inclusión. Lo anterior, indica la carta, debe ir de la mano con entregar al gobierno información detallada del personal, del cuerpo académico y de estudiantes. Por último, Trump conmina a las autoridades académicas a que estos cambios sean a la brevedad, pues “Harvard debe demostrar que las reformas son duraderas”.
Aquí, resulta fundamental recordar dos puntos: primero, que Harvard es una universidad privada (no lo haría menos condenable si fuera pública, pero valga el alcance) y, segundo, que este no es el único caso. Las universidades de Columbia, Northwestern, Cornell, Brown y Princeton, por ejemplo, han sufrido el congelamiento de fondos estatales si es que no se ciñen al corsé académico del presidente estadounidense. Todo esto en virtud de “desideologizar” a las universidades.
Y es evidente que Trump no está solo. Las ultraderechas globales comparten ideas, planes y métodos, que van directamente en contra de ideas liberales, radicales, feministas, trans y de la apertura de la discusión pública e inclusiva en espacios democráticos. Por lo mismo, desde Chile cabe preguntarse dos cosas. Una es cuestionar si Trump condicionará posibles mejoras arancelarias al compromiso de aplicar reformas en el ámbito académico. Resulta imposible saberlo aún, pues su avance anti intelectual recién se despliega por territorio estadounidense.
La segunda pregunta se responde, por ahora, desde una sospecha. En las próximas elecciones presidenciales en Chile, la batalla cultural dirigida contra las universidades en Estados Unidos será mirada por la ultraderecha chilena. ¿Cuánto? ¿Cómo? A la luz de sus propias declaraciones y principios, no resultará extraño que desde programas presidenciales de derechas se haga un guiño al tema o se condicione el financiamiento universitario a cambios sustanciales. Cambios que, en la senda trumpista, implicarán cercenar, aislar, normar y condenar a la cuarentena permanente la vida universitaria, tal como la conocemos hasta hoy. Parece exagerado, pero en el país del norte, ese que a menudo se mira como un faro de libertad, libros como el del profesor Miller están contenidos en una sala aislada a la espera que nadie más se exponga a ellos. Como si fuera un virus.